La novela debe exaltar la dispersión, la atomización, incluso la incausalidad y el azar.

Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela Amantes y destructores. Una historia del anarquismo, ¿qué le diría para incentivar su interés?

Amantes y destructores es una novela que invita a participar de un viaje individual y colectivo, conmovedor e inesperado. Como su título indica, recrea la ambivalencia del ser humano que puede amar y destruir al mismo tiempo, todo en el marco del desarrollo del Anarquismo, utopía de organización social que busca prescindir del Estado, la autoridad o el gobierno para vivir en libertad. La novela busca concienciar al lector de cambios sociales, culturales y políticos de los últimos siglos -XIX-XXI- que ocurren imperceptiblemente a nuestra vista pero que en la novela alcanzan una sólida imagen. El libro ofrece al lector una mirada holística de los sucesos que condujeron a la Primera Guerra mundial semejantes a los de este nuevo mileno definido también por una “paz armada”. La narración fragmentada en distintos tiempos involucra al lector, pues la novela es, además, un ejercicio de lectura alternativa frente a los automatismos a los que ha ha acostumbrado la industria editorial. El escritor no trata a los lectores como clientes que compran literatura de entretenimiento y deben ser satisfechos. Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo desarrolla una propuesta estética original que hace un llamado urgente a la sensibilidad.

 

Esta es su segunda novela. La primera, Desaparición, se refiere justamente a ese trauma nacional de las desapariciones en el contexto de la Toma del Palacio de Justicia en 1985 y por sus páginas desfilan otros personajes de la historia colombiana. Tu apego a la historia ¿significa algún concepto específico sobre el papel de la literatura o es puro amor a la historia? En cualquier caso, ¿por qué novelas históricas?

Yo me apoyo en lo que se conoce como historia, es verdad, pero rechazo la Historia como tal, como disciplina. Creo que las historias se identifican, como han afirmado muchos, con el discurso de los poderosos, de quienes vencieron, y este canon tiene sus gradaciones. Luego de las historias nacionales están las continentales y las hemisféricas, y a menudo todas se confunden en detrimento de los sucesos “locales”. La historia de Occidente es la historia de Europa, y aquí de sus países colonizadores, y la de Norteamérica es fundamentalmente la de Estados Unidos. El dominio de un discurso es evidente, y la cuestión no es solo aplicable a la Historia, tiene que ver con los relatos de hechos en general. Hasta hace poco, si no todavía, la literatura “universal” ha sido la literatura europea y aquí, fundamentalmente, la de Francia, Inglaterra o Alemania. La universalidad obedece al canon, y el dominio fundamental no es en última instancia de carácter artístico. Una parte de Europa o Estados Unidos han tenido por años el poder económico y sobre todo militar para imponer a los demás su visión del mundo, sus ideologías, su cultura y su literatura. El mundo lee lo que se produce en centros culturales que lo son porque son centros de poder económico y militar. La literatura grecolatina nació de imperios, lo mismo que la española o la inglesa, y más recientemente la norteamericana. Hablar de Literatura o de Historia supone hablar de Comunismo, Socialismo o, incluso, como yo hago en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, de Anarquismo, ideologías de esos centros culturales. Analizado desde esta perspectiva, en Desaparición denuncié la barbarie de “fuerzas oscuras” sustentadas en una ideología fascista, anticomunista, propia de la Doctrina de la Seguridad impulsada desde Estados Unidos para toda América. “La historia nos toma como ejemplo”, dice en un momento dado el personaje principal, y creo que es justo esta evidencia la que intento problematizar. Como un romántico, quiero sumergirme en una consciencia individual para percibir, si es posible, la existencia real de la libertad. Como Max Stirner, el filósofo anarquista que sirve de trasfondo a Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, quiero creer que podemos eludir las abstracciones “históricas” que se nos imponen (Estado, gobierno, padre, moral…) y vivir nuestros propios valores individuales. Una utopía. No es justo que solo seamos comprobación inerte de la Historia, que, por ejemplo, si nacimos en un lugar estemos fatalmente determinados a tener y sufrir sus condiciones y resignarnos a ellas. El discurso protestante del “Tú podrás”, que lleva a que los anglosajones crean a pie juntillas que si uno quiere puede, resulta imposible en boca de un haitiano o un keniano. El abanico de posibilidades materiales de una persona del tercer mundo es reducido y su sensación de libertad se reduce ostensiblemente. Eso mismo puede advertirse respecto de un cubano, un venezolano o un colombiano. En esa gradación de lo que puede ser la libertad, hasta las lenguas son otro factor de ampliación o reducción de la libertad. Quienes hablan inglés amplian su radio de acción. De hecho, estos últimos tienen mayor impacto o difusión y con ello más posibilidades de acceder a ciertos derechos. En fin, creo que me he extendido en el asunto de la Historia, o incluso lo he dejado al margen, ¿verdad? Lo cierto para mí es que de la Historia y la Literatura lo que me interesa es esta idea de libertad: hasta dónde podemos llegar y hasta dónde podemos vivir lo que consideramos nuestra naturaleza. De esto se trata lo que escribo. Panclasta, el personaje de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, es su encarnación más tangible. Una proyección mía, también. Yo he sentido que mi margen de libertad, como el suyo, es estrecho y que circunstancias históricas como haber nacido en Colombia tiene qué ver con la limitación. La toma y retoma del Palacio de Justicia en Colombia en 1985 que recree en Desaparición y aparece de nuevo en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo me interesan mucho como hechos históricos porque dejaron muy claros nuestros límites materiales como ciudadanos de este país. Desde ese momento, el pueblo comprendió quiénes tenían el poder y hasta dónde llegaban sus derechos. Por su parte, Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo es una novela sobre las causas materiales de la Primera Guerra mundial, objetivo de “nuevos” capitalistas que querían desplazar a los anteriores. Allí ubico la experiencia individual del personaje, que es un ciudadano de la periferia. La lógica bélica es repugnante, pero lo más grave del asunto es que por ella cayeron, como caen hoy, los más vulnerables.

