Juan Calderón Matador, narrar con el arte de los juglares

«Un juglar moderno, eso es Juan Calderón Matador. Y, desde esa asunción del alma de un juglar, canta, reflexiona, cuenta, hace pensar, concentrando su acuciosa mirada en esos elementos de la cotidianidad que suelen pasar por alto quienes no tienen el don de los juglares: revivir la realidad ante los ojos de un lector que asiste, asombrado, cautivado, al milagro del renacimiento de situaciones, anécdotas, historias, que sólo se produce cuando se escucha o se lee buena literatura».

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Así comienza el prólogo que el escritor cubano Amir Valle escribió para el libro El cuentista bajo la encina blanca, antología personal que reúne los mejores cuentos escritos por el narrador español Juan Calderón Matador entre 1968 y el 2018.

Este libro, con el cual Iliada Ediciones rinde homenaje a la importante trayectoria de este escritor español, tuvo su presentación oficial en la ciudad Guardamar del Segura durante el mes de agosto del 2018. Su segunda presentación se realizó el 26 de noviembre en la Casa de Fieras, en el famoso Parque de El Retiro, en Madrid. A continuación reproducimos el resto del prólogo, como cortesía a nuestros lectores. Las fotos que ilustran el texto pertenecen a la presentación del libro en Madrid.

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Un profundo sentido de pertenencia a su cultura y a su tierra es lo primero que salta a la vista en este recorrido por la cuentística del escritor español Juan Calderón Matador. Una pertenencia que hurga en las raíces de lo español, en sus claves más cotidianas, en sus profundas contradicciones, mediante historias que parecen escapadas de la realidad, incluso aunque estén teñidas en algunos casos por el absurdo, por lo onírico o por lo sobrenatural. Cuentos estos que muestran las obsesiones, los sueños, los universos íntimos y públicos de su autor, que cuenta sus mundos con la naturalidad propia de los más excelsos juglares.

Dígase pertenencia, en el caso de la cultura española, y se dice libertad, alegría, gozo, irreverencia, al tiempo que se habla de tradición, ajiaco cultural, ríos subterráneos de sentidos que vinculan lo continental, lo insular y lo ultramarino en esa misma esencia que es hoy la historia de España. Ingredientes que conforman los escenarios de estos cuentos. Porque hay en cada historia ─incluso en aquellas que se ocupan de desgarramientos existenciales terribles─ esa atmósfera de jocosidad, esa mirada tragicómica cervantina, ese contrapunteo entre la reciedumbre del Quijote y el desparpajo de Sancho Panza, que parece tipificar muy gráficamente el modo en que los españoles se enfrentan a esos retos que han encarado en los últimos siglos, desde que llegaron a convertirse en una referencia obligada en muchos de los más importantes momentos de la historia del mundo.

La segunda nota de distinción de los cuentos de Calderón Matador es su engañosa simplicidad: cuando los lees como piezas aisladas, crees que resultan elementales las anécdotas, aunque cada una tenga esa imantación natural con la que el juglar encanta a su público, manteniéndolo en vilo hasta el mismo final. Engañosa simplicidad porque paulatinamente se va descubriendo un hilo interno que, de modo invisible, sutil, pero con la solidez de las cadenas de acero, une el mundo narrativo de este escritor, dotándolo de un sello propio, de una mirada muy personal y conformando un fabulario nacional ─una especie de retablo de personajes y situaciones típicas de lo hispano en todas sus mezcolanzas,  coloridos y connotaciones espirituales─ que crece lenta y soberanamente con cada historia narrada.

La visualidad, la plasticidad escénica y la teatralidad son otras de las virtudes presentes en la obra cuentística de este narrador. Quizás ello se deba a su polifacética labor creativa, ya que su pasión por las bellas artes le ha permitido consolidar una larga trayectoria como actor y como pintor, por sólo citar las dos de sus muchas ocupaciones que podrían tener mayor responsabilidad en que muchos de sus cuentos «puedan verse» mientras son leídos, o que el lector perciba, en la configuración de los escenarios y en la actuación de los personajes que desfilan en estas tramas, el olor característico de una puesta teatral en la que realidad, absurdo y fantasía son asumidas con las estrategias creativas mediante las cuales suelen configurarse esas otras manifestaciones artísticas que cultiva Calderón Matador, mixtura muy bien aceitada que garantiza una mayor calidad del texto.

Personajes inolvidables desfilan por estos cuentos como testigos de cargo de la propia vida de Calderón Matador. Personajes populares ─de esos cuyos impactos quedarán solamente en la memoria de otra gente simple o en un nombre tallado en alguna lápida olvidada en un cementerio de pueblo─ o ilustres ─de esos que llegan a ser o a creerse imprescindibles para algunas de las áreas en que desenvuelven su existencia: la familia, el pueblo, la ciudad, la sociedad─, pero seres que cargan como cada uno de nosotros la cruz de las imperfecciones, los sueños, las frustraciones, los miedos… empecinados simplemente en vivir. Y esos extremos: el paso existencial del inadvertido y el paso luminoso y estentóreo del triunfador, son empleados como balanza por el escritor para lanzarnos un claro mensaje: esa es la vida, incomprensible, un espacio breve en el que cada persona debe responder miles de preguntas, todas las preguntas.

Y oteando cada paso de esos personajes están sus traumas, sus conflictos: trátese de la inconformidad eterna con su destino y los secretos en Paca la tuerta; sea la horrenda violación y la venganza que desde la muerte tejió la hermosa niñera Margarita; fuese el descubrimiento de una sexualidad socialmente criticada por el protagonista de los entretelones que suceden en el Teatro Talía; trátese del dilema y los temores de la prostituta Milagritos, la pezones, o sea esa confluencia de espíritus en el rejuego existencial exquisito del pequeño cuento final «Crónicas de soledad». Traumas humanos eternos: la muerte, el amor, el miedo, la venganza, acompañados por otros menos «publicitados» a causa de las moralinas sociales, como sucede con la intolerancia hacia la tildada de «sexualidad antinatura», con la doble moral pueblerina, con el oportunismo político, con el individualismo existencial que destruye otras existencias…, notas comunes a cualquier vida, es cierto, pero que en estas historias aparecen condimentadas con esa picaresca primigenia, medular, que convirtió en modélicos de la vida popular el mundo del Lazarillo de Tormes.

Esas reminiscencias de la gran literatura clásica española son perceptibles en toda la obra de Juan Calderón Matador. Ha sabido beber de esas fuentes y por ello en sus historias encontrará el lector esa gracia única de la mirada cervantina, irreverente y crítica, a la sociedad española; el gracejo, la jocosidad y la sabiduría popular de lo picaresco español; la poética y la espiritualidad de una prosa que hunde sus raíces en la poesía clásica española y universal, y la cáustica, irónica y filosa percepción que el mundo y la cultura modernas tiene de esa realidad social. Ello convierte a El cuentista bajo la encina blanca, de Juan Calderón Matador, en un interesante acercamiento literario al espíritu nacional español, a su costumbrismo, y a esa confluencia entre tradición y modernidad que conforman «lo hispano» actualmente.

Una antología, sin dudas, que debe leerse sabiendo que su autor ha configurado un universo tan personal, tan vivaz, tan musical, tan coloquial que muchas veces tendremos la sensación de que es el propio juglar, Juan Calderón Matador, quien nos lee, desde la sombra de la encina blanca bajo la cual observa su vida. Y la nuestra.