GRIZEL DELGADO (México, 1982). Realizó estudios de licenciatura en la Universidad Autónoma de México en Letras Hispánicas y de maestría en Lingüística en la Universidad de Düsseldorf. Es autora de la novela juvenil Tu abuela en bicicleta (2015) y del cuento infantil “El misterio de Zacango” (2014), premiado por el certamen de Literatura infantil de la UAEM. Es editora, correctora, terapeuta de escritura creativa y reseñista. Ha publicado cuentos en diversas revistas como La Colmena, Punto en línea, Tierra Adentro. Actualmente reside en Berlín donde trabaja como editora.
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Si tuviera que presentar su libro a un hipotético lector, ¿qué le diría?
Que le esperan dieciséis cuentos donde no va a encontrar finales explícitos o respuestas. Va a encontrar situaciones donde el tablero de juego está puesto y para terminar la partida se espera un movimiento del lector. Va a toparse con personajes que posiblemente a la primera le parezcan lejanos a su cotidianidad, pero en una segunda mirada, quizás y hasta se encariñe con algunos. Va a toparse en parte con situaciones conocidas que no le gustaría recordar, pero que a veces es bueno sacar de la memoria para permitir cicatrizar la herida. Va a toparse con una serie de hijos o padres que solo intentan hacer su papel y a veces descubren la crueldad que eso implica, respetar que el otro es precisamente eso: otro y no uno mismo.
Lo más curioso de tus cuentos es que desfilan ante el lector una galería de perdedores que, en distintos modos, intentan aferrarse a la esperanza en situaciones humanas generalmente límites. ¿Por qué ese leitmotiv?
Aunque para el lector pudieran parecer perdedores, creo que en la mayoría de los casos no es así. ¿Un adolescente que por fin encuentra una amiga es un perdedor? ¿Una madre que a cualquier costo saca a su hija de un ambiente tóxico? ¿O un hombre que recibe una última lección de vida de su padre? Creo que el común denominador al menos de la mitad de los cuentos efectivamente es la esperanza, quizás porque creo que la gente puede aprender de los errores de otros. Aunque a simple vista uno no lo perciba, sí hay un trasfondo esperanzador en tanto que una de mis intenciones es que el lector se plantee una serie de preguntas: ¿qué tan lejos estoy yo de esas situaciones? ¿Y si me pasara a mí? ¿Qué haría yo? ¿Lograría despedirme en paz de mi padre? ¿Me cortaría a tiempo el cordón umbilical para que la forma de ser de mi madre no me deforme?
Creo que el tema empezó a apasionarme al comparar cómo son las familias de mis amigos aquí y cómo son las familias que conozco en México. Claro, existen sus diferencias culturales, y la cercanía que hay entre padres e hijos no es la misma, pero es igual de pesada y determina bastantes decisiones o costumbres de uno mismo. Se siente igual la culpa, la decepción, el amor, el orgullo.
Una escritora mexicana escribiendo en Europa sobre temas humanamente universales. Eso es lo que se deduce de tu biografía. Pero, ¿cómo te definirías en tanto escritora?
(Sonrisa) Exactamente así. Si bien, lo que pasa tanto en mi lugar de residencia como en mi país de origen sí interfiere en lo que me gusta contar, lo que para mí sigue siendo prioridad es que un lector latinoamericano me entienda. No me considero una persona que le guste jugar constantemente con la forma o que necesite experimentar todo el tiempo con el lenguaje. Me interesa más contar una historia y a partir de allí construyo y veo qué recursos podría emplear. En “Hijos varios”, el único cuento que no partió del contenido, sino de la forma fue Parqué, resultado de una consigna propuesta por Carolina Sanín durante el segundo congreso mundial de escritura organizado por Santiago Llach. La consigna me recordó que son igual de importantes esos aspectos. Y esto lo había olvidado.
La tradición del cuento en México, quizás encabezada por ese Rulfo que es dios para muchos creadores en lengua española, es tan fuerte que podría convertirse en una cima difícil de escalar. En el sentido del peso de la tradición, ¿a qué retos crees enfrentarte?
Creo que jamás pensaría en compararme con Rulfo –ni con el mejor de mis textos–, si lo he citado a él y a Samanta Schweblin en el epígrafe de mi libro fue más bien como lectora, en una forma de reconocimiento o tributo. Sí, Rulfo es un dios, y los dioses se respetan; pero no se idolatran. Si fuera así, desde hace siglos nadie escribiría. En mi pedestal está él, junto con Nelly Campobello, Inés Arredondo o Elena Garro. Pero también están tantos otros que son contemporáneos, como Dulce Maria Cardoso, Samanta Schweblin, Etgar Keret o Leila Guerriero.
Si la tradición pesa es porque se la ha entendido mal. Yo la entiendo como la responsabilidad de retratar un mundo específico de tal modo que podamos hacer visible y único lo cotidiano, como lo hizo Rulfo o Ángel de Campo. Y para eso no hay que copiarle a nadie, ni siquiera hay necesidad de imitar porque si ya existió un Rulfo, ¿a quién le sirve la copia? A nadie, no hace falta. Por supuesto que es necesario y casi imprescindible conocerlo y estudiar tanto sus técnicas como su estilo, pero su literatura debe inspirar y no censurar.
En mi caso, concretamente, el reto no es la tradición, para eso ya me ha descorazonado la universidad, tardé años en entender que o me dejo frenar por ella o la uso como trampolín. Creo que el desafío es más bien seguir escribiendo sobre los temas que me interesan aunque estos no sean aquellos que se esperan. Soy una mexicana que no escribe sobre narcotráfico, violencia, corrupción o feminicidio. Y no porque no me indigne o no me dé rabia lo que pasa en mi país. Cada vez que vuelvo, lo veo y lo sufro. Pero no me corresponde a mí hablar de ello. Sara Sefchovic presentó en 2015 “Atrévete, propuesta hereje para combatir la violencia en México”. Yo fui a una de las tantas charlas que dio pero no para presentar el libro, sino para convencer a la gente de que ya basta de dar datos y tener miedo; hay que hacer algo y cada uno puede hacer algo, aunque sea mínimo el aporte. Su dedicatoria en mi ejemplar dice “Con gusto para Grizel que siendo tan joven puede ayudar a este país”. A nadie le sirve que yo escriba sobre esos temas, sobre todo sabiendo que hay plumas que lo hacen mucho mejor que yo y más informadas. Mi trinchera es otra, es revisar ciertos detalles de nuestra cultura no a un nivel social, sino nuclear. Es cuestionar el comportamiento familiar y su entorno, hacerlo visible al lector. Tal vez éste entendió que algo no era normal, que algo estamos haciendo mal y se cuestiona a sí mismo. Al menos esa es la intención en La Cocodrila, o Carta a los Reyes Magos.
Volviendo a los conflictos de estos cuentos ahora publicados en Hijos varios, ¿qué es para ti un cuento y por qué el nombre de este volumen?
Un cuento es una historia donde el o la protagonista experimenta algo y no puede volver a donde estaba. Algo pasó con el personaje. Puede suceder incluso que el protagonista mismo no lo sepa –como en Motos–, pero el lector sí que se dio cuenta de que ya no es posible para ese personaje continuar como antes. “Hijos varios” es la exploración de una relación humana que todos conocemos, padres e hijos. Es un tipo de relación que damos por sentado que existe. Creemos que en la mayoría de los casos es una relación per se sana (y aquí al menos ya varios lectores torcieron la boca. Yo también). Para mí es una de las relaciones más complicadas que hay y la tenemos desde que nacemos. En un trabajo si no te salen las cosas, renuncias, se acaba la relación laboral y ya. En una amistad una discusión fuerte termina la relación y se continúan caminos separados. Pero, en una relación padres e hijos esto no cambia, incluso si los padres pregonan que “ese hijo para mí está muerto” (frase que estoy segura todos en Latinoamérica hemos escuchado por allí en la familia o en el barrio). En esta colección exploro cómo los personajes se dan cuenta de una peculiaridad específica, ya sea positiva (como en Parqué o La cocodrila) o negativa (como en Pies o Edificio Peixoto). También es un recordatorio de que, antes de ser hijos o padres, estos personajes son personas. Sí, la madre del gordo en Mercurio retrógrado antes de ser madre, es mujer y como cualquier mujer se puede desenamorar del marido y enamorarse de otro. Por último, aunque en muchos casos se trate de un tipo de relación imperfecta que implica expectativas y presión sobre el otro, también es una constatación de que es posible la aceptación total, como ocurre en Nochebuena.
Si te vieras obligada a elegir tres piezas de este libro, ¿cuál mencionarías y por qué?
Nochebuena, Líneas y Edificio Peixoto. Creo que en los tres me encariñé mucho con los personajes. En el primero, el protagonista es capaz de aceptar a su padre tal cual es. En Líneas, el protagonista va un paso más allá y consigue conciliar el amor que siente por su madre con sus propias necesidades. Y en Edificio Peixoto, Jorge, durante el cuento madura muy rápido, gracias a la dureza de su situación se da cuenta de dónde está, a quién tiene cerca y qué va a pasar con él si sigue haciendo exactamente lo mismo que viene haciendo. Curiosamente, el niño que hay en él no desaparece. En este sentido, creo que tanto este cuento como Lago de Constanza son muy esperanzadores (aunque no lo parezca por el tipo de final que escogí).
Escribes literatura infantil, género que durante muchos años estuvo considerado “menor” y que, en las últimas décadas, se ha convertido en un género comercial por excelencia. ¿Es tan menor y tan comercial, o esas afirmaciones son un disparate, o un mito?
Yo sigo viendo reacciones de menosprecio en la literatura infantil y juvenil, como si aquellos que escogemos este género estuviéramos entrenando aquí para después pasarnos a otro nivel, y solo entonces, podamos escribir “en serio”. En términos de motos, es como si pensaran que la literatura infantil es el carnet A1, la juvenil el A2 y la literatura el A. Pero no es así. Que alguien escriba bien para niños no implica que sea bueno en literatura juvenil o literatura (sin etiqueta). Que alguien sea escritor (sin etiqueta) no quiere decir que puede escribir sin problemas literatura infantil o juvenil. Cada grupo lector tiene sus reglas, creo que, al menos en eso, todos estamos de acuerdo. Pero hay una regla que es válida para todos los lectores: hay que respetarlos y escribir para ellos viéndolos a los ojos. Esta regla, desde mi punto de vista, se olvida mucho en LIJ. Los niños y jóvenes no son quasi adultos a los que hay que explicarles el mundo. Hay que tomarlos en serio. Si se estuviera haciendo bien el trabajo, entonces muchos lectores mayores también estarían consumiendo esos libros. Y ¿cuándo fue la última vez que recomendamos a un amigo lector un libro de literatura infantil o juvenil no para los hijos, sino para ese amigo? (Y no es porque falten títulos, es porque simplemente no se nos ocurre hacer esas recomendaciones)
Sí creo que es un nicho y eso es un arma de doble filo. Bien que cada año se ofrezcan más y más títulos de calidad para niños y jóvenes. Pero cuidado con los criterios de selección, algunas editoriales dejan pasar libros que pareciera nunca vieron las manos de un corrector de estilo, como si no valiera la pena mejorar textos para jóvenes lectores. Veo de manera un poco escéptica lo que pasa en España: muchos de los títulos ganadores de premios tratan temas como ciberacoso, pateras, acoso escolar, trastornos alimenticios, drogas, suicidio. ¿Está mal? No, para nada. Lo que me incomoda un poco es que revisando con cuidado, uno se topa muchas veces con estereotipos y con un sermón kilométrico donde ya todo está digerido y el lector no tiene que pensar nada, ni se le da la oportunidad de formarse un criterio. Eso, sinceramente, lo encuentro una pena. Si yo tomo el tema bulimia, no quiero decirle a mis lectores: “anda, que eso está mal, habla con tus padres”. Yo no lo escribiría, yo quiero que mis lectores piensen, reflexionen, desarrollen empatía, no quiero darles respuestas. Prefiero darles una historia y que ellos saquen sus propias conclusiones. Llegar a esto sin una voz de Pepe Grillo detrás es bastante difícil. Pero es posible e incluso vende, pongo el ejemplo de Sara Mesa, su novela Cara de pan es una excelente novela juvenil. ¿Por qué no meterla en el mercado LIJ? Ah… porque está muy bien escrita, su mensaje no está digerido y el mundo creado no es blanco y negro. Con lo cual, el lector tiene que usar su masa gris. Esto es subestimar a los adolescentes.
Por otra parte, –y contradiciendo todo lo que acabo de afirmar– qué bien que esté floreciendo el género y se esté vendiendo bien. Es un gusto saber que muchos nuevos libros estén en manos de adolescentes. Eso hay que festejarlo. Todos empezamos por algún sitio, ¿no? Tengo