 

Una de las partes más llamativas de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo es la que protagoniza ese (¿podríamos arriesgarnos a llamarlo?) alter ego de Panclasta que es invitado a Europa como investigador/escritor…, obviamente un contrapunteo muy interesante entre el pasado (Panclasta anarquista en Europa) y el presente (una Europa y un mundo conmocionado por los extremismos de toda índole)… Nadie se atrevería a negar que esa es una estrategia tuya, como novelista, e incluso una especie de desdoblamiento del Gustavo Forero intelectual, pero… ¿que pretendes lograr, develar, alcanzar con ello?

Amantes y destructores funciona a través de comparaciones, de contrapunteos, como señalas. Entre dos personajes, literarios pero también históricos; dos continentes, Europa y América; dos culturas, una hispana y otra llamémosla mundial (que incluye Francia, el pueblo judío o Rusia); dos sistemas políticos, monarquías y repúblicas; y, sobre todo, dos tiempos: los primeros años del siglo XX, cuando se consolida el Anarquismo en Europa, y la contemporaneidad, más o menos a la altura de 2015, cuando España vive la crisis económica. En un momento dado, el narrador mismo de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo hace un paralelo entre los dos momentos históricos y lamentable es comprender qué poco ha cambiado: el poder sigue concentrado en unas cuantas manos y la miseria campea en buena parte de la humanidad. La historia occidental de la que he hablado antes nos ha enseñado que luego de las revoluciones sociales estaríamos un poco mejor. Sin embargo, ¿se puede afirmar que el individuo es más libre? Por siglos nos han obligado a separar dos aspectos de la vida, el material y el espiritual, y nos hicieron pensar, por ejemplo, que la religión nos procuraba un sentido, pero para muchos, para mí hoy, esta es un espejismo de reconciliación con el orden injusto. Para volver a lo que sustancialmente me interesa de la literatura, creo que persiste en los individuos el ansia de libertad. Echamos de menos, entre otras, la libertad de movimiento, que es la que los personajes de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo más echan de menos. También, la libertad de consciencia, la de pensamiento, la de expresión, la libertad sexual… La libertad puede ser un concepto abstracto pero se concreta en representaciones muy tangibles. Escribo esto en un país donde es peligroso ser liberal, socialista, comunista o anarquista, donde se persigue a los líderes sociales que son a menudo indígenas o afrodescendientes. Hablar de estas cosas puede granjear numerosos problemas en este contexto. Las “fuerzas oscuras” realizan sistemáticamente una “limpieza social” y a sus ojos y los de muchos hay demasiada mugre. Por todo eso, Colombia y el mundo entero requiere movimientos sociales que persigan y alcancen una a una esas libertades. Estamos en tiempos de represión, de limitaciones. Los imperios se han convertido en monstruos terribles que nos lo imponen todo con la apariencia de que eso es lo normal: desde la pésima alimentación hasta los dioses en qué creer, la literatura que leemos o las formas mismas de lectura. Es necesario entonces luchar contra la enajenación. Desde este punto de vista, la lucha de hoy se parece mucho a la de finales del siglo XIX: es por derechos mínimos, por sobrevivencia, por elemental justicia. Los individuos del XXI también estamos cercados y es necesario cortar la alambrada. Stirner hablaba del único y su propiedad. Todos deberíamos ser únicos y contar con nuestra singular propiedad.

 

Públicamente has confesado admiración por Panclasta, e incluso se intuye en algunas declaraciones tuyas tu creencia en rescatar algunas de sus posturas para el entorno colombiano e internacional… ¿Por qué esa admiración? Y, aún más, ¿qué salvarías para “nuestro hoy” de la experiencia de este anarquista?

En efecto, Ramón Vicente Lizcano (1879-1943), alias Biófilo Panclasta, me resulta admirable porque, con todas las dificultades y peligros que el hecho suponía vivió conforme a sus principios, a su idea de libertad. Justo hasta los límites que su tiempo y contexto tenían. Con tal objetivo se enfrentó a un sistema que lo rechazaba, que lo empequeñecía, que lo perseguía y buscaba de un modo u otro eliminarlo. Por nacimiento, en condiciones precarias, él estaba predeterminado a la exclusión, al aislamiento, al rechazo, pero hizo de todo eso su fuerza para luchar. Y aunque no se puede decir que venció, dejó una impronta, señales, espejismos del posible camino para la liberación individual y colectiva. Acaso se le acuse con razón, como lo hizo el anarquista francés Charles Malato, de individualista a ultranza a la manera de Stirner; o como lo hicieron sus contemporáneos, de diletante, disperso y aún alcohólico. Sin embargo, yo hoy puedo decir que en el hostil contexto colombiano el ensimismamiento y todos sus efectos puede ser una necesidad. De años, este país, que se cree una democracia, rechaza la singularidad y la combate sin clemencia. Colombia exige hombres, machos, católicos, blancos, ricos y conservadores, entre otras lindezas. Aún hoy, es obligatorio ser de derechas, productivo y “juicioso”, como se dice a menudo en Bogotá. Lo demás carece de valor. Basta leer los lamentos de quienes no siguieron el estereotipo en el siglo XIX y de quienes no lo hacen hoy para entender la terrible dimensión de las exclusiones sociales vigentes en el país. Desde Bolívar (que gozaba en buena medida de los atributos exigidos a las “personas de bien”) hasta Sergio Urrego, el joven homosexual que se suicidó en 2014 por el bullying que se hace normalmente a su condición, varios lo han denunciado. Últimamente Dylan Cruz, el jovencito que participó en las movilizaciones de 2019 contra la injusticia del sistema educativo, fue asesinado por un agente del temible Escuadrón Móvil Antidisturbios, ESMAD, cuando exigía su derecho a la educación. Las discriminaciones siguen a la orden del día. En el medio están el poeta Porfirio Barba Jacob (alias de Miguel Ángel Osorio), la famosa monja Laura Montoya, el propio Gabriel García Márquez, que tuvo que salir huyendo del país en un momento dado, o Pablo Montoya, quien en el siglo XXI denuncia la ignominia generalizada que nos acecha a los colombianos. Todos ellos sufrieron la exclusión, la persecución y en algunos casos la muerte, por sus ideas, por su condición, por ser, en fin. La “democracia” colombiana no da como para aceptar individualidades “conflictivas” (así las llaman). Ni en 1900 ni hoy.

 

Creo que mucho aporta tu novela en lo referido a la tendencia actual (más latinoamericana que Europa, por cierto) del uso de la fragmentación estructural, dramática y de personificación en la configuración de los mundos de la novela. En Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo tu teoría de la fragmentariedad es, en verdad, un juego literario de altos quilates. ¿Podrías explicarle a un potencial lector por qué esta teoría y qué valores tiene en tu opinión?

Te agradezco la pregunta. Por supuesto. Mis “teorías literarias” se vinculan sin duda con mi narrativa y Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo no es la excepción. La novela ilustra mi tesis sobre la necesaria fragmentación moderna de la novela. Frente al mito de la unidad o la totalidad, pienso que la novela debe exaltar la dispersión, la atomización, incluso la incausalidad y el azar. Al respecto, hace años escribí un artículo académico donde oponía la estética de Macedonio Fernández, el escritor argentino que influyó a Julio Cortázar, y la de Mario Vargas Llosa, el nobel peruano. Mientras el primero propone la fragmentación formal, el segundo busca a todo precio la unidad; mientras el primero se enfrenta a la incertidumbre, el segundo cree en certezas; mientras el primero recrea el azar, la contingencia, el segundo cree en totalizaciones. Para el primero, la novela siempre está inacabada, proyectada, como la vida misma, en tanto para el segundo ella debe dar cuenta integral de un mundo. La asunción de una u otra estética para el escritor contemporáneo no es cosa adjetiva. Representa la visión misma de que el mundo es o bien puede ser, que podemos circunscribirlo o no, que es posible descifrar la realidad por la razón o no… que es deseable vivir o explicar, sentir o limitar. Lo que hay de por medio es la definición misma de la naturaleza del hombre que desde hace años se ha bandeado entre razón y sensibilidad, entre ser y deber ser, entre dueño del mundo o simplemente un habitante más de este. ¿Puede su razón delimitar la realidad? Superándose el maniqueísmo clásico, surge el campo literario de la indeterminación, la disolución de los polos o la multipolaridad, como clave de un nuevo pensamiento frente a una realidad más compleja. Hoy vivimos una época de incertidumbre, de relatividad. La vida misma tiende a la indefinición. Siempre faltan solidaridad, fraternidad y sobre todo libertad. Es necesario que los sistemas reconozcan las diferencias, las singularidades… Estandarizar a las personas, clasificarlas y definirlas ha sido un proyecto histórico inhumano. Como dije arriba, es necesario reconocer la libertad de todos y cada uno, su peculiaridad, su naturaleza… Las relaciones económicas de producción han buscado uniformar, homogeneizar, a fin de generar utilidades. Esta es la médula del viejo capitalismo enemigo de la libertad. En él, el trabajo es la forma más sofisticada de la esclavitud: enajena al hombre al punto de convencerlo de que es su sentido en la vida. Así lo celebran los empresarios. El sistema nos ha llevado a esto no por identificarse con las motivaciones individuales sino por llenar las arcas de los poderosos. No hay libertad alguna en entregar el tiempo a cambio de dinero. No se puede hablar de sistemas justos cuando sacrificamos nuestros deseos en pro de negocios monopólicos y transnacionales. Sobre esto, hace poco escuché la conferencia de la abuela Kihili Kunturpillku que afirmaba, para mí con una justeza meridiana, que este planeta es tan rico que todos podríamos vivir sin trabajar, que a todos la tierra nos ofrecería lo necesario. Yo siento que esto es verdad, que en gran medida trabajamos por enajenación, por falsa convicción de provecho, por exigencia de un sistema económico que nos ha convencido de que esto es ineludible. Trabajar por lo propio no es trabajar, es ser.

 

Finalmente, pregunta gastada pero necesaria: ¿qué escribes actualmente?, ¿insistirás en lo histórico en el futuro?

Actualmente termino la segunda parte de la trilogía propuesta con Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo. Si en esta aludía al Anarquismo como tendencia de los primeros años del siglo XX, en esta segunda parte me adentro en el Comunismo de los años setenta del siglo pasado como médula del conflicto mundial contemporáneo. Y aunque mi propósito –ya lo he dicho— no es escribir novela histórica, indago en temas como la represión estatal, los escuadrones de la muerte, la persecución sistemática a la Izquierda, las torturas, las desapariciones, etc., todo eso que caracteriza la política de “Seguridad” de la época que, sin duda, surge de la doctrina de la seguridad nacional establecida en Estados Unidos y seguida todavía por los países latinoamericanos.