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  1. Si no hay riesgo en la novela, la novela no vale.

    Si tuviera que explicar a un potencial lector qué encontrará en su novela Formas de Luz. El sentido de la melancolía, ¿qué diría?

    Toda vida es un ciclo en el que se alternan épocas de esplendor y tiempos de casi insoportable desventura. Esta novela quiso dar cuenta de esta característica de la naturaleza humana y del destino de los seres humanos. En el trasfondo de la novela hay dos libros básicos: la Biblia y la Divina comedia. Hay un tiempo para reír y tiempo para llorar, dice la Biblia. Esta novela quiere ser la escenificación de esa sentencia que se encarna en una familia azotada por la violencia y la desventura, familia que está en lucha por salir a la luz y recuperar la paz y si es posible la alegría de vivir. Es también la historia de una temporada en el infierno, vivida por un personaje azotado por la ambición, la lujuria y la vanidad. En la Divina comedia hay varias frases que parecen cifrar la gran sabiduría de la vida. “La senda del paraíso comienza en el infierno”; “Quien sabe de dolor, todo lo sabe”; “No hay mayor pena que recordar tiempos felices en tiempos de miseria”. Tales sentencias y algunas de la Biblia sirven de hitos a esta novela. Por otra parte la novela no es solo una novela sino que pretende ser una especie de tratado testimonial sobre la  depresión, enfermedad a la que se ha llamado el mal del siglo. La obra es el resultado de la experiencia personal que tuve al sufrir una depresión mayor durante varios años en que estuve encerrado en mi casa y además, resultado de varios años de estudiar una auténtica biblioteca sobre el tema de la depresión y las alteraciones mentales.

     

    En otras entrevistas ha dicho Usted que esta novela forma parte de una serie. ¿Qué libros integran dicha serie y qué temas se abordan en cada uno de esos libros, sean anteriores o posteriores en su escritura a Formas de Luz?

    El proyecto que he llamado «El libro de la vida» tiene relación directa con el libro que está registrado en la Biblia. En una sección del Apocalipsis se afirma que aquellos que no estén inscritos en El libro de la vida serán arrojados a un lago de fuego, con lo que se expresa que sólo los que sigan a Dios se librarán del tormento. Mi libro de alguna forma es una especie de búsqueda de la luz o salvación por medio de la literatura. Es sin duda un libro profano, que en el fondo busca lo divino. Está constituido hasta la fecha por nueve novelas. La primera de ellas, Seducciones (inédita, pero pronto estará en Amazon), luego vienen El amor y la muerte, Mujeres amadas, La insaciabilidad, La hermosa vida, La honesta lujuria, Una historia de amor (inédita), Formas de luz y Sin máscara frente al espejo (también inédita).  (Antes el proyecto incluía solamente seis  novelas, pero durante la pandemia del coronavirus  me di cuenta que novelas que había escrito y publicado antes formaban parte del gran proyecto y las modifiqué para integrarlas). Todas las novelas están terminadas, casi todas publicadas, algunas con premios importantes. «El libro de la vida» es del tamaño de En busca del tiempo perdido, un trabajo absurdo en estos tiempos de redes sociales y velocidad. El caso es que he empeñado gran parte de mi vida en esto y ello me satisface. Me basta con haber escrito esta obra tan larga. Si sale adelante o no, ello de alguna forma no me preocupa demasiado. En general, la obra narra la vida de un artista, músico y atleta que persigue el ideal de ser una especie de hombre pleno u hombre del paraíso, pero que a lo largo de su vida visita todos los extremos, conoce el amor pero también la lujuria, la violencia, el pecado en sus varias expresiones pero que va logrando una especie de elevación. Por lo menos eso es lo que pienso. Habrá que ver si lo he logrado. Vale la pena aclarar que cada obra es independiente pero está vinculada con las demás.

     

    En tiempos donde lo políticamente correcto se convierte en un enorme censor, esta novela, sobre todo en el tratamiento de asuntos relacionados con la sexualidad humana y la tan criticada «distribución natural del rol en la pareja humana» podría ser considerada políticamente incorrecto. ¿Qué opina Usted de ese riesgo?

    Si no hay riesgo en la novela, la novela no vale. Hay que luchar contra los que le quieren poner ropa interior a las estatuas. Aceptar este tipo de censura permitiría el inicio de una nueva inquisición. Hay una frase de Clemente de Alejandría que suscribo plenamente: “No hay que avergonzarse de hablar de lo que Dios no se avergonzó de crear». Hay temas muy delicados en la novela. Creo que los afronté sin temor o represión alguna.

     

    ¿Qué hay de censurabale en tu novela?

    Precisamente lo que hay de censurable en la naturaleza humana.

     

     Hay mucho de lucha existencial en Formas de luz, y mucho también de la búsqueda de esos matices que nos definen primero como seres sociales y, después y también, como seres «latinoamericanos pero universales». Lo íntimo vs lo social, lo latinoamericano vs lo universal… ¿Cómo ve esas categorías en su novela el escritor Marco Tulio colombiano naturalizado mexicano que parece luchar por ser un ciudadano del mundo?

    La nacionalidad me parece asunto banal para la literatura. Es ineludible, pero a  mí no me interesa. Los conflictos que desarrollo son conflictos íntimos, no sociales. El destino de mi país, de mis países o del mundo no está en mis manos y de alguna manera no me interesa. Eso se lo dejo a otros más autorizados o a Dios.

     

    Aunque en gran parte de su obra hay una veta herética o atea, en Formas de luz la palabra Dios se repite constantemente. ¿Cree en Dios?

    Creo que creo y me parece que eso es creer. Lo contrario me parece pose.

     

    ¿Hasta dónde el protagonista de esta serie es ese Marco Tulio provocador, irreverente, prolífico creador, amante de los retos de cualquier índole, que muchos vemos en internet.

    Conmigo y especialmente en esta serie de novelas se cumple lo de Flaubert: Madame Bovary soy yo. Quien me conoce sabe que en estas novelas estoy de cuerpo entero y desnudo hasta el alma. Mi principio fue decirlo todo. Y lo que dices es cierto: soy persona de retos a veces desaforados, como es el caso de esta novela casi interminable que es «El libro de la vida». Pero en otros campos me impongo retos difíciles: toda mi vida he estudiado violín con resultados más o menos pobres; he sido corredor de fondo. Fui peleador callejero en mi juventud, luego basquetbolista y actualmente, a los casi 72 años, soy nadador de nivel panamericano. Desde hace diez años participo en los campeonatos nacionales de México en los que solamente me ganan los ex olímpicos. Precisamente en este junio 2020 de la pandemia iba a participar en el Campeonato Panamericano Máster de Natación en Medellín. He nadado en el mar, a mi edad, largos tramos, entre Veracruz e Isla Sacrificios, acompañando a los triatletas de México. Si abandoné las carreras de fondo y el baloncesto fue porque me lesioné las rodillas.

     

    Al margen de «El libro de la vida» tienes un cuerpo de obras bastante grande y respetable de casi 40 libros.

    Sí, he escrito bastante y algunos de mis libros han tenido grandes éxitos de crítica  y de ventas. Entre mis libros de cuentos tengo tres, de nombres bastante heterodoxos: Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos en lugar de hacer el amor. En conjunto han vendido más de 100 000 ejemplares. Mi primera novela, Breve historia de todas las cosas, que publiqué a los 25 años en Buenos Aires, fue muy elogiada por García Márquez y muchos otros personajes. Hubo algunos que comentaron que estaba a la altura de Cien años de soledad. Mi libro de cuentos infantiles El pollo que no quiso ser gallo ha sido una especie de modesto best seller en muchos países durante 25 años. Aunque me he mantenido al margen viviendo en una ciudad periférica de México y  no tengo representante literario, me ha ido bien, tengo estabilidad y gracias a mi trabajo en la Universidad Veracruzana tengo mi futuro económico asegurado.

     

    Ha recibido bastantes premios como se puede ver en su currículum.

    Sí, premios nacionales e internacionales de novela en Costa Rica, Colombia y México. Premios latinoamericanos de cuento. Fui finalista en Premio Alfaguara de novela. A la fecha he recibido más de treinta.

     

    ¿Actualmente en qué trabaja?

    Cumplí 40 años de trabajar en la Editorial de la Universidad Veracruzana, en Xalapa, Veracruz, donde desempeñé diversos trabajos, desde corrector hasta director de la revista Científica,  dictaminador y creador artístico. Ha sido un trabajo de privilegio, que me ha permitido escribir a mis anchas, en un medio provinciano que no exige demasiado desplazamiento, que por lo tanto permite la concentración en el trabajo. Por otra parte me he cansado de lidiar con las editoriales y he decidido subir yo mismo mis libros disponibles a Amazon. Ello no impide que mis proyectos en papel sigan adelante. Ya ofrecí a una editorial mi libro Memorias indiscretas. Me falta publicar ese libro y el último de la serie «El libro de la vida», que se llama Sin máscara frente al espejo. Simultáneamente con Formas de luz, ahora en Berlín con Editorial Iliada, salió Cuentos ligeramente perversos, en la editorial española Camelot América. Finalmente: en lo que estoy: envejeciendo a toda máquina. Tengo un dicho que me aplico: Cuando otras personas a mi edad van rodando cuesta abajo, yo voy corriendo cuesta arriba a toda velocidad. Como se verá, soy algo optimista. No veo otra alternativa: aunque el mundo se esté acabando hay que seguir bailando.

  2. Disfruto mucho leyendo a los escritores inteligentes


    Sobre la novela Mediterráneo, el escritor cubano Amir Valle dice en la nota de contraportada que «más que una hermosa y subyugante novela de amor, es un cántico a la tolerancia universal, una llamada de atención a la imperiosa necesidad actual de luchar contra todas las diferencias absurdas que dividen a los seres humanos, para que, recurriendo al lenguaje más universal que poseen esos que se hacen llamar «especie superior»: el amor, se derrumben los muros de las barreras culturales, las intolerancias raciales, sexuales, ideológicas y de otras índoles, los prejuicios impuestos por la sociedad moderna y la voracidad egoísta y destructora de quienes habitan esas sociedades. Galina Álvarez, apelando a una historia en apariencia simple (la complicada relación pasional entre dos individuos de culturas distintas y distantes) ha escrito una novela sólida, reflexiva y apasionante, como toda gran novela».

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    En Mediterráneo se produce un no poco traumático encuentro entre dos culturas (la rusa y la cubana), en el escenario de otra cultura (la española mediterránea, pero en ámbitos que están muy in fluidos territorial y espiritualmente por otras dos culturas: la valenciana y la catalana). ¿Por qué entonces nombrar a esta novela precisamente Mediterráneo?

    El Mediterráneo ha sido siempre un punto de encuentro de diferentes culturas. En esta novela, el Mediterráneo también sirve de escenario a una conmovedora  historia  de amor. La trama de esta novela comienza en un pueblo pequeño del norte de Rusia. un lugar olvidado por Dios y por los gobernantes locales, un sitio que arrastra numerosas secuelas de los cambios ocurridos tras el derrumbe del sistema socialista. La protagonista, una mujer de cuarenta años que vive en este pueblo, lleva una vida triste  y sin ilusión. El destino quiere que viaje a Turquía. Allí conoce lugares nuevos y hermosos, diferentes del entorno donde ha habitado siempre, y se enamora del mar y del ambiente meridional. Posteriormente, un golpe de suerte la lleva al Levante Español, donde se encuentra con un amigo que conoce de la Red. El Mediterráneo está presente durante toda la narración, desde el primer capítulo hasta la última página. Es también un protagonista de la historia, y es natural que la novela se titule así.

     

    Quienes conocen tus orígenes rusos, tu matrimonio con un cubano, tu vida actual en la zona donde transcurre esta novela seguro pensará que hay mucho de ti en esta trama. ¿Hasta dónde se trata de tu experiencia o tal vez de la recreación de un caso conocido?

    Todo lo que ocurre en la novela es ficción, no conozco ningún caso verídico que se parezca a este. Otra cosa son los escenarios de la trama. Casi todos son reales. El ambiente estudiantil en Moscú es bastante real; sobre todo entre los estudiantes cubanos, que conozco bien gracias haber vivido todo eso a través de mi esposo. Estudiamos en la misma escuela moscovita. El campamento estudiantil está descrito tal y como era; fue bastante famoso en su tiempo entre los estudiantes, y yo personalmente estuve allí tres veces. El ambiente cultural moscovita de los años 80, la época de la perestroika y de los famosos años 90, el trabajo en el CAME, la Rusia actual, todo eso lo conozco muy bien, tanto por experiencia personal, como por lo que me cuentan mis amigos y familiares. Yo misma trabajé en el CAME durante cuatro años y medio, desde 1986 hasta 1990, y viví todo aquello en persona.

    También conozco bien a Cuba, pues viví allí durante 22 años, antes de abandonarla para ir a Suecia. También estuve en Turquía, donde ocurre una pequeña parte de la historia. Actualmente vivo en el Levante español, y la trama principal de la novela se desarrolla en una pequeña ciudad que es una copia de la mía. Incluso el barrio donde vive el protagonista Enrique es el barrio donde vivimos, y su casa es nuestra casa. ¡Los tomé prestados! La tertulia literaria a la que asiste el protagonista está inspirada en la tertulia literaria de la cual soy miembro.

    Las vidas de dos personajes, Vicente y su mujer, sí están inspiradas, hasta cierto punto, en mí y mi esposo. Pero el papel de esta pareja en la novela es mínimo. Sin embargo, los personajes principales, e incluso los episódicos de mayor peso en la trama, son inventados y sus historias, totalmente ficticias.

     

    Con su primera novela.

    Aunque en breves capítulos de la novela, hay una mirada muy crítica a la depauperación general, pero específicamente moral, de la sociedad en tu país natal. Ello indica que eres de esos autores que consideran que la literatura no es puro divertimento, sino que tiene también un papel en la interpretación crítica de nuestras sociedades. ¿Qué te animó a colar un asunto tan controvertido como una parte esencial del conflicto de tu personaje principal?

    Nunca me ha gustado la literatura de puro divertimiento, salvo cuando era una niña. En los libros que leo busco algo más. Sobre todo ahora, a mis años. Disfruto mucho leyendo a los escritores inteligentes, a aquellos que tienen mucho que decir y nos cuentan episodios de la historia mundial a través de su propia óptica, exponiendo la realidad a través de sus perspectivas filosóficas.

    Como escritora, yo no podría contar simplemente una historia de amor, sin vincularla a un escenario histórico; me parecería demasiado superficial. Mi protagonista femenina, Larisa, es rusa, de la Rusia de hoy, un país que ha sufrido una conmoción social de gigantescas proporciones y que, por extraño que parezca, es desconocido para la mayoría de las personas en el mundo actual. Se conoce solamente lo poco que se escribe en la prensa, que muchas veces no es nada objetiva. La gente tiene una imagen de Rusia ―tanto de la Rusia socialista, como de la actual y de los años de la perestroika― que no se corresponde en lo  más mínimo con la realidad. Claro que esta depende mucho del punto de vista de quien la mira; incluso los ciudadanos del país la ven de forma diferente.

    En esta novela yo intento ofrecer múltiples enfoques de esta realidad, mostrar las perspectivas de personas pertenecientes a las diferentes capas sociales.

    Como he dicho en la novela, los años noventa marcaron a Rusia con hierro candente; el país sufrió la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Lo peor del capitalismo salvaje llegó de occidente y se plantó en la sociedad. En este ambiente de derrumbe y pobreza total para la mayoría de la gente, brotaron muchos fenómenos detestables, como la droga, la prostitución, la mafia y la criminalidad en general. Tras leer la novela se comprenderá  por qué la gente mayor no podía aceptar esta “nueva” sociedad.

    Larisa salió de una de las capas más vulnerables de la población, y con su ayuda yo trato de mostrar las dificultades que tuvo el pueblo para adaptarse al capitalismo, después de su vida de antes: muy modesta, pero bastante segura económica y socialmente.

    He vivido 48 años fuera de mi país de origen; pero siempre he mantenido vivo mi interés por el destino de mi patria. Quisiera que la gente conozca un poco más a Rusia y entienda mejor todo lo ocurrido allí tras el derrumbe de la URSS.

     

    Es curioso que la imperiosa necesidad de escapar, de huir de asuntos y realidades nada agradables en sus países de origen, sea el eslabón que más sólidamente une a estos personajes: ambos buscan el refugio del amor final, definitivo, esa isla paradisíaca donde ser ellos mismos, por primera vez. Me gustaría que, sin contar la trama a un hipotético lector, presentaras a tus dos personajes.

    El personaje principal masculino, Enrique, es un hombre de sesenta años, divorciado, nacido en Cuba y residente en España desde hace tres décadas. En su momento dejó su país por no soportar la falta de libertad y las privaciones económicas. Tras una vida sentimental bastante turbulenta, se ha quedado solo y le entran deseos de encontrar una compañera.

    Larisa es rusa; bastante más joven que él. Son personas que pertenecen a mundos diferentes, en cuanto al nivel cultural y la trayectoria  vital. Cada uno arrastra sus propios fracasos y tiene sus secretos bien guardados. Sin embargo, hay algo que los une: su soledad y su vinculación con Rusia. Larisa también quiere cambiar su vida y busca una salida a su desesperanza. ¿Cuál será el resultado de este encuentro? El final de la novela nos ofrece la respuesta.

     

    Con su esposo, el cuentista y novelista cubano Antonio Álvarez Gil.

    Cuentos, narraciones para niños, y dos novelas… ¿Podrías resumir cuándo comenzó y cuál ha sido tu camino en la literatura y, quizás más curioso para nuestros lectores, cómo es convivir como escritora con un grande de las letras cubanas, tu esposo, el narrador Antonio Álvarez Gil?

    Empecé a escribir tras jubilarme y asentarme en España. A decir verdad, siempre me ha gustado expresarme por escrito. Creo que tal vez, si hubiese tenido la suerte de vivir en un país de mi ámbito lingüístico, hace tiempo que habría empezado a escribir ficción, y más con la “envidia” que siempre le he tenido a mi esposo, que es un escritor consagrado. Pero, desgraciadamente, he tenido limitaciones lingüísticas. Pero los años no pasan por gusto; llevo casi cincuenta usando el español diariamente y lo he llegado a dominar bastante bien. Así que me atreví y empecé escribir en un idioma que no es materno para mí. Al principio, me preguntaba con frecuencia si debía hacerlo o no. Pero después pensé que no soy la única. En la historia de la literatura ha habido varios casos de escritores que usaron en sus escritos un idioma que no era su lengua materna, pese a ello, llegaron a ser muy famosos. Si pudieron hacerlo Nabokov, Conrad o Kundera, también yo podría intentarlo. Siempre me he trazado metas altas.

    También me inspiró el hecho de haber empezado a asistir a la Tertulia Literaria de Guardamar del Segura. Al mismo tiempo,  me han ayudado  los cursos sobre escritura creativa que he pasado. Empecé con cuentos para niños y saqué un libro. El hecho de ganar un premio de la editorial por este libro me dio alas. Así que seguí escribiendo, en este caso, cuentos para personas adultas: y publiqué dos libros más. Posteriormente me lancé a una novela corta. Fue mi cuarto libro. Y aquí estoy con el quinto, una novela moderadamente extensa. La escribí en un suspiro, en dos meses. Pero pasé otros varios trabajando con el texto. Siempre lo hago: corrijo y vuelvo a corregir. Después lo dejo reposar y lo arreglo otra vez. Así puedo seguir hasta la eternidad. Es la parte del trabajo que más placer me produce.

    Durante los años que he convivido con mi esposo, he aprendido mucho de él. Siempre he sido su lectora cero y su primera crítica. Hemos pasado años hablando de  literatura, de la buena prosa, la estructura y los trucos para crear una buena trama. Esto ha sido muy positivo en mi desarrollo como escritora.

    Pero ahora viene la parte negativa. Seguramente algunos piensan que mi esposo me ayuda mucho en lo que escribo. Y no es cierto. Quizás al principio. Pero ahora apenas lee mis cosas; nunca tiene tiempo, ocupado siempre con lo suyo. Sin embargo, yo todavía sigo siendo su lectora cero, jaja.

  3. La novela debe exaltar la dispersión, la atomización, incluso la incausalidad y el azar.

    Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela Amantes y destructores. Una historia del anarquismo, ¿qué le diría para incentivar su interés?

    Amantes y destructores es una novela que invita a participar de un viaje individual y colectivo, conmovedor e inesperado. Como su título indica, recrea la ambivalencia del ser humano que puede amar y destruir al mismo tiempo, todo en el marco del desarrollo del Anarquismo, utopía de organización social que busca prescindir del Estado, la autoridad o el gobierno para vivir en libertad. La novela busca concienciar al lector de cambios sociales, culturales y políticos de los últimos siglos -XIX-XXI- que ocurren imperceptiblemente a nuestra vista pero que en la novela alcanzan una sólida imagen. El libro ofrece al lector una mirada holística de los sucesos que condujeron a la Primera Guerra mundial semejantes a los de este nuevo mileno definido también por una “paz armada”. La narración fragmentada en distintos tiempos involucra al lector, pues la novela es, además, un ejercicio de lectura alternativa frente a los automatismos a los que ha ha acostumbrado la industria editorial. El escritor no trata a los lectores como clientes que compran literatura de entretenimiento y deben ser satisfechos. Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo desarrolla una propuesta estética original que hace un llamado urgente a la sensibilidad.

     

    Esta es su segunda novela. La primera, Desaparición, se refiere justamente a ese trauma nacional de las desapariciones en el contexto de la Toma del Palacio de Justicia en 1985 y por sus páginas desfilan otros personajes de la historia colombiana. Tu apego a la historia ¿significa algún concepto específico sobre el papel de la literatura o es puro amor a la historia? En cualquier caso, ¿por qué novelas históricas?

    Yo me apoyo en lo que se conoce como historia, es verdad, pero rechazo la Historia como tal, como disciplina. Creo que las historias se identifican, como han afirmado muchos, con el discurso de los poderosos, de quienes vencieron, y este canon tiene sus gradaciones. Luego de las historias nacionales están las continentales y las hemisféricas, y a menudo todas se confunden en detrimento de los sucesos “locales”. La historia de Occidente es la historia de Europa, y aquí de sus países colonizadores, y la de Norteamérica es fundamentalmente la de Estados Unidos. El dominio de un discurso es evidente, y la cuestión no es solo aplicable a la Historia, tiene que ver con los relatos de hechos en general. Hasta hace poco, si no todavía, la literatura “universal” ha sido la literatura europea y aquí, fundamentalmente, la de Francia, Inglaterra o Alemania. La universalidad obedece al canon, y el dominio fundamental no es en última instancia de carácter artístico. Una parte de Europa o Estados Unidos han tenido por años el poder económico y sobre todo militar para imponer a los demás su visión del mundo, sus ideologías, su cultura y su literatura. El mundo lee lo que se produce en centros culturales que lo son porque son centros de poder económico y militar. La literatura grecolatina nació de imperios, lo mismo que la española o la inglesa, y más recientemente la norteamericana. Hablar de Literatura o de Historia supone hablar de Comunismo, Socialismo o, incluso, como yo hago en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, de Anarquismo, ideologías de esos centros culturales. Analizado desde esta perspectiva, en Desaparición denuncié la barbarie de “fuerzas oscuras” sustentadas en una ideología fascista, anticomunista, propia de la Doctrina de la Seguridad impulsada desde Estados Unidos para toda América. “La historia nos toma como ejemplo”, dice en un momento dado el personaje principal, y creo que es justo esta evidencia la que intento problematizar. Como un romántico, quiero sumergirme en una consciencia individual para percibir, si es posible, la existencia real de la libertad. Como Max Stirner, el filósofo anarquista que sirve de trasfondo a Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, quiero creer que podemos eludir las abstracciones “históricas” que se nos imponen (Estado, gobierno, padre, moral…) y vivir nuestros propios valores individuales. Una utopía. No es justo que solo seamos comprobación inerte de la Historia, que, por ejemplo, si nacimos en un lugar estemos fatalmente determinados a tener y sufrir sus condiciones y resignarnos a ellas. El discurso protestante del “Tú podrás”, que lleva a que los anglosajones crean a pie juntillas que si uno quiere puede, resulta imposible en boca de un haitiano o un keniano. El abanico de posibilidades materiales de una persona del tercer mundo es reducido y su sensación de libertad se reduce ostensiblemente. Eso mismo puede advertirse respecto de un cubano, un venezolano o un colombiano. En esa gradación de lo que puede ser la libertad, hasta las lenguas son otro factor de ampliación o reducción de la libertad. Quienes hablan inglés amplian su radio de acción. De hecho, estos últimos tienen mayor impacto o difusión y con ello más posibilidades de acceder a ciertos derechos. En fin, creo que me he extendido en el asunto de la Historia, o incluso lo he dejado al margen, ¿verdad? Lo cierto para mí es que de la Historia y la Literatura lo que me interesa es esta idea de libertad: hasta dónde podemos llegar y hasta dónde podemos vivir lo que consideramos nuestra naturaleza. De esto se trata lo que escribo. Panclasta, el personaje de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, es su encarnación más tangible. Una proyección mía, también. Yo he sentido que mi margen de libertad, como el suyo, es estrecho y que circunstancias históricas como haber nacido en Colombia tiene qué ver con la limitación. La toma y retoma del Palacio de Justicia en Colombia en 1985 que recree en Desaparición y aparece de nuevo en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo me interesan mucho como hechos históricos porque dejaron muy claros nuestros límites materiales como ciudadanos de este país. Desde ese momento, el pueblo comprendió quiénes tenían el poder y hasta dónde llegaban sus derechos. Por su parte, Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo es una novela sobre las causas materiales de la Primera Guerra mundial, objetivo de “nuevos” capitalistas que querían desplazar a los anteriores. Allí ubico la experiencia individual del personaje, que es un ciudadano de la periferia. La lógica bélica es repugnante, pero lo más grave del asunto es que por ella cayeron, como caen hoy, los más vulnerables.

     

    Una de las partes más llamativas de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo es la que protagoniza ese (¿podríamos arriesgarnos a llamarlo?) alter ego de Panclasta que es invitado a Europa como investigador/escritor…, obviamente un contrapunteo muy interesante entre el pasado (Panclasta anarquista en Europa) y el presente (una Europa y un mundo conmocionado por los extremismos de toda índole)… Nadie se atrevería a negar que esa es una estrategia tuya, como novelista, e incluso una especie de desdoblamiento del Gustavo Forero intelectual, pero… ¿que pretendes lograr, develar, alcanzar con ello?

    Amantes y destructores funciona a través de comparaciones, de contrapunteos, como señalas. Entre dos personajes, literarios pero también históricos; dos continentes, Europa y América; dos culturas, una hispana y otra llamémosla mundial (que incluye Francia, el pueblo judío o Rusia); dos sistemas políticos, monarquías y repúblicas; y, sobre todo, dos tiempos: los primeros años del siglo XX, cuando se consolida el Anarquismo en Europa, y la contemporaneidad, más o menos a la altura de 2015, cuando España vive la crisis económica. En un momento dado, el narrador mismo de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo hace un paralelo entre los dos momentos históricos y lamentable es comprender qué poco ha cambiado: el poder sigue concentrado en unas cuantas manos y la miseria campea en buena parte de la humanidad. La historia occidental de la que he hablado antes nos ha enseñado que luego de las revoluciones sociales estaríamos un poco mejor. Sin embargo, ¿se puede afirmar que el individuo es más libre? Por siglos nos han obligado a separar dos aspectos de la vida, el material y el espiritual, y nos hicieron pensar, por ejemplo, que la religión nos procuraba un sentido, pero para muchos, para mí hoy, esta es un espejismo de reconciliación con el orden injusto. Para volver a lo que sustancialmente me interesa de la literatura, creo que persiste en los individuos el ansia de libertad. Echamos de menos, entre otras, la libertad de movimiento, que es la que los personajes de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo más echan de menos. También, la libertad de consciencia, la de pensamiento, la de expresión, la libertad sexual… La libertad puede ser un concepto abstracto pero se concreta en representaciones muy tangibles. Escribo esto en un país donde es peligroso ser liberal, socialista, comunista o anarquista, donde se persigue a los líderes sociales que son a menudo indígenas o afrodescendientes. Hablar de estas cosas puede granjear numerosos problemas en este contexto. Las “fuerzas oscuras” realizan sistemáticamente una “limpieza social” y a sus ojos y los de muchos hay demasiada mugre. Por todo eso, Colombia y el mundo entero requiere movimientos sociales que persigan y alcancen una a una esas libertades. Estamos en tiempos de represión, de limitaciones. Los imperios se han convertido en monstruos terribles que nos lo imponen todo con la apariencia de que eso es lo normal: desde la pésima alimentación hasta los dioses en qué creer, la literatura que leemos o las formas mismas de lectura. Es necesario entonces luchar contra la enajenación. Desde este punto de vista, la lucha de hoy se parece mucho a la de finales del siglo XIX: es por derechos mínimos, por sobrevivencia, por elemental justicia. Los individuos del XXI también estamos cercados y es necesario cortar la alambrada. Stirner hablaba del único y su propiedad. Todos deberíamos ser únicos y contar con nuestra singular propiedad.

     

    Públicamente has confesado admiración por Panclasta, e incluso se intuye en algunas declaraciones tuyas tu creencia en rescatar algunas de sus posturas para el entorno colombiano e internacional… ¿Por qué esa admiración? Y, aún más, ¿qué salvarías para “nuestro hoy” de la experiencia de este anarquista?

    En efecto, Ramón Vicente Lizcano (1879-1943), alias Biófilo Panclasta, me resulta admirable porque, con todas las dificultades y peligros que el hecho suponía vivió conforme a sus principios, a su idea de libertad. Justo hasta los límites que su tiempo y contexto tenían. Con tal objetivo se enfrentó a un sistema que lo rechazaba, que lo empequeñecía, que lo perseguía y buscaba de un modo u otro eliminarlo. Por nacimiento, en condiciones precarias, él estaba predeterminado a la exclusión, al aislamiento, al rechazo, pero hizo de todo eso su fuerza para luchar. Y aunque no se puede decir que venció, dejó una impronta, señales, espejismos del posible camino para la liberación individual y colectiva. Acaso se le acuse con razón, como lo hizo el anarquista francés Charles Malato, de individualista a ultranza a la manera de Stirner; o como lo hicieron sus contemporáneos, de diletante, disperso y aún alcohólico. Sin embargo, yo hoy puedo decir que en el hostil contexto colombiano el ensimismamiento y todos sus efectos puede ser una necesidad. De años, este país, que se cree una democracia, rechaza la singularidad y la combate sin clemencia. Colombia exige hombres, machos, católicos, blancos, ricos y conservadores, entre otras lindezas. Aún hoy, es obligatorio ser de derechas, productivo y “juicioso”, como se dice a menudo en Bogotá. Lo demás carece de valor. Basta leer los lamentos de quienes no siguieron el estereotipo en el siglo XIX y de quienes no lo hacen hoy para entender la terrible dimensión de las exclusiones sociales vigentes en el país. Desde Bolívar (que gozaba en buena medida de los atributos exigidos a las “personas de bien”) hasta Sergio Urrego, el joven homosexual que se suicidó en 2014 por el bullying que se hace normalmente a su condición, varios lo han denunciado. Últimamente Dylan Cruz, el jovencito que participó en las movilizaciones de 2019 contra la injusticia del sistema educativo, fue asesinado por un agente del temible Escuadrón Móvil Antidisturbios, ESMAD, cuando exigía su derecho a la educación. Las discriminaciones siguen a la orden del día. En el medio están el poeta Porfirio Barba Jacob (alias de Miguel Ángel Osorio), la famosa monja Laura Montoya, el propio Gabriel García Márquez, que tuvo que salir huyendo del país en un momento dado, o Pablo Montoya, quien en el siglo XXI denuncia la ignominia generalizada que nos acecha a los colombianos. Todos ellos sufrieron la exclusión, la persecución y en algunos casos la muerte, por sus ideas, por su condición, por ser, en fin. La “democracia” colombiana no da como para aceptar individualidades “conflictivas” (así las llaman). Ni en 1900 ni hoy.

     

    Creo que mucho aporta tu novela en lo referido a la tendencia actual (más latinoamericana que Europa, por cierto) del uso de la fragmentación estructural, dramática y de personificación en la configuración de los mundos de la novela. En Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo tu teoría de la fragmentariedad es, en verdad, un juego literario de altos quilates. ¿Podrías explicarle a un potencial lector por qué esta teoría y qué valores tiene en tu opinión?

    Te agradezco la pregunta. Por supuesto. Mis “teorías literarias” se vinculan sin duda con mi narrativa y Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo no es la excepción. La novela ilustra mi tesis sobre la necesaria fragmentación moderna de la novela. Frente al mito de la unidad o la totalidad, pienso que la novela debe exaltar la dispersión, la atomización, incluso la incausalidad y el azar. Al respecto, hace años escribí un artículo académico donde oponía la estética de Macedonio Fernández, el escritor argentino que influyó a Julio Cortázar, y la de Mario Vargas Llosa, el nobel peruano. Mientras el primero propone la fragmentación formal, el segundo busca a todo precio la unidad; mientras el primero se enfrenta a la incertidumbre, el segundo cree en certezas; mientras el primero recrea el azar, la contingencia, el segundo cree en totalizaciones. Para el primero, la novela siempre está inacabada, proyectada, como la vida misma, en tanto para el segundo ella debe dar cuenta integral de un mundo. La asunción de una u otra estética para el escritor contemporáneo no es cosa adjetiva. Representa la visión misma de que el mundo es o bien puede ser, que podemos circunscribirlo o no, que es posible descifrar la realidad por la razón o no… que es deseable vivir o explicar, sentir o limitar. Lo que hay de por medio es la definición misma de la naturaleza del hombre que desde hace años se ha bandeado entre razón y sensibilidad, entre ser y deber ser, entre dueño del mundo o simplemente un habitante más de este. ¿Puede su razón delimitar la realidad? Superándose el maniqueísmo clásico, surge el campo literario de la indeterminación, la disolución de los polos o la multipolaridad, como clave de un nuevo pensamiento frente a una realidad más compleja. Hoy vivimos una época de incertidumbre, de relatividad. La vida misma tiende a la indefinición. Siempre faltan solidaridad, fraternidad y sobre todo libertad. Es necesario que los sistemas reconozcan las diferencias, las singularidades… Estandarizar a las personas, clasificarlas y definirlas ha sido un proyecto histórico inhumano. Como dije arriba, es necesario reconocer la libertad de todos y cada uno, su peculiaridad, su naturaleza… Las relaciones económicas de producción han buscado uniformar, homogeneizar, a fin de generar utilidades. Esta es la médula del viejo capitalismo enemigo de la libertad. En él, el trabajo es la forma más sofisticada de la esclavitud: enajena al hombre al punto de convencerlo de que es su sentido en la vida. Así lo celebran los empresarios. El sistema nos ha llevado a esto no por identificarse con las motivaciones individuales sino por llenar las arcas de los poderosos. No hay libertad alguna en entregar el tiempo a cambio de dinero. No se puede hablar de sistemas justos cuando sacrificamos nuestros deseos en pro de negocios monopólicos y transnacionales. Sobre esto, hace poco escuché la conferencia de la abuela Kihili Kunturpillku que afirmaba, para mí con una justeza meridiana, que este planeta es tan rico que todos podríamos vivir sin trabajar, que a todos la tierra nos ofrecería lo necesario. Yo siento que esto es verdad, que en gran medida trabajamos por enajenación, por falsa convicción de provecho, por exigencia de un sistema económico que nos ha convencido de que esto es ineludible. Trabajar por lo propio no es trabajar, es ser.

     

    Finalmente, pregunta gastada pero necesaria: ¿qué escribes actualmente?, ¿insistirás en lo histórico en el futuro?

    Actualmente termino la segunda parte de la trilogía propuesta con Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo. Si en esta aludía al Anarquismo como tendencia de los primeros años del siglo XX, en esta segunda parte me adentro en el Comunismo de los años setenta del siglo pasado como médula del conflicto mundial contemporáneo. Y aunque mi propósito –ya lo he dicho— no es escribir novela histórica, indago en temas como la represión estatal, los escuadrones de la muerte, la persecución sistemática a la Izquierda, las torturas, las desapariciones, etc., todo eso que caracteriza la política de “Seguridad” de la época que, sin duda, surge de la doctrina de la seguridad nacional establecida en Estados Unidos y seguida todavía por los países latinoamericanos.

  4. Me he considerado siempre una ‘escritora de domingo’

    Si tuvieras que recomendar a un lector potencial tu libro La edad de Sara, ¿qué le dirías para incentivar su interés?

    Lo primero que le diría es que la lectura de este libro no lo va a aburrir. Y eso ya es bastante, teniendo en cuenta que el tema, la vejez, no es precisamente muy divertido. Yo creo que el aburrimiento es el principal motivo para que una persona abandone un libro luego de la tercera o cuarta página. Y creo que La Edad de Sara logra atrapar al lector desde el comienzo.

     

    La vejez, como dices, el eterno dilema de la especie humana, es el foco de atención de tu libro. Se ha escrito mucho sobre el tema y ello impone una pregunta: ¿qué crees que puede encontrar el lector de nuevo en La edad de Sara?

    La verdad es que, en términos de contenido, no hay mucha novedad. Se ha dicho y se ha pensado bastante sobre uno de los grandes pesares de la vida humana como es la llegada de la vejez.  Estamos acostumbrados a ver la vejez como algo grave. Mi intención era quitarle un poco de gravedad al tema. Esto es quizá lo único nuevo, que me he aproximado al tema de una manera ligera, sin restarle por eso su trascendencia. La vejez está asociada con atributos negativos: decadencia, fealdad, debilidad. Mi intención era desdramatizar en alguna medida tanta desgracia. Y la sugerencia final podría ser que a la tercera edad no le viene mal un poco de humor.

     

    Aquí se impone decir que no es este tu primer libro. Así que te lanzo un reto: explicarle a los lectores, de modo breve, de qué tratan tus anteriores libros: 

    Los gatos pardos de la noche (2013) es una novela policíaca. El protagonista es un intelectual belga que pasa por una crisis existencial que lo lleva a involucrarse con una banda de peligrosos criminales. Su muerte, producida en circunstancias misteriosas, hace parte de un complejo rompecabezas que se va armando a lo largo de la novela.

    En Cantata Profana (2015), una octogenaria reúne a toda la familia para celebrar su cumpleaños. Cansada de vivir, nadie sabe -solo ella- que éste será su último cumpleaños.

    Inquilinos (2019)es un libro que contiene dos novelas breves. La primera recrea el mundo banal y sórdido de varias personas que comparten una casa de vecinos. La historia comienza cuando uno de ellos aparece muerto. En la segunda historia titulada, El espacio entre A y B, una mujer que se reconoce como holgazana congénita, conversa por las noches con un paciente terminal.

     

    Volviendo a tu libro La edad de Sara, Ilíada Ediciones lo publica en su sello Cuadernas, dedicado a las Humanidades, y cualquiera podría entender, si abre rápidamente las páginas, que se trata de un libro de ensayo, pero no es un típico libro de ensayo, pues tiene mucho de historia novelada, de juego teatral, e incluso de filosofía. ¿Por qué esa mixtura genérica?

    La combinación de géneros tampoco es nada nuevo. Incluso los filósofos de la antigüedad griega la practicaban para exponer de manera más sencilla su pensamiento filosófico. Se me ocurrió que para hablar de un tema tan poco apasionante como la vejez, lo mejor era considerarlo de manera concreta, individual. La vejez de alguien. Para eso lo mejor era crear un personaje. Así apareció Sara, cuyo nombre está inspirado en el personaje bíblico de Sara, conocida por su ancianidad. De este modo, en vez de que las reflexiones se hagan en abstracto, hay un personaje que reflexiona sobre su situación. Y aparecen otros pocos nombres más que sirven como apoyo literario para las ideas que quería desarrollar. Antes decía que éste no es un libro aburrido. Es precisamente gracias a los personajes y a alguna pequeña trama básica que se logra la amenidad.

     

    Más allá de la importancia universal del tema, uno de los más álgidos problemas de las sociedades europeas. Si tuvieras que resumir, ¿cuáles crees que son las causas esenciales de que algo tan natural como el envejecimiento haya llegado a ser un trauma, para muchos irresoluble, en sociedades desarrolladas del llamado Primer Mundo?

    Lo que yo digo es que llegar a viejo ha sido traumático siempre. No existe una época en la historia en la que la gente se alegre de la inminencia de su vejez. Esto sigue siendo así hoy en todo el mundo. Pero el desarrollo tecnológico y científico alcanzado en las últimas décadas, además de los cambios en los hábitos de vida de la gente, en particular en los países desarrollados, no solo han aumentado la esperanza de vida de la población sino también la calidad de esta vida. La gente de estos países hoy está convencida de que puede retrasar al máximo la aparición de las señales de deterioro físico, y se empeñan en ello. Un empeño que puede ser estresante.

     

    ¿Propone tu libro La edad de Sara alguna solución, alguna salida, ya sea desde lo personal o desde lo social?

    El libro no propone ninguna solución. Una solución a este problema solo podría provenir de la ciencia, en un futuro que algunos creen que no está lejano, pero por ahora no es el caso. Más que solución, el libro sugiere una opción, por supuesto desde lo personal. Cada individuo, si se siente capaz, lo asumirá desde su individualidad. Una opción que requiere una buena dosis de inteligencia y otra de humor.

     

    Finalmente, pregunta gastada pero necesaria: ¿qué escribes actualmente?

    Me he considerado siempre una ‘escritora de domingo’, alguien a quien le gusta escribir pero sin ánimo profesional. La poca ficción que he escrito la he hecho de manera irregular, y en los pocos ratos libres. Hace unos años me dije que habiendo tantas buenas novelas para leer, para qué intentar escribir otra que seguramente no llegará a tener la calidad de cualquiera de las obras de, por ejemplo, Robert Harris, uno de mis escritores contemporáneos favorito. Mejor invertir el tiempo leyendo buenas novelas de otros autores.

    Pero sí tengo entre manos un nuevo proyecto ensayístico. Una vez más, usando algunos recursos literarios, quiero dar una mirada a cómo ha cambiado la sociedad colombiana -mi país de origen- en las últimas tres a cuatro décadas. Mi idea es observar cómo ha evolucionado la situación social y económica de una familia (ficticia) de clase media-alta, a partir de los años 1970 hasta el presente. Hace mucho tiempo que no vivo en Colombia, y cada vez que voy de vacaciones me sorprendo de lo distinto que es el país de hoy al que era en mi infancia. En este ensayo intentaré comprender y describir esa diferencia.

  5. Un poemario sobre mi derrotero, pero también sobre la vida

    Si tuviera que recomendar a un lector potencial su poemario Berlinario, ¿qué le diría para incentivar su interés?

    Diría: caros lectores, este es un poemario sobre mi derrotero, pero también sobre la vida. Por eso, con toda la humildad de la que soy capaz, les invito a encontrar en estas páginas ese espejo diáfano en el que mirarse, lleno de interrogantes y respuestas sobre temas esenciales, recurrentes en cada uno de nosotros: el amor, los miedos, el odio, la traición, la amistad, la responsabilidad, nuestras vulnerabilidades, el sentido de nuestra existencia, la capacidad de resistir, aprender de lo que acontece, desde la perspectiva que lo he vivido. Estoy segura de que hallarán denominadores comunes. Sugerentes títulos como “Quién eres”, “Elegía a la Muerte o al Punto G”, “A algún amigo”, “Hallazgo”, “Vulnerabilidades”, invitan a colocar la lupa, observar y cuestionar nuestro entorno como recurso eficaz, enriquecedor, en ese proceso que nos permite crecer, sanar, disfrutar ser quien realmente somos, vivir a plenitud la vida.

     

    Este es su primer libro, luego de haber incursionado en el terreno del audiovisual y el teatro. ¿En qué sentidos esa experiencia creativa en otras modalidades artísticas influye en los poemas de Berlinario?

    En Cuba solemos decir que hasta el Guaguancó tiene su Dramaturgia, así que es imposible sustraerse a esa mimetización, fluye en mi ADN. Esa imbricación es mi sextante. Cada poema narra una historia, en cada imagen hay una historia que subyace. El Arte es eso esencialmente: contar una historia. Por eso, cada poema puede convertirse en un espectáculo, en un monólogo, en una o varias escenas. Las historias de Berlinario son fuertes. Muy fuertes, llenas de contradicciones, interrogantes, contrapunto, exploración y transgresión de los límites, donde a ratos salta la acústica de palabras en otras lenguas. La constante es la intensidad y el ritmo, la cabalgata. Cada inspiración trae su propio lenguaje. Si el cine, decía Einsenstein, es una expansión del teatro; ¿por qué no decir que la poesía es una síntesis de modalidades artísticas? Me encanta cuando esas imágenes cortan la respiración al lector, como un buen cuadro, un buen plano secuencia, una buena escenografía.

    Berlinario fue una eclosión imparable, por eso, lo formal no es lo indispensable. Ahora que me invitas a reflexionar sobre ello, encuentro esa marcada tendencia a escribir en “secuencias”, en poemas como “Berlinario” o «Intento fallido de Haikus» a La Habana, el ojo de una cámara describe el paisaje con una “voz en off”. «Cíclico», u «Onanismos», recrean la narración con el lenguaje de una moviola. «Amenaza» es un poema de diez páginas. Habla de todo tipo de amenaza, la tensión va in- creccendo hasta que… Bueno, mejor lo leen. Otros poemas, sin puntos ni comas, sin corte, son como planos secuenca. «Tsunami o/Zunahme» y «Antipoema I» bien podrían ser un “Efecto V” de distanciamiento, brechtiano.

    Pero cuando escribo, no estoy pensando en eso. He pasado tantos años hablando en otras lenguas que necesitaba refugiarme en mi propia lengua. Berlinario no se reprime. La mayoría de los poemas son una hoguera que arde largamente… Había muchas que exorcizar y luego incinerar.

     

    Además de la intimidad y la sensibilidad que encontrará el lector en los poemas de Berlinario, hay una zambullida muy profunda en los traumas del exilio, pero este proceso traumático es visto en todos los casos como una ruptura con las raíces al tiempo que se experimenta un enriquecimiento, una transformación dolorosa, pero muy enriquecedora. ¿Podrías explicarle al lector por qué esa visión del exilio en tu libro?

    En una de sus actuaciones.

    En una de sus actuaciones.

    El exilio es una experiencia que te supera. El destierro, su forma más álgida y punzante. Alguien decidió que no volverás a tu suelo. Eso genera rabia, sensaciones extremas que regular. Ante ti se abre un mundo fascinante, del otro está la aflicción del desarraigo, el miedo a sucumbir ante lo desconocido. Transformar ese dolor en fuerza, la pérdida en enriquecimiento es mi máxima. Crecer. Más si tus hijos dependen de eso.

    Las emociones es lo mejor que tenemos los seres humanos, pero en Alemania no puedes vivir a merced de tus emociones. Todo está reglado y se rinde culto al cumplimiento de una disciplina férrea. Son inflexibles. Cada cultura tiene sus códigos. Este es un país de migrantes. No por casualidad la xenofobia es un tema en el centro del debate social. Hay una intención política por limpiar los capítulos poco loables de su historia, pero quienes perpetraron dichos capítulos eran gente tan común como tú y como yo. Ser emigrante aquí supone también esa confrontación con la historia de este pueblo, con toda la sangre y los fantasmas de esta tierra.

    La condición de emigrado produce temores y reservas en los demás. He chocado con todo tipo de prejuicio y de discriminación: por ser extranjera, latina, mujer, divorciada, artista, temperamental, porque todo lo cuestiono, porque no está en mi natura amoldarme, menos bajar la cerviz. Otras veces por malinterpretar, no entender la lengua, o porque tengo limitaciones, como todo ser humano. He sido juzgada constantemente, hasta por tener acento. Me he sentido atravesada por una soledad a veces inconsolable. Vivo capeando el temporal del desempleo, he dormido en el piso de un albergue con mis hijos pequeños, he saltado muchas vallas. Manejarse con eso, incentivar mi autoestima en esas constelaciones, exige madurez. Pero es un proceso que agota. Nadie que no lo haya vivido puede evaluarlo con objetividad.

    No sé si hay una ruptura con las raíces. ¿Es eso posible? He  nacido en español. El poema «Destierro», es como una letanía a las formas que adquiere el destierro. A ese “Großenwahnsinnig” esa megalomanía exacerbada que compensa al hombre invisible en que te has convertido. Perder el sentimiento de “pertenencia” donde no se habla mi lengua ha sido letal. Adaptarme a las nuevas circunstancias, por desgarrador que sea, es impostergable. Eso es la Transculturación. La heredan tus descendientes. Los hijos se vuelven fuente de amor y apoyo. Con poca edad asumen responsabilidades que no deberían, al mismo tiempo les exiges aprovechar la oportunidad. Eso aviva cierto sentimiento de culpabilidad. Ellos han nacido/crecido aquí… ¿Cómo transmitirles amor por esta tierra si tú no lo sientes? La condición de migrante puede convertirse en grillete. ¡Hay que estar atento! El poema «Destierro» termina apelando al destierro del propio destierro. Porque decidí superarlo. Aceptar ser el híbrido que soy…

    Sin embargo, nunca sabes cuándo una de esas heridas va a abrirse otra vez… Ser un híbrido no te exime de nada. La función de una raíz es absorber la riqueza de la tierra en que estés. Es lo que hago. Dar, recibir, aprender… Nunca podré escribir con bridas, porque mi vida ha sido siempre soltar las amarras, desafiar los límites. Escribir debe servir para aliviarme. Todos llevamos heridas… Soy oceánica y serme fiel es mi modo de salvarme, más allá del exilio. Ese derrotero es Berlinario.

     

    Cuba, lo cubano, vivir «a lo cubano», amar «a lo cubano», obviamente, son parte del escenario de este libro, pero esas resonancias se sienten como lejanas, en ese «allá» que se observa desde esta orilla. ¿Qué Cuba encontrará el lector en estos poemas? Y, más específico, qué hay de la María del Carmen Ares Marrero original, la cubana, en este ser que escribe Berlinario y que dice ser un híbrido.

    En Cuba, estudiando audiovisuales.

    En Cuba, estudiando audiovisuales.

    El lector encontrará una Cuba subyacente. La gente que me ha leído se identifica con eso. Hay un poema que así se titula: «Cuba». Otro, quizás su contrapunto: “La Patria se fue”

    En Cuba viví dentro de mi propia escafandra. Es una metáfora recurrente. Con agujas que me hincaban. Vivía en una búsqueda insaciable, en un intento por salir de la estrechez. Soy una boca descomunal que ha saciado algo de esa hambre. Esa Cuba que aparece lejana en la poesía ya lo era estando yo dentro.  Esa lejanía, además, es también la necesidad intrínseca de protegerme. Es un mecanismo sabio del cuerpo para impedir que la onda expansiva del recuerdo, los anhelos, los faltantes, la nostalgia, te aniquilen. Por eso, no me interesa la poesía pura en formas que no quema, que no me dice lo que está sintiendo el individuo. He muerto muchas veces. Soy el Ares Fénix, dice algún poema…

    Hace unos días miraba con mi hijo menor fotos de Cuba, con la familia. Otras tomadas en Moscú, junto a mis compañeros de grupo y mi hijo acotó: «Mamá, mira qué feliz y sonriente estás en esas fotos con tu familia y qué triste te ves en esas de Moscú». Me quedé petrificada y pensando. Dicen que una foto habla más que las palabras. No fui muy feliz en Cuba. Mi exilio o “insilio” comenzó en mi infancia. Queda claro desde la primera página, en el poema «Dedicatoria».

    No respondo al cliché típico de la cubana jacarandosa amante de la rumbantela… Soy solitaria, pero vibro con el toque de las claves. ¡Y no quieran verme con un par en las manos! Incluso lo incorporo a los ejercicios de actuación con mis alumnos. Así, el lector encontrará ese combate de mi emocionalidad intensa caribeña vs esa emocionalidad alemana que sigue resultándome rara, trunca, disfuncional, pero que me ha permeado.

    No sé si hay una “visión” del exilio en mi libro. Hay una visión de la vida. Mi vida está marcada por ese exilio. Es transitivo.  Todos cargamos piedras enormes en nuestras mochilas, en todos los idiomas, en todos los climas. Puedes arrojar y despedirte del peso, pero la vivencia, el trauma como lo llamas, sigue tatuado en el subconsciente. Hablo del gris pertinaz del cielo berlinés porque es mi vivencia. No he vuelto a Cuba hace 33 años, ni me interesa ya. Mucho menos mientras esté bajo la égida del régimen castro-fascista. Allí sí sería una extraña.

    Hablando como los locos, hay un poema llamado “Por un trozo de bacalao con pan”.  Decidí desnudar mi alma. Escribir es eso: es catarsis, supuración, hasta que se hace la luz. La luz se hace cuando descodificas tu subconsciente. Sólo así puedes convertirte en ese alguien que realmente eres. Y amarte. Es lo más difícil.

     

    Algunos poemas no pueden escaparse de ese dilema que persigue a muchos intelectuales y artistas de la diáspora cubana: mirar lo que ha sido la isla en estos 61 años de fracaso totalitario. Si pudieras resumir en un par de párrafos parte de esos sentimientos sobre este tema que has vertido en algunos poemas, ¿qué dirías?

    En Moscú, con su amigo, el cineasta Emilio O. Alcalde.

    En Moscú, con su amigo, el cineasta Emilio O. Alcalde.

    ¡Es el gran dilema! Es una laceración que nunca cierra. Siento repulsión, odio visceral hacia el régimen y hacia aquellos que practican el contubernio con el poder de La Habana. Dan soporte y oxigenan un sistema que produce desolación, ruina. Desprecio a esos intelectuales que le entregan vida y obra sin llamar las cosas por su nombre  Disfrutan de fama y atención internacional aunque estéticamente no sean un portento. Soy crítica con eso. Es algo que procuro regular para protegerme. Procuro ponerme en su lugar, ningún extremo es bueno. Pero no se me da bien. No logro entenderles. No puedo ser indiferente. ¡Ojalá lo fuera!

    Aunque el régimen no haya gasificado a los presos políticos ni hecho botones con los huesos de las víctimas la dictadura cubana tiene muchos crímenes de lesa humanidad en su haber. El régimen asesinó a mi abuelo materno. Me lo arrebataron. ¿Y qué niño no adora a sus abuelos? En mi familia el suceso se barrió bajo la alfombra de la incorporación a la militancia roja. Pero mi memoria de infante atesora las imágenes de su personalidad iridiscente, su sonrisa sonora. Sólo sus hijos sabían de su actividad contra el régimen. Ese suceso trajo una ruptura familiar irreparable. A mí, nunca me revelaron quién delató a mi abuelo al G-2.

    Tuve una época de actividad política que acarreó el exilio. Desde la infancia conocí cómo la élite dirigente  ostentaba con un modo de vida derrochador, lleno de privilegios. Padre fue Director del Central Camilo Cienfuegos en plena Zafra de Los Diez Millones entre otros planes nacionales. Nunca se ocupó de mí. Madre fue funcionaria, diplomática en varios países. Ambos eran parte activa del desacierto. Crecí con una Nana y a los 11 años, ¡de cabeza al internado militar! Otra entelequia nefasta en mi vida. De ahí tanta disfuncionalidad.

    Fui testigo de la desmesura de un régimen arbitrario y tiránico que prometía resolver la hambruna del cubano, mientras regalaba arroz y azúcar a Chile, hospitales a Vietnam, enviaba hombres jóvenes a morir a Angola y Etiopía, preparaba su invasión a Venezuela y al resto de Suramérica… Sesenta y tantos años después, seguimos sin economía, sin transporte, las viviendas cayéndose, la inflación sin remedio, lo feo y la desidia pululan, como la represión y las tensiones en todo el país… Es lo único que allí fructifica. La juventud se vende para cubrir necesidades perentorias. La gente depende del dólar y gana su salario miserable en pesos cubanos. Las estadísticas del éxodo hablan por sí solas. La claria, el avestruz, el caracol africano son la encarnación de esa historia hostil.

    No creo en símbolos ni en iconografías, ni en héroes ni mártires. El daño que han causado, es irreversible. Quisiera olvidarlo. A veces me pregunto si es un pretexto que busco para no ser feliz. Pero saber de tanta injusticia y tanta maldad, me roba la tranquilidad. Mis hijos crecieron aquí, sin el sol caribeño, sin la playa. Mi madre, vieja y enferma, a quien no he visto en décadas, morirá. He pagado un precio alto por no ceder ante esa maquinaria depredadora que es el régimen castrista. Nunca he dado un céntimo a la dictadura. Me tranquiliza. Pero, ¿cómo puede un individuo soportar todo eso sin enloquecer?

    La única libertad posible la llevas dentro. La libertad es hija del Amor. El amor es una actitud que estas dispuesto a practicar. Un hábito que asumes, en cada acto de tu vida.

     

    Finalmente: Berlinario cierra una etapa y abre otra. Y en esa otra etapa, ¿Ares Marrero tiene algún otro libro en proyecto?

    Ya comencé Berlinario Continuidad. No puedo deshacerme de ese título. Creo que me acompañará siempre, porque expresa mi relación más íntima con esta ciudad que me adoptó, la tierra de mis hijos. Pero mi prioridad ahora es una obra de teatro. Luego un libro de cuentos ya en camino y un guión de cine.

    Hace poco concluí una obra en alemán. Die Alleskönnermaschine- La Máquina que todo lo puede. La adoro porque trata el conflicto de la creación artística y la gestión técnica, la amistad y la soledad. A través de la mirada de niños cuya edad fluctúa entre los seis y los nueve años. Es resultado de mi actividad como Pedagoga del Teatro. Está lista para publicar.

    Los cuentos también son divertidos. Mis personajes son como esas figuras de Botero que exigen, roban, tienen tanta hambre de espacio. Son excéntricos e inadaptados como Ignatius J. Reylli y obsesionados con sus aventuras, que son cruzadas absurdas, casi sin verdadero sentido… Sólo ellos creen en el sentido que dan a lo que hacen. Viven en su propio mundo… Van con su escafandra puesta, blandiendo su soledad, luchando. Siempre luchando, sorteando anhelos, haciendo algo para cumplir los sueños. Nunca claudican. ¡Como yo!

  6. Nuestra realidad actual da mucho margen para escribir el género negro de tema cubano

    Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela En la orilla equivocada, ¿qué le diría para incentivar su interés?

    Le diría que la trama gira en torno a una desaprensiva y un poco inescrupulosa abogada criminalista habanera apodada Houdini, que recurre a lo que sea con tal de ganar todos sus casos bajo la premisa de que el fin justifica los medios y el dinero calma mucho los nervios. Navega al borde de la ilegalidad y más allá de la ética profesional en el mar turbulento del terrible año 1994. El desgarramiento producido por una pérdida irreparable durante la crisis de los balseros late como una herida sin cicatrizar detrás de esa manera de entender el mundo, pero a pesar de su exacerbado pragmatismo, y sin que ella misma lo sepa, en el fondo no ha perdido del todo el sentido de la honradez.

    O quizás simplemente le diga con gran inmodestia a ese lector potencial: ” Oiga, cómprela y léala, que es muy buena”

     

    La novela, más allá de la investigación criminal que refiere, es un reflejo vivo de la actualidad cubana, de sus contradicciones, de sus claroscuros. Si te vieras retado a convertirte en crítico de tu novela, ¿en qué ámbitos En la orilla equivocada puede considerarse, más que novela negra, una novela realista?

    Es una historia gris que transcurre dentro del mundo personal de la protagonista y del mundo de La Habana, una mirada crítica de la realidad cubana sazonada con una subtrama de suspense y espionaje que tiene su origen en la época de la segunda Guerra Mundial. Fue escrita en lo más fuerte del Período Especial, cuando la caída del Muro de Berlín produjo un efecto dominó por el que empezaron a desmoronarse las utopías y los sueños. En Cuba ese terremoto nos obligó a enfrentarnos de golpe con realidades de una agresividad hasta entonces inconcebibles. Como autor, esa crisis me hizo patente que lo que estaba ocurriendo en mi entorno era mucho más violento e inmediato que cualquier trama futurista y me empujó a escribir novela negra, el género que hurga como un escalpelo en lo más lóbrego y oscuro de las sociedades y los seres humanos, con independencia de sistemas o ideologías. Nada es más realista que eso.

     

    El personaje principal es mujer, abogada, lesbiana a escondidas, pero se mueve con una fuerza dramática tal que, como sucede en otras novelas con personajes femeninos escritas por hombres” se roba la escena”. ¿Qué retos tuvo para configurar un personaje femenino tan complejo y sólido, teniendo en cuenta lo difícil que es expresar los conflictos de género desde “la otra acera”?

    En mi caso, el haber empezado a escribir ciencia ficción, me preparó para la fabulación y la extrapolación extremas, de modo que meterme en la piel de una protagonista femenina no fue más difícil que, digamos, escribir una historia que se desarrolle en un futuro muy lejano con personajes humanos y alienígenas. Algo que puede haberme ayudado a crear el personaje de Houdini es que en los casi treinta años de práctica profesional como abogado en un Registro de la Propiedad, siempre he trabajado entre mujeres y me siento muy cómodo con ellas. Otro factor interesante es que también conozco a varias abogadas criminalistas muy eminentes, algunas tan filosas como espadas. Cuando me planteé la trama de la novela, tuve que enfrentarme con el hecho de que no sería creíble un detective privado en Cuba, y tampoco quería que mi protagonista fuera un policía convencional. Entonces me decidí por un abogado, y enseguida la hice mujer. El carácter y personalidad de la Doctora Houdini no refleja a ninguna persona real, es una metáfora creada por mí.

     

    En la orilla equivocada, en cualquier forma, entra en el listado de novelas negras cubanas. Usted ha incursionado en ese género con La pelirroja, que fue muy elogiada en España. ¿En qué sentido se distancia el Roberto Estrada Bourgeois que escribió esa primera novela negra en su trayectoria como autor y ese otro que escribió En la orilla equivocada?

    No hay distanciamiento, solo el que pone en el tiempo las limitaciones de la edición en Cuba. La pelirroja y En la orilla… son producto de un mismo estado de ánimo y una concepción estética derivados de la situación de mi país. En la orilla equivocada obtuvo un segundo Premio de Novela Plaza Mayor de Puerto Rico, 2005. Dos años después la envié a una editorial de La Habana para su evaluación y nunca supe el resultado. Alrededor del año 2013 la envié a otra editorial también de La Habana, y después de una larga espera parece que va a ser publicada en una fecha aún no precisada. La pelirroja es la historia de un asesino serial que cae en la turbulenta Habana de principios de los noventa, cuando todo estaba hundiéndose en Europa y la marejada producida por el naufragio del Socialismo Real amenazaba con ahogarnos. En la orilla… es la historia de una profesional que ha prescindido de la ética para bracear en esas aguas oscuras que están a punto de tragarla.

    Navegando en la web descubrí Ilíada Ediciones, la propuse, y en tiempo record recibí una respuesta favorable. Espero que, a pesar del tiempo transcurrido, como las circunstancias de fondo de la trama no han cambiado demasiado en Cuba, la historia tenga una buena acogida de los lectores.

     

    ¿Puede hablarse de una novela negra cubana, más allá de Leonardo Padura, Amir Valle y Lorenzo Lunar Cardedo, que son los nombres más conocidos internacionalmente dentro de este género? En su opinión, ¿qué rasgos definirían esa novela negra “a la cubana”?

     Tengo muy poca información sobre los autores cubanos de novela negra exceptuando a los mencionados. Por increíble que parezca, un autor internacionalmente reconocido como Padura se publica muy limitadamente en Cuba. A Amir lo conocí en La Habana y leí tres novelas suyas, pero nada de su producción después que paso a vivir en Alemania, y de Lorenzo, a quien conocí en una Semana Negra de Gijón solo he leído una novela. Para mí ha sido más fácil acceder a obras de autores como Jonathon King, Michael Connelly, Qiu Xialong, Kent Krueger, Petros Markaris y otros, en los stands extranjeros de la Feria del Libro que a las de mis compatriotas. Recientemente pude leer una novela corta de un autor cubano que narra una historia de novela negra, pero usando ese estilo narrativo que se ha dado en llamar Realismo sucio. La proliferación exagerada de palabras soeces y folklorismo dentro del texto en mi opinión está de más, pero ese es un criterio muy personal.

    Hubo una época en que yo mismo pensaba equivocadamente que el realismo sucio es un lenguaje adecuado para la novela negra cubana, pero rectifique esa idea. Es suficiente el retrato descarnado de las miserias sociales y humanas, de los vicios, el individualismo, la codicia y todos los estigmas de nuestra época llena de tecnología, drogas, asesinos seriales y terrorismo exacerbado.

    Jesús Lens Espinosa de los Monteros escribió a propósito de la publicación de La pelirroja en España que esa novela es «un refrescante soplo de aire fétido en la liofilizada Europa del siglo XXI».

    Además de complacerme, la frase me convenció de que debía escribir otras historias. Estoy seguro de que nuestra realidad actual da mucho margen para escribir el género negro de tema cubano.

     

    Finalmente, ¿nuevos proyectos de escritura?

    Después de varios años alejado de la ciencia ficción acabo de terminar una novela de Space Opera, lo cual confirma aquello de que un viejo amor ni se olvida ni se deja.  También recién he terminado un thriller psicológico que se desarrolla en La Habana, cuyo título es Líneas de Fractura, en colaboración con mi amigo Vladimir Hernández Pacín. Y la perspectiva es una novela de terror a cuatro manos, también en colaboración con Vladimir. Paralelamente me dedicare a reescribir y pulir una novela ya terminada sobre la estancia de Lucky Luciano en la Habana y la gran reunión de la Mafia en el Hotel Nacional en 1946, y otra que narra la historia del ejecutivo de una empresa de Capital Mixto que se ve envuelto en una conjura para defenestrarlo, es separado de su cargo y cae en una espiral descendente hasta los infiernos de la marginalidad habanera. Su título es El Anónimo.

    Cualquier editor que lea esto y tenga interés en alguno de esos textos será más que bienvenido a rebourgeois@cubarte.cult.cu con una propuesta de publicación.

  7. La escritura debe tener detonantes e impulsos…y muchas veces, para mí, el detonante es el viaje

    Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela Annette Blanche, una chica del norte, ¿qué le diría para incentivar su interés?

    Le diría que es una primera novela escrita desde las entrañas y con el corazón, llena de vida y con una alta exigencia narrativa. Si algo puedo decir de mi escritura es que ésta es obsesiva hasta con el último punto, y esa obsesión tiene mucho que ver con el respeto que me debo a mí mismo, pero también con el respeto que se merece el lector. En este sentido, diría que es una novela honesta. Me parece que nada en ella quiere hacerse pasar por lo que no es, algo que sucede a menudo en la literatura y que a mí me resulta un poco desagradable. Lo expresaré con esta paradoja: naturalmente es una novela, por lo tanto es ficción, pero esta novela no miente. Eso me parece fundamental en la literatura: no hacer pasar algo por lo que no es. Y esta novela no se hace pasar por lo que no es. ¿Qué está llena de frustraciones? Lo está; ¿llena de rabia? También. Pero hay una brumosa atmósfera a medio camino entre la poesía y la esperanza que deja un sabor agradable, casi diría que reconfortante. De vivir, de estar aquí para descubrirnos, de encontrarle un sentido a las cosas y de tratar de encontrarnos a nosotros mismos.

    La novela, más allá de la trama que cuenta, ocurre en una atmósfera de mucha actualidad: las relaciones humanas en un mundo supuestamente globalizado pero donde, precisamente por los conflictos derivados de esa globalización, las confrontaciones culturales conforman parte del día a día. Si te vieras retado a convertirte en crítico de tu propia novela, ¿en qué ámbitos Annette Blanche… es una novela sobre nuestra más cotidiana actualidad?

    Lo es en la medida de que en realidad nunca terminamos de conocer al otro. Imaginamos, hacemos conjeturas, creemos saber, pero al final, descubrimos que sabemos muy poco y que siempre estamos solos. Por otro lado, el amor y el desamor serán universales y eternos, de manera que siempre serán actuales, y podremos identificarnos con cualquier lado de la moneda: el que da y el que no da.

    Llama la atención la fuerza expresiva de los personajes, especialmente, Juan y Annette, que en muchos sentidos «se roba la escena». ¿Qué retos tuvo para configurar un personaje femenino tan complejo y sólido, teniendo en cuenta lo difícil que es expresar los conflictos de género desde «la otra acera»?

    Es una cuestión de sensibilidad, tanto literaria, como de vida. Para la configuración de los personajes es importante observar y escuchar bien. Al final, uno debe mimetizarse con ellos. En algún momento, aparece un mendigo inglés y una editora española; no necesito saber cómo son los mendigos ingleses ni las editoras españolas, ni los hijos de la dictadura argentina ni los tailandeses que lavan platos en Londres, para entender su comportamiento; simplemente necesito ser sensible al comportamiento humano. Annette y Juan pueden ser universales, pero adoptan su personalidad de gestos minúsculos, como cuando Annette se encuentra a un niño perdido en el supermercado, a punto de llorar, y ella lo consuela con dos dulces palabras: “bombón chiquito”, y descubrimos que lo dura que aparenta ser resulta ser una máscara de toda su fragilidad. Pero creo que no se trata necesariamente de una habilidad narrativa, sino más bien de una habilidad humana: ponerse en los zapatos del otro. Difícilmente un hombre le diría a un niño que se encuentra perdido, “¿qué le pasa a este bombón chiquito?”. Eso no quiere decir que no los haya, pero en literatura hay que hacer las cosas verosímiles, y cuando un rasgo universal se puede patentar como un rasgo particular, entonces tenemos medio camino recorrido: encontramos la sensibilidad femenina en esas dulces palabras, aunque desde luego, hay que dotar a ese personaje de un carácter, de unas características, de una historia. Y el libro precisamente habla de la historia de Annette. En ese sentido, su complejidad y solidez derivan de mi esfuerzo por haberme puesto en sus zapatos.

    Annette Blanche… no es, sin duda, una novela mexicana. Hace unos años, el llamado Grupo del Crack (Volpi, Padilla, entre otros) se propuso escribir sobre temas menos nacionales, más universales, sin dejar de ser literatura mexicana. ¿Entra Annette Blanche… en esta categoría? ¿Hasta dónde se vincula a «lo mexicano» y en qué sentido se aparta de ese concepto?

    Si bien estudié y me formé como periodista en México, puedo decir que empecé a escribir literatura en España; en este sentido, no tengo nada que ver con el grupo que menciona. Digamos que me formé con patrones europeos a la hora de escribir narrativa: mi mundo literario era Europa, no México, y mis intereses estaban más en Europa que en México. Por eso, no vemos una novela “mexicana” al uso, aunque México está presente, desde la distancia. Yo escribí sobre Xalcar, el pueblo ficticio del sur de donde es Juan, desde 9,000 kilómetros de distancia. Y, naturalmente, basado en el recuerdo. En cambio, escribí de París, Londres, Madrid, Bruselas, estando justo allá, a partir de la experiencia. Soy mexicano, pero he vivido doce años en Europa, doce años formativos, sin duda, que me han hecho incluso mezclar palabras en mi propia narrativa, algo que dejó de importarme. Si el personaje -Juan- dice piscina o dice alberca, me da exactamente igual, porque él mismo ya no sabe dónde se dice qué, ni por qué. Tengo un libro de relatos, Alguien se lo tiene que decir, que no es ni “europeo” ni “mexicano”, sino casi diría que “australiano”, porque varios cuentos ocurren en Australia; allá viví seis meses y me basé en mi experiencia para escribirlos, aunque también aparecen en él Viena, Texas, Luxemburgo y México. En fin, creo ser un caso raro, tan raro que mi novela, Annette Blanche, una chica del norte, nunca ha aparecido en México. Quizá es porque no es “muy mexicana” -aquí debería reírme, pero esta es una entrevista-.

    Me gustaría, con la pretensión de que nuestros lectores conozcan tu obra, lanzarte un reto: que definas en un párrafo algunos de tus libros publicados:  

    Con la sangre despierta (2009): Son crónicas del primer arribo a una ciudad, narrado desde la experiencia de sus autores. Fue idea mía y me encargué de la convocatoria y de la edición. Es un libro para descubrir otro ángulo de ciudades diversas, y al mismo tiempo, es un libro sobre los sentimientos y vivencias de esos escritores en un momento significativo de sus vidas: el viaje.

    Alguien se lo tiene que decir (2012): Son relatos realistas; fragmentos de vidas truncadas, de amores frustrados y tristezas enclaustradas en un momento determinado: la ruptura, la muerte, la infidelidad, la violencia, la homosexualidad, la enfermedad, las despedidas, los malos tiempos.

    Las dos Besson y otras almas (2018): Hay una especie de geografía sentimental y cruce de vidas; es un libro de relatos, y cuyos personajes, a veces, saltan de uno a otro, libres. Me gusta pensar que es la continuación de Alguien se lo tiene que decir, pero es un libro más complejo; en todo caso, diferente. Hay también dos monólogos. Este libro aparecerá en México, en febrero de 2019, bajo el título: Aunque haya pasado esto.

    Finalmente, ¿nuevos proyectos de escritura?

    Nada en este momento. La escritura, para mí, debe tener detonantes e impulsos, y actualmente no he tenido ninguno que me despida hacia el largo y demorado camino de la imaginación. Y, debo decir que muchas veces, para mí, el detonante es el viaje.

  8. Nuestra historia desde 1959 es un constante deshacer la historia

    Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela Inquisición roja, ¿qué le diría para incentivar su interés?

    Esta es la novela que estabas esperando leer. No es un secreto que la historia la cuentan los vencedores. Los comunistas no son mejores que los fascistas, o que los nazis. No. De eso nada. Esta novela cuenta una historia que Fidel Castro nos ocultó. Por sus páginas cruza el sufrimiento de un país, el de sus hijos: personas que, por escuchar música en inglés, vestir a la moda, ser hippies, homosexuales, estar desocupados, ser cristianos, católicos, Testigos de Jehová, (todos en un mismo saco), junto a los que, al oler su traición como líder, decidieron enfrentarlo y ayudar en la guerra civil del Escambray, conforman la gama de personajes que transitan este libro. No hay mejor manera para definirlo que las palabras de la contracubierta: “Algunos dirán que es falsa esta novela. Que las Unidades Militares de Apoyo a la Producción jamás existieron. O que sí, pero que solo eran campamentos de reeducación donde, mediante el trabajo, se reinsertaba a las personas confundidas (sin su permiso) en una sociedad con normas nuevas. Eso de creer en un Dios decadente o que te gusten entes de tu mismo sexo o el rock and roll (esa música de maricones) no va con los revolucionarios. Un dolor así no se inventa, créanme. Transitar las páginas de una novela como esta se vuelve un asunto arduo. Caminas con dolor sobre el dolor de cuerpos inútilmente segados por esa otra guerra, esa estúpida e infantiloide borrachera de poder que comenzó para nosotros (que comenzamos a sufrir nosotros) en enero de 1959. Los personajes, levantados de sus rutinas a mitad de la noche, procuran sostenerse mediante una esperanza que saben inútil, pero que del mismo modo se niega a abandonarlos. Sus hambres anhelan con idéntica intensidad un cuerpo para amar que un trozo de músculo para sustentarse. Se burlan de todo y de ellos mismos. Y de paso nos cuentan una historia que hoy asusta a los mismos que la escribieron a punta de fusil. ¿Por qué Stalin fue peor que Hitler? Pues porque mientras fundamentalmente el malo de Hitler acabó con extranjeros, el bueno de Stalin fundamentalmente lo hizo con compatriotas suyos. Lo mismo hizo Fidel Castro en Cuba.”.

     

    Su poesía, además de los tópicos usuales al género, ha sido considerada por algunos como poesía “contestataria”, por su mirada crítica. ¿En qué sentidos se complementan y diferencian su poesía y su narrativa en este aspecto?

    Soy disidente desde que tengo uso de razón. En mi poesía parto de un dolor personal para ir hasta el padecimiento social. Ahí están mis inconformidades, la injusticia que me ronda también le atañe al prójimo. En mi narrativa el sufrimiento es colectivo. Trato de mantener una comunicación con esos seres comunes que transitan a diario por encima de la ignominia sin percatarse de quién es el responsable de sus padecimientos, y a pesar de ello siguen siéndoles incondicionales. Es mi manera de ver la realidad, de hacer ver al pueblo que otra manera de vida no es imposible. Que quienes ocupan el poder viven como capitalistas y nos hacen creer otra cosa para mantener su confort, su estatus y el de su familia. Que el bienestar del pueblo para nada les importa.

     

    Es una novela dura, con un tema aún más duro, y doloroso… ¿Qué le motivó a incursionar en un territorio sobre el que el oficialismo ha intentado tender un manto de silencio y sobre el que incluso muchos afectados apenas se atreven a hablar?

    Sí, es un tema doloroso, diría también, espinoso. Quienes lo padecieron, temen referirse a esa etapa de sus vidas. No sé por qué desde niño sentí una secreta admiración por Camilo Cienfuegos y Huber Matos. La de Camilo fue y sigue siendo una muerte misteriosa e increíble. La prisión de Huber Matos, absurda. Mártires, héroes los dos. Historias mal contadas, que ya todos conocemos. Todas esas cosas hicieron que me enfrascara en esta novela. Sufro cada día el destino que corrieron los judíos en la Alemania nazi, en los territorios aliados sometidos por Hitler. Es un trauma. Un dolor que me persigue desde la infancia, como el de los Testigos de Jehová, todos los seres humanos que fueron hostigados, cazados y enviados a campos de concentración. La intolerancia, la encarnizada cacería de bruja desatada contra lesbianas y homosexuales, perseguidos y reprimidos. Esta novela es un homenaje a todas esas personas vejadas, y mi odio visceral y eterno a Stalin, Hitler, Franco, Szálasi, Mussolini, Batista, Trujillo, Pinochet, Ceausescu, Tito, Mao Zedong, Leopoldo II, Hideki Tōjō, Ismail Enver Pasha, Hoxha, Duvalier, Pol Pot, Kim Il Sung, Megistu, Yakubu Gowon, Gaddafi, Choibalsan, Stroessner, Videla, Somoza, Noriega, Banzer, Carlos Castillo, Mugabe, Bolkiah, Nguema, Biya, Museveni, Omar Hasan, Déby, Afewerki, Nazarbayev, Rahmon, Lukashenko, Sassou-Nguesso, Chávez, Daniel Ortega, Evo, Fidel Castro…, y a todos los canallas como ellos.

    No sé la primera vez que oí hablar del tema “campos de concentración en Cuba”. Yo estuve en uno siendo niño: una “secundaria al campo”, no lo supe hasta que comencé a investigar, leer sobre el tema. Mi campo de concentración se llamó El Mijial, y por él escribí Ángeles desamparados.

    En mi inxilio santaclareño (marzo 2013-mayo 2017, período en que escribí la primera versión de Inquisición roja) compartí con ese hombre extraordinario que es Guillermo “Coco” Fariñas, su familia, y otros amigos de causa. Tuve el honor y la oportunidad de adentrarme en un mundo no desconocido, ya había tenido la oportunidad de acercarme a él por causa de mi amistad con personas peligrosas como Fariñas y Guillermo Vidal. Eso me hizo entender que era disidente antes de tener conciencia de que el comunismo es una farsa para embaucar a los pueblos. Tuve la suerte de trabajar en revistas y periódicos independientes con el Coco Fariñas, Mario Félix Leonard, Librado Linares, Gabriel Barrenechea, Rolando Ferrer, Luis Felipe Rojas, Michael H. Miranda, Francis Sánchez, entre otros, por eso vi la atrocidad cometida por los supuestos revolucionarios. Indagué, consulté publicaciones de los Testigos de Jehová, entrevisté, escuché a muchos que padecieron el escarnio de las UMAP, participantes o que tuvieron que ver con la Guerra Civil librada en la sierra del Escambray. Contacté a familiares…, y esos encuentros, sus anécdotas, agregaron sal a la herida, sangre del dolor al dolor sobre el dolor que ya de por sí tenía la novela. Es una historia que no podrá pasar inadvertida.

     

    Desde su perspectiva como creador, ¿en qué medida se distancian el escritor de Ángeles desamparados, su primera novela, y el escritor que puso punto final a esta que acaba de publicar Ilíada Ediciones, Inquisición roja?

    Cuando me enfrasqué en la escritura de Ángeles desamparados, era un escritor ingenuo, y la escribí por el Guille, Guillermo Vidal, quien vio una novela en un cuento de cuartilla y media en la ciudad de Bayamo a principios de los años 90, mientras intentábamos almorzar en el desaparecido Hotel Central: mirábamos cómo meterle el diente a dos lacones que reposaban frente a nosotros, rememorando el hambre que pasaban nuestras familias en casa, y al final desistimos y, sin probar bocado, nos marchamos al parque Céspedes. Allí me leyó un fragmento de No se lo digas a nadie, novela de Jaime Bayly, con palabras de Mario Vargas Llosa en la contracubierta. Ángeles desamparados la garrapateé sin conciencia crítica, con los recuerdos de una beca atroz, sin saber que estaba escribiendo sobre uno de los campos de concentración para menores existente en Cuba, pues eso y no otra cosa fueron Las Becas en el campo. Con Inquisición roja sabía lo que quería, aun así no me fue fácil entrevistar a testigos del hecho, y no todos quisieron colaborar. Pero en cada silencio aportaban más dolor al dolor. Los Testigos de Jehová que visité en 2016, me hicieron saber que no podían hablar por un pacto de silencio que habían hecho con el gobierno. Creo que, desde Ángeles desamparados (2001), a la fecha, me convertí en un narrador con otra perspectiva.

     

    En su novela hay una desesperanza casi total, como si la tesis fuera que ninguno de esos seres, al decir de García Márquez, tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra. Y, lo más preocupante, es que su novela parece hacer extensiva esa condena a toda la sociedad cubana actual. ¿Cree que los cubanos, ahora mismo, están condenados, o todavía puede haber esperanza?

    ¿Esperanza? No lo sé. En Cuba hay mucho miedo a poner el muerto. Nuestra historia desde 1959 es un constante deshacer la historia. Así es en la novela. No se puede dejar vestigio de las atrocidades cometidas, ese es el accionar de los comunistas, un constante olvidar, borrar los crímenes cometidos por el Estado, propagar una amnesia total, alzhéimer.

     

    Finalmente, ¿nuevos proyectos de escritura?

    ¿Proyectos? Seguir en la batalla para que retorne la democracia y el respeto de los Derechos Humanos en Cuba. Encontrar un camino para mis libros. Terminar la novela que escribo con Ana Rosa Díaz. Hacer una pausa, un receso, salir en pos de un amigo, sentarnos en el Café de la esquina y compartir el humo de la palabra.

  9. Ana Rosa Díaz Naranjo: El hueco es verdadero. La realidad cubana es un hueco.

     

    Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela El hueco, ¿qué le diría para incentivar su interés?

    El hueco maneja varias temáticas: la venganza, el rencor, la traición, el engaño, la culpa, el abandono, la mentira, el horror, la amistad, pero sobre todo el amor en muchas de sus variantes, el amor de lo sublime a lo profundo. Recomendar un libro es algo serio, y aún más, recomendarlo a un lector en potencia. Todo es cuestión de gustos; no obstante, pudiera garantizarle la estancia dentro de sus páginas, bajar hasta el fondo, vivir-conjugar-identificarse con una trama donde, la problemática cambia de rostros, sin perder su esencia.

     

    Escribir desde provincias, en un país tan centralizado culturalmente como Cuba (algunos se refieren al término «país habanocentrista»), es siempre difícil. ¿Qué retos enfrenta un escritor «de provincias» hoy mismo y en las nuevas circunstancias que atraviesa la isla?

    Escribir desde provincias es difícil, y más, desde una aldea (como acostumbro a llamar a Las Tunas), pero tuve la ventaja de vivir a unas cuadras del gran Guillermo Vidal, quien demostró que la literatura se hace desde cualquier sitio, incluso, desde “El hueco”, y, atendiendo a que fui su alumna, pero sobre todo su amiga, aprendí bien sus enseñanzas, sus consejos: «Escribe, no te preocupes por nada, solo escribe todo lo que venga a tu mente». Esas palabras no salen de mi cabeza. No deja de ser un reto escribir desde el estrés, la hiperactividad (dígase inquietud motora) homicida, persistente por los siglos de los siglos, en los aldeanos, dentro del infierno del que hablaba Guille, la carestía, “El hueco dentro del hueco”, el hueco de la ofuscación, el miedo a perderte, a cruzar la línea por donde transita la resignación sin dar fin a tu obra.

     

    En algunos foros y eventos nacionales en la isla se ha llegado a decir de cierto «machismo» a la hora de valorar la literatura que escriben las mujeres en Cuba, pero ciertamente, al menos en las estadísticas, ya son muchos los nombres de mujeres que se destacan en las letras nacionales. ¿Qué piensa sobre esa supuesta (o real) marginación de la literatura escrita por sus colegas mujeres?

    Alguien dijo que la literatura es una sola. Coincido con esta aseveración. La literatura no tiene rostro. Es cierto, el tal Machismo existe, pero, en mi opinión, muchas colegas se lo toman muy a pecho. Sin ser feminista, (pues soy de las pocas que sí pienso que no somos iguales para nada) muchas escritoras han demostrado que la obra habla por sí misma. Ana Luz García, Lourdes González, Yasmín Sierra, María Matienzo, Carmen Hernández Peña, Ena Lucía Portela, Karla Suárez, Mariela Varona, Anna Lydia Vega Serova, Maribel Feliú, Marvelys Marrero, María Liliana Celorrio, Wendy Guerra, Mildre Hernández, Leani Vento, Niurkis Pérez, Evelyn Queipo, son una muestra potencial de mi apreciación. La literatura tiene voz propia. Es asexual.

     

    El hueco se lanza de cabeza contra los prejuicios sociales en dos esferas bastante polémicas: la familia y la religión. Lo curioso es que la tesis que parece defender la historia es que sólo el amor y la fe salvan… ¿Hasta qué punto es eso así en la novela y en qué punto difiere y coincide con la realidad cubana actual?

    Independientemente de que el ser humano nace y en la medida que crece y desarrolla se apropia de una máscara protectora, en este archipiélago, ellas son más rudimentarias y diversas, más que máscaras son “caretas” (así de despectivas) con un importante papel en el tinglado de la escena actual. Las hay risueñas, de las que se la pasan elogiándote, adustas (todo les sale mal incluso morder al prójimo), dramáticas, (se hacen lxs locxs para ver qué entierro les hacen) conmovedoras (todo amor, y esconden los más espeluznantes secretos); en fin, tengo que reconocer que algunos cargamos varias máscaras y a veces, prescindimos de ellas por los amigos, aunque, como dice la Biblia, los lobos suelen disfrazarse de ovejas. Pero como bien describe El hueco, hay muchos tipos de amigos, muchos tipos de familias, de matriarcado, de parafilias, al igual que circunstancias límites dentro de cada humano atropellado por el deterioro de una sociedad que se abisma en las diferencias y los aldeanos lo saben, el resto no mucho, he aquí las coincidencias. El hueco, es la gruta que escoge Gustavo, el protagonista de esta novela, para esconderse, pero El hueco es también la burbuja mental, su máscara. No encuentro puntos para diferir de la actualidad-realidad cubana. Todos los puntos confluyen en un hecho. El hueco es verdadero. La realidad cubana es un hueco. Estos sitios abandonados del campo cubano existen en verdad, así como la mayoría de sus personajes y situaciones. Así que: Cualquier semejanza con la realidad NO es pura coincidencia.

    En tanto, Fe es sinónimo de esperanza. La religión forma parte de la fe, y la fe nace arraigada al ser humano, no se desprende un segundo de él, aunque sus acciones lo denieguen. Dijo Einstein: el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida. Y esto, sin conocerlo, mueve al protagonista de esta historia a lo largo de sus 216 páginas. Es también el ser humano movido por este sentimiento, que, al no poder controlarlo, cruza al otro extremo y toma tonalidades perversas en su empeño destructivo. El yin y el yan, la caja de Pandora, los polos opuestos, que también son endémicos del hombre.

     

    Ese enorme narrador y ser humano que fue Guillermo Vidal, al referirse a esa estética y temáticas singulares que lo caracterizaba, dijo en una entrevista que su narrativa era una especie de infiernos cotidianos múltiples, pues así de infernal era la vida cotidiana en una ciudad como Las Tunas que, decía él, tenía más de pueblo olvidado y perdido que de ciudad. Curiosamente ese espíritu se respira también en El hueco y se tiene esa sensación de sitio lejanísimo, olvidado por los hombres y por Dios. ¿Qué piensa Ana Rosa, el ser humano, sobre esa cruz de la que el personaje de El hueco y los demás personajes intentan escapar?

    La complejidad del ser humano siempre nos hace escapar de algo, a algo, o de alguien, pueden ser intentos de escape fallidos, en algunos casos (la muerte). Guille fue un experto en conocer las interioridades del prójimo y tenía razón al hablar de nuestra desdeñada aldea. Muchos bromeamos (el cubano se ríe hasta de su mala suerte): Entre Holguín y Camagüey hay un puente, por aquí no pasan ni los ciclones, etc, son frases que consolidan el abandono de la aldehuela.  Es obvio respirar este sentimiento en El hueco, he respirado por cada poro de esta historia. Y así como los personajes cargan su cruz, yo cargo la mía, tan pesada y real como la de Gustavo.

     

    Finalmente, ¿nuevos proyectos de escritura?

    Como dije antes, las palabras del Guille jamás salieron de mi cabeza, y aunque hago muchas cosas juntas, como ilustrar libros, diseñar y construir títeres, escenografías, actuar, dirigir actores, etc, escribir hace que mi cruz sea más liviana. Tengo tres novelas inéditas, una cuarta en proceso, entre varios libros de poesía y otros mimos que le doy a mi intelecto.

  10. Alfredo Antonio Fernández: Frente a la historia hay que ser humildes.

    Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela Dominó de dictadores, ¿qué le diría para incentivar su interés?

    No comenzaría por incentivarlo, más bien por decepcionarlo. Le diría que la novela Dominó de dictadores, no por ser histórica quiere hacer de él un mejor individuo, contribuir a su educación como ciudadano ni que, tras la lectura, sea más consciente de sus deberes civiles. Nada de convertir a la literatura en pedagogía, que su función sea didáctica o moralizante y que los escritores, como en algún momento llegó a postular Zhdánov en la Unión Soviética, se conviertan en “ingenieros de almas”. No, la vida no se aprende en los libros. Las experiencias de unos no son transferibles a otros. La literatura, al menos para mí, no tiene un carácter preceptivo. Es decir, no es función del escritor decirle al lector qué es lo que debe hacer ni tampoco establecer patrones o normas para su comportamiento a través de la literatura. Tampoco concibo la función de la historia como “demostrativa”. La historia como tal no prueba ni demuestra nada, solo muestra hechos, individuos y realidades sociales que existen de una determinada forma. Si ponemos al lado de la causalidad la casualidad, los hechos se tornan volubles y podrían haber ocurrido de otro modo. Han sido los políticos en los parlamentos y los teólogos en los púlpitos los que se han valido de la historia con sentido utilitario para demostrar algo; pero, insisto, la historia solo muestra hechos, individuos y realidades que historiadores y novelistas se empeñan en desentrañar con la investigación y la imaginación. Como autor no quiero demostrar nada (preceptiva), solo quiero mostrar (descriptiva). La historia, valga la redundancia, es pasado; lo que pasó, no lo que está pasando o puede pasar.

    Sin embargo, como a cualquier escritor me gustaría contar, al menos, con un lector ideal o cómplice como demandaba Cortázar. Si lo encontrara, me gustaría hacerlo cómplice del proceso creativo -largo y laborioso, por cierto- de Dominó de dictadores. Comenzó no como novela sino como una investigación que obtuvo en 1992 el Premio Razón de Ser del Centro Cultural Alejo Carpentier (La Habana) con el título Dios y Trujillo y al cabo del tiempo -unos diez años- ha terminado en una trilogía de novelas de más de mil páginas. Una vez iniciada la investigación, se me hizo evidente que las raíces de la dictadura dominicana de la Era de Trujillo se extendían por el Mar Caribe y alcanzaban a otras figuras dictatoriales: Batista y Castro en Cuba. También en la investigación, se me hizo evidente que el marco de tiempo de la novela (1930-1961), hacía necesario vincular a las dictaduras imperfectas del Caribe con las dictaduras ejemplares del fascismo europeo: Hitler (Alemania) y Franco (España). Por medio de una veintena de personajes (reales y ficticios) y una férrea estructura narrativa dividida en dos libros (1930-1945-1961), deseché el proyecto investigativo inicial (Dios y Trujillo) y se impuso, primero como impulso inconsciente y luego con conocimiento de causa, la escritura de una novela no sobre una sino sobre cuatro revoluciones y dictaduras en América y Europa (Dominó de dictadores).

     

    Su novelística desde El candidato, en 1978, hasta Dominó de dictadores muestra un interés casi obsesivo en los entresijos de la historia, ya sea la cubana o la universal. ¿Por qué esa insistencia en novelar la historia? ¿Acaso no basta el testimonio o los mismos libros de historia para esos temas?

    Es una falsa apreciación pensar que “ya todo queda dicho” en los libros de historia” y que la literatura no tiene nada que hacer en terrenos previamente abonados por la historiografía. Todo lo contrario, la mayor parte de las veces, donde termina el dato histórico comienza la elaboración imaginativa que, al igual que sucede con la realidad que transforma la ficción, nos devuelve una realidad histórica mucho más rica en matices e iluminada en su intimidad por la imaginación del escritor. Dicho sea de paso, muchos testimonios de testigos de hechos históricos que afirman ser ciento por ciento verídicos, suelen ser falsos o interesados; más de un ferviente católico ha dicho frente a las hogueras de los inquisidores que vieron salir volando junto con las almas de los condenados demonios de sus entrañas. O historiadores que hacen votos de objetividad delante de los documentos y terminan por fabular, al interpretar los manuscritos, con tanto arte como lo harían de escribir ficciones. Mario Vargas Llosa, a quien se le reconoce autoridad en la escritura de novelas de corte histórico (La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo, Tiempos recios), en un ensayo titulado de forma antinómica La verdad de las mentiras, da a conocer algunas de esas “mentiras” asimiladas como herramientas del trabajo de taller de un escritor. Se pregunta Vargas Llosa: “¿Qué diferencia existe entre la ficción, un reportaje periodístico y un libro de historia?”. Y responde: “Para el periodismo y la historia, la verdad depende de hacer una comparación entre lo que se ha escrito y la realidad que provocó la escritura”. Y luego afirma: “Como en una ecuación matemática, más cercanía puede producir más verdades y más distancia puede producir más mentiras”.

    Entonces, no hay nada de malo en que el escritor “mienta” (fabule) en aras de llegar a las más recónditas partes de la “verdad”. Personalmente, estudié Licenciatura en Historia en la Facultad de Humanidades en una época (mediados-finales del 1960’s) en que las Escuelas de Historia y Literatura compartían el edificio y la separación entre la verdad (Historia) y la mentira (Literatura) era tan estrecha como el espacio que separaba el piso dos del piso tres y en función del tiempo, el horario de la mañana del horario de la tarde. Así que, desde mis años de estudiante universitario, “ando curado de espantos” del mal de la “delgada línea roja” que separa a la ficción de la realidad o viceversa. Eran los tiempos en que Alejo Carpentier -otro que no quería distinguir entre verdad (Historia) y mentira (Literatura)- daba sus clases a salón lleno en el horario del mediodía y contaba, cuando se le antojaba, delante de los estudiantes que lo escuchaban complacidos, historias o mentiras de su propia vida o de las ajenas.

    Para responder más directamente a la pregunta, diré que además del tiempo que media entre la escritura de Dominó de dictadores y El candidato, entre ambas novelas median intenciones diferentes. Dominó de dictadores es novela que proviene de la razón y el profesionalismo y de un arduo trabajo de investigación con la intención de prolongar en el siglo XXI las novelas de las dictaduras latinoamericanas del siglo XX: Asturias (Guatemala), Carpentier (Cuba), García Márquez (Colombia), Roa Bastos (Paraguay) y Vargas Llosa (Perú). Todos ellos trabajaron con figuras de dictadores “hechos y derechos”: Estrada Cabrera, Porfirio Díaz, Vicente Gómez, Machado, Francia, Trujillo, etc. El candidato proviene más de la intuición y de la memoria que, como diría Bergson en su ensayo sobre el tiempo, “es otra forma de vida”. A diferencia de otros autores que, con una obra establecida, suelen desdeñar el primer libro; para mí, El candidato es un libro al que recuerdo con cariño y asoció con mi abuelo materno. Un verdadero mito para mí. Cuando era un niño, en los años 50’s -asociados en la memoria con los sabotajes contra la dictadura de Batista-, solía ir en las vacaciones a la casa del abuelo en la costa norte de la provincia de Camagüey. Cada noche, al terminar la cena, había un apagón eléctrico como resultado de arrojar cadenas sobre los tendidos de alto voltaje. El pueblo quedaba a oscuras y la gente se encerraba por temor de la policía o los revolucionarios. Mi abuelo, imperturbable, sacaba una mecedora al portal y se sentaba en medio de la oscuridad a fumar un tabaco y a contar historias del tiempo en que llegó a Cuba, muy joven, en el año de 1902 en que se fundó la República de Cuba, a trabajar en el comercio de un tío en Baracoa.

    Su relato preferido era la insurrección liberal del ex presidente Gómez -el más populista de los presidentes cubanos de la era republicana-, apodado Tiburón, contra el presidente conservador Menocal, apodado El Káiser. Esa insurrección fue en 1917, las acciones más violentas ocurrieron entre las provincias de Las Villas y Camagüey y dieron lugar a la conga musical más popular de Cuba: «La chambelona». El personaje del relato de mi abuelo -Bonifacio en mi novela El candidato– era el ex gobernador liberal de Camagüey que asesinaron en un tren cerca del pueblo donde vivía mi abuelo. Muchos años después, cuando escribí El candidato como un largo monólogo que transcurre durante el viaje en tren de la víctima, priorizando los recuerdos del abuelo por encima de la documentación en bibliotecas, descubrí que Bonifacio existió en realidad y creo recordar se llamaba Gustavo o Rogelio Caballero. En efecto, había sido gobernador de Camagüey. Al contar esta anécdota de mi infancia, quiero decir que para mí la diferencia temporal entre una y otra novela, es menos importante a que el tratamiento de un tema regional (El candidato) desemboque en el tratamiento de un tema universal (Dominó de dictadores). Me explico: el tema de El candidato escrito en 1978, es el intento de (re) elección de un político que no quiere apartarse del poder y se enfrenta a sus adversarios en una provincia de Cuba. ¿Anticipación del futuro? Algo similar ocurre ahora en la América del Sur con los intentos de (re) elección de Correa (Ecuador), Morales (Bolivia), Maduro (Venezuela), Kirchner (Argentina) que pueden o no desembocar en dictaduras por parte de ellos o de sus adversarios.

    Otro ejemplo de la permanencia de los recuerdos en el presente y su resolución como conflicto en la escritura de una novela en el futuro. Hace algunos años, fui invitado a Suramérica por el Centro de Estudios Andinos (Ecuador); en uno de los viajes, tuve una experiencia extraordinaria: dos días y dos noches en un viejo bus, recorriendo la cordillera de Los Andes a alturas de dos mil metros hasta llegar a la costa del Pacífico. De ese viaje salió la novela Aló, marciano (Editorial El barco ebrio, Madrid, 2015) a partir de una anécdota de lo real-maravilloso: la guerra que desató con muertos, heridos e incendios, un libretista de radio en 1949, al recrear en versión criolla, La guerra de los mundos de Orson Welles, transmitida en New York en 1939. A ese hecho, añadí los recuerdos del abuelo de la (re) elección de conservadores y liberales en Cuba en 1917 y la guerrita de La chambelona.  El resultado antes, en Cuba, fue la novela El candidato (1978); ahora, en Ecuador, Aló, marciano (2015), una sátira en la cual un presidente que desea (re) elegirse, se aprovecha del impacto causado por la transmisión de La guerra de los mundos para declarar el estado de sitio, reformar la constitución y permitir que en la nueva carta magna, los marcianos invasores del Ecuador puedan votar y (re) elegirlo como al presidente que les dio a los extraterrestres derechos ciudadanos.

    Para concluir el tema de regionalismo vs. cosmopolitismo en la literatura. Hay veces en la literatura, en las cuales, el tratamiento de un tema regional deviene en el hallazgo de un componente universal. En la literatura todo está escrito, o nada está escrito. Otro ejemplo singular: el Ulyses de James Joyce. Si te atienes a la geografía implícita en sus páginas (regionalismo), te quedas en la mano con el mapa de la ciudad de Dublín (Irlanda) por el que camina y divaga en interminable monólogo el personaje de Leopold Bloom. Ahora bien, si valoras Ulyses como literatura (cosmopolitismo), tienes en tus manos la novela que la crítica señala le abrió las puertas a la novela contemporánea.

     

    En la nota introductoria que Usted coloca a su novela se aclara que “no todos los personajes son ficticios, ni todos los hechos son reales”. ¿Es o no Dominó de dictadores una novela histórica?   

    Definitivamente, no es una novela histórica sino más bien una novela que se sirve de la historia para remontar, trasponer e iluminar una historia que, leída en textos de historia -valga la reiteración- se me antoja insuficiente. Más que una novela histórica, hablaría de una narrativa histórica. Y a continuación explico por qué narrativa histórica. En primer lugar, frente a la historia, hay que ser “humildes”. Y digo humildes no en el sentido de postrarse de hinojos delante de la historia como si de una deidad religiosa se tratara cuando en realidad la historia la hacen los hombres. No, digo ser humildes en el sentido de que, si somos escritores y enfrentamos a la realidad con la imaginación, debemos hacerlo conscientes de que nunca vamos a superar a la realidad. Siempre quedará algún resquicio por alcanzar con la imaginación; siempre habrá una información oculta a la cual no podremos acceder. Por eso, ante todo, se impone la humildad frente a la realidad. Por eso, repito, “no todos los personajes son ficticios, ni todos los hechos son reales”. Es como la batalla por un lado teológica y por otro lado medieval entre San Jorge y el dragón. El novelista puede asumir el rol mítico del santo cruzado que, a golpes de la espada de la imaginación, lucha por recuperar de manos de historiadores infieles el Santo Sepulcro de la realidad; pero, en algún momento, comprenderá, si de veras es honesto, que es tarea imposible. La realidad nos sobrepasa, no la podemos abarcar en su totalidad por más que nos esforcemos. Por eso, prefiero hablar de narrativa histórica y no de novela histórica en las que he escrito hasta ahora: El candidato, Lances de amor, vida y muerte del Caballero Narciso y Dominó de dictadores que, ya dije, forma parte de una trilogía de novelas igualmente concebidas como narrativa histórica.

    En segundo lugar, algo que mencioné antes en las respuestas. Nada más lejos de mí que la “preceptiva”. A la preceptiva que promueve la realidad de las cosas “como deberían ser” opongo la “descriptiva” de las cosas como fueron. “Descriptiva”, como se entiende el término desde la antigüedad griega hasta el presente. Para Aristóteles, el historiador y el poeta no eran diferentes por hablar uno en verso y el otro en prosa. La historia significa en griego “indagación” y “narración”: lo que realmente es, la realidad no como situación ideal o regulada; lo que sucede es otra cosa y este es el momento de determinar, realmente, qué es lo que sucede (narrativa histórica).

    En tercer lugar, para “curarme en salud” del tedio que para mí y los lectores podría derivarse de narrar paso a paso la rígida cronología (1930-1961) de dictaduras y revoluciones en El Caribe y Europa, flexibilicé el sentido del tiempo con el empleo de recursos narrativos novedosos, como un símil del movimiento de las mareas en el océano. Las acciones van y vienen, a veces inversamente del presente (1961) al pasado (1930) y otras del pasado (1930) al presente (1961). Dominó de dictadores se hace grata de leer al vaivén del movimiento pendular de las olas que disuelven, con su permanente ir y venir, la geografía que separa a Europa del Caribe. Como diría Paul Valery en El cementerio marino: “C’ est la mer, la mer qui recommence toujours”.

     

    Otra de las claves que se pueden encontrar en la lectura de su novela es la coincidencia en el comportamiento de personajes históricos en apariencia tan distantes como Hitler, Trujillo, Batista o Fidel Castro. Más allá de que hayan sido dictadores, ¿qué tesis quiere Usted demostrar al utilizar estas personalidades tan complejas?

    Si lees mis anteriores respuestas, comprenderás por qué a ambos conceptos, ¿tesis? y ¿demostración?, los pongo ahora entre interrogaciones. Suenan a malas-palabras. Ya he dicho, no me interesan ni la preceptiva ni la demostrativa y en su lugar opongo mi Santísima Trinidad de la descripción y la narración que confluyen en la descripción. Reitero mi opinión con la de otros más sabios y experimentados en la escritura. Vladimir Nabokov, en una frase muy gráfica y propia de una antología del humor serio, cuando le preguntan por claves y mensajes en sus novelas, se declara inocente frente al jurado: “¿Claves?, ¿Mensajes?. Eso es cosa de telegrafistas Morse. Yo soy escritor”. He dicho y repito, no quiero demostrar nada (prescriptiva), solo quiero como la vieja historia que se escribe desde los tiempos de Heródoto, mostrar (descriptiva). Pero, para no dejarlo plantado y me crea mal educado por no responder a su pregunta, le diré, sin ánimo alguno de aludir a claves, tesis y demostraciones, cuáles son en mi opinión los puntos de coincidencia entre figuras tan disímiles de la historia contemporánea de Europa y América.

    Adolf Hitler (1889-1945).

    Hay muchos puntos, pero gustaría destacar dos: (1). La voluntad de poder, de control absoluto y de mantener la posesión; (2) la inevitabilidad de caer en lo que poéticamente llamo “el implacable mecanismo de relojería de la historia”. El primer punto resulta obvio no más se examinan de pasada las biografías y llegamos a la conclusión: el poder fue el centro de sus vidas. Tomemos los títulos elegidos para los alegatos de proyección futura de sus intereses políticos: Hitler (Mein Kampf) y Fidel Castro (La historia me absolverá). Ambos textos, paradójicamente, fueron escritos en prisión tras primeros y fallidos intentos. Hitler, en prisión tras el putsch de Münich de 1923 y Fidel Castro, en iguales circunstancias, tras el asalto al Cuartel Moncada en 1953. Trujillo, al parecer, no tenía dotes de escritor y su biografía la dejaba a otros, como su historiador oficial Nanita, que, siguiendo el dictado de Trujillo, fue capaz de permutar las raíces del árbol genealógico en el vecino Haití, poblado de negros, con un hipotético árbol genealógico de Trujillo que afincaba sus raíces en la lejana estirpe de los Césares del Imperio Romano. Entonces, respecto de Trujillo, si bien no quedan títulos de obras premonitorias que anticipaban su ambición de poder, sí queda una frase elocuente que exterioriza absolutamente su voluntad de poder: ¡Dios y Trujillo!

    Para el segundo punto hay que ver desde adentro a la historia contemporánea. Hablo en mis premisas de un “implacable mecanismo de relojería de la historia”. Y me refiero a él como el momento en el que la ambición de poder de los dictadores, llega a un punto en el cual, pese a encontrarse en expansión, en realidad, ha comenzado el declive. Hitler logró victorias increíbles desplazando a sus ejércitos hacia el centro, este y oeste de Europa; pero, cuando chocó con el invierno ruso y el Ejército Rojo de Stalin en el cerco de Stalingrado, empezó el retroceso que lo llevó a la derrota. Algo parecido le sucedió un año después con el desembarco aliado en Normandía. Una vez detenido el avance en el frente oriental por las nieves de Stalingrado y en el occidental en las arenas de Normandía, los caminos que conducían a la rendición del Reichstag, quedaban abiertos a los tanques T-34 de Stalin y a los Sherman del general Eisenhower.

    Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961).

    A Trujillo también se le creía en el cenit dictatorial cuando comenzó su ocaso. En 1955, cumplía 25 años en el poder. Organizó una Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre. Asistieron delegaciones de 42 países. Se construyó un nuevo hotel, El Embajador, en el cual Trujillo tuvo un pent-house. Su hija Angelita, 16 años, fue coronada Angelita I y presidió la feria junto a 150 princesitas. El vestido blanco de Angelita medía varios metros de largo, se confeccionó en Roma a un costo de $80,000 dólares e incluía las pieles de 600 armiños cazados con trampas en la estepa rusa. Todo hacía pensar, debido a la magnitud de la feria, que el poder de Trujillo sería eterno. Sin embargo, después se supo, debajo del estrado presidencial, sus opositores habían colocado bombas que nunca llegaron a estallar. Cinco años después, en 1961, Trujillo caía abatido a tiros en una carretera. ¿Quiénes eran sus enemigos? Iban desde Fidel Castro, que lo invadió en el verano de 1959, al grupo armado 14 de Junio, pasando por militares y políticos desafectos de su entorno, hasta terminar en la Casa Blanca (Washington) y la CIA (Langley) desde donde salió la orden de dotar con armas a los conspiradores para realizar el atentado.

    Fulgencio Batista Zaldívar (1901-1973).

    Batista en 1933, organizó una conspiración de sargentos contra la dictadura de Machado en alianza con estudiantes universitarios. Comparados los programas sociales (el de los sargentos y el de los estudiantes), las ideas de Batista estaban más cerca de la lucha de clases del marxismo que las de los estudiantes, inflamadas de nacionalismo antimperialista. En 6 años, con el comienzo de la II Guerra Mundial, dejó de ser el sargento golpista de 1933, se convirtió en presidente por votación y dio inicio a una segunda metamorfosis: presidente democrático que forja alianza con otras fuerzas incluidos los comunistas, promueve una nueva constitución (1940), declara la guerra al fascismo y desarrolla un Plan Trienal de agricultura, industria, educación y salud similar a los planes quinquenales del comunismo soviético. Luego, en 1944, al no ser (re) electo, se va al exilio dorado en Estados Unidos. Desde allí, a principios de 1950’s, conspira para volver a Cuba. Prueba suerte con su viejo método de golpe militar (1933) y le sale bien en 1952. Pero, en ese mismo momento, tras 20 años de decidir la política de Cuba, comienza la decadencia. Los siete años que siguen a marzo de 1952 significaron la entrega de Cuba al capital mafioso que sembró a la isla de hoteles y casinos de juego. Y también fueron los años de lucha de estudiantes, campesinos y obreros en las calles con bombas y en las montañas con guerrillas armadas hasta finalizar en la huida de Batista y la entrada de Fidel Castro en La Habana.

    Fidel Alejandro Castro Ruz (1926-2016).

    Fidel Castro en 1953 atacó el Cuartel Moncada, no solo como acción político-militar sino como preludio del Programa del Moncada, que incluía medidas nacional-revolucionarias como la reforma agraria. Considerada desde una óptica de principio del siglo XXI, podría denominarse una reforma social-demócrata, pero nunca comunista ni propia de una dictadura de partido único a lo Unión Soviética. Los dirigentes del partido comunista cubano de la época, consideraban a Fidel y a su grupo como pequeño-burgueses y putschistas. Tras el desembarco del Granma (1956) y la lucha de guerrillas en la Sierra Maestra, el Programa se radicalizó. Entre 1959-1962, tras triunfar la revolución y aplicar el Programa del Moncada, empieza una confrontación del tipo qui-pro-quo entre el gobierno revolucionario de Castro, Estados Unidos y la burguesía cubana: retiro de la cuota azucarera del mercado norteamericano, nacionalización de las empresas extranjeras, embargo petrolero, ruptura de relaciones con EE.UU, la URSS comienza a abastecer a Cuba de petróleo y armas, sabotajes, fusilamientos, invasión de Bahía de Cochinos, cohetes nucleares soviéticos en Cuba. Como resultado, en el momento estelar de una revolución de origen nacionalista y revolucionario, Fidel Castro entraba a formar parte de la confrontación de la “guerra fría” entre capitalismo y comunismo y derivaba hacia la alianza con la Unión Soviética, el comunismo y la normativa política de partido único.

     

    Desde su perspectiva como creador, ¿en qué medida se distancian el escritor de El candidato, aquella novela suya que tanto éxito tuvo en Cuba, y el escritor que puso punto final a esta que acaba de publicar Ilíada Ediciones, Dominó de dictadores?

    La distancia mayor la da el tiempo, no yo que, como en la filosofía de Heráclito, sigo siendo el mismo que sumerge dos veces las manos en el mismo río (paso del tiempo). En cuanto a la popularidad de El Candidato, sí, me es grato saber que si yo la recuerdo con agrado los lectores también la recuerdan con agrado. No sé si sabes, El candidato ha sido uno de los pocos libros que, a pesar de las limitaciones de papel que siempre han existido en Cuba, lleva ya dos ediciones. Recuerdo el día en que el escritor Reynaldo González -que era miembro del ejecutivo de la UNEAC- se me acercó para decirme que el libro iría a una segunda edición. Aquello le parecía muy bien, no solo porque le gustaba la novela sino porque el tema de El candidato -La chambelona entre liberales y conservadores- venía siendo medio hermana de su libro de testimonio La fiesta de los tiburones -a José Miguel Gómez, líder de La chambelona, le decían Tiburón- en el que había tratado el tema en su pueblo natal, Ciego de Avila, en la provincia de Camagüey.

     

    Llamativo también resulta la visualidad de las escenas en su novela, además de estar estructurada con un espíritu muy cinematográfico de tomas y encuadres que se alternan a lo largo de la obra ¿En qué sentido su trabajo como investigador del mundo del cine ha influido en el escritor que Usted es?

    Empiezo a responder por el final: mi trabajo con el mundo del cine no solo ha sido como investigador sino -como verás adelante- de creador. Y también me complace decir que mi relación con el cine viene de muy atrás; en ella, de nuevo, aparece la figura de mi abuelo materno. Su casa, adonde yo iba de vacaciones, quedaba exactamente a media cuadra del cine, en la acera opuesta. El cine se llamaba Campoamor en honor del poeta español. Prácticamente todas las noches íbamos al cine y nos sentábamos en el mismo lugar, un par de asientos en el costado derecho, a unos dos metros de altura sobre la parte central del lunetario. Todo era muy divertido no solo por las comedias que veíamos en la pantalla sino por las cabezas de las personas que distinguíamos en la penumbra gris del cine, sentadas debajo, en el centro. Mi abuelo y yo coincidíamos en gustos: las comedias eran nuestras favoritas; lo mismo si eran norteamericanas o mexicanas -frecuentes en aquél entonces. Lo mismo si era la célebre pareja de El Gordo y El flaco en las versiones de Abbot y Costello -no los originales de Laurel y Hardy- que si se trataba del no menos célebre trío Los tres chiflados o los conocidos cómicos mexicanos Cantinflas y Tin-Tan. Como ves, en esos años infantiles, el cine para mí era puro entretenimiento. El verdadero aprendizaje del trabajo de apreciación del cine como arte vino más tarde. Al finalizar los estudios en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana, tuve la oportunidad de asistir a dos cursos en el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC), uno de Historia del Cine y otro de Apreciación Cinematográfica, a cargo del director de cine Jorge Fraga. Fue ahí donde empecé a ver el cine de una forma diferente, no solo como entretenimiento. Años después, ya siendo profesor universitario y escritor con tres libros publicados, me ofrecieron la oportunidad de pasar cursos de guion en el ICAIC con Ambrosio Fornet y también de colaborar con el Centro de Investigaciones. Así lo hice. Durante los años 1980’s, solía asistir a los Festivales de Cine Latinoamericano, mientras trabajaba en guiones con los directores Octavio Cortázar, la adaptación de la novela Buscavidas de Luis Felipe Bernaza al cine con él de director y el tratamiento de ideas cinematográficas con Víctor Casaús, Rolando Díaz, Sergio Giral y otros. De esta frecuente actividad en el cine, salieron temas para novelas que posteriormente escribí, como Del otro lado del recuerdo, que en guion se llamaba La barrera y una de la actual trilogía, Citizen Kane se fue a la guerra, que en guion se llamaba Black Soldier. Lamentablemente, no se llegaron a filmar por problemas de presupuesto o abandono del director del proyecto en última fase, pese haber sido aprobados por los Departamentos de Producción y Cinematografía y recibido como creador mis honorarios correspondientes. Pero todos los proyectos que acometí en el ICAIC me dejaron un inmenso gusto por el cine que dura hasta hoy, en que prácticamente no me voy a dormir sin ver una película.  Esa posibilidad que tuve de trabajar directamente con los directores, asistir a los Festivales de Cine Latinoamericano que en 1980’s significó el gran destape artístico de las cinematografías argentina y brasilera tras el silencio impuesto por las dictaduras en el Cono Sur, más ver por dentro cómo funcionaba la maquinaria de hacer cine de una de las cinematografías más importantes de América Latina, son cosas que con gusto recuerdo de Cuba.

    En cuanto al traslado a la literatura de técnicas del cine, sí, por supuesto, lo reconozco y añadiría que en Dominó de dictadores el cine forma parte de la estructura; en otra novela de la trilogía, Citizen Kane se fue a la guerra, el cine -como puedes imaginar al leer el título- no es solo una parte sino el centro de la novela. Entre las curiosidades que leerás, se encuentra un combate mano-a-mano entre el director Orson Welles y su némesis en el monopolio de la prensa norteamericana, el no menos célebre William R. Hearst, que diera lugar al personaje de Kane en el filme de Welles.

    Otro punto a favor del empleo de recursos técnicos en Dominó de dictadores -aunque no lo hayas mencionado en la pregunta- viene dado por el uso de la novela policial, o negra o de detective. No solo por la carga de violencia, crímenes políticos, persecuciones y atentados que hay en Dominó de dictadores sino también por el empleo dentro del género policial de la variante de las novelas de espionaje, en la figura del enigmático agente nazi K, de origen alemán, que se mueve como killer de primera clase por todas las geografías presentes en la novela: Alemania, España, República Dominicana y Cuba. Y también, de la no menos enigmática presencia de una institución académica alemana que sirve de fachada al espionaje nazi en el orbe iberoamericano. En resumen, si al igual que el cine hubieras advertido la influencia de la novela policial en Dominó de dictadores, con satisfacción lo hubiera confirmado -como lo hago ahora- al decir que, sí, veo mucho cine, pero también leo mucho del género policial: Hammett, Cain, Ambler, Paco Taibo II y Giardinelli.

     

    Finalmente, ¿nuevos proyectos de escritura?

    Muchos, por supuesto, en la mente. Pero en las manos, uno que si no acabo antes del 31 de diciembre de 2019 acabará conmigo. La trilogía que he mencionada varias veces durante la entrevista. Una trilogía que, aunque sigue un orden cronológico, se puede leer de forma independiente e igual dará que arranques la lectura por el centro (Dominó de dictadores) como por el extremo izquierdo (Citizen Kane se fue a la guerra) o el extremo derecho (El condotiero, la domadora y el escritor). En total, tras 10 años de escritura que están por finalizar, serán unas 1,200 o 1,300 páginas, a un promedio de 400 páginas o más por libro. Ya está publicada la primera (Dominó de dictadores, 418 páginas) -que en realidad es la segunda de la trilogía- en Ilíada Ediciones (Alemania); finalizada la primera (Citizen Kane se fue a la guerra), y a punto de finalizar la tercera, tal vez cuestión de algunos días o a lo sumo un par de meses (El condotiero, la domadora y el escritor).

    Sabes, soy un poco supersticioso en eso de adelantar al público las tramas y los personajes. Si al final no quedan como había dicho habría derecho por parte de los lectores a “devolver la mercancía”. Para evitar reclamaciones de clientes a domicilio, prefiero mantener la incógnita hasta el final y repetir el lema comercial. No se aceptan devoluciones Y si, como he hecho ahora en la acuciosa entrevista que me has enviado, habló en extenso de Dominó de dictadores, es porque la finalicé y ya está a la venta y las reclamaciones o las exclamaciones, si las hay, serán de otro tipo.

    Gracias por la paciencia a ti y a los lectores de leer hasta el final mis respuestas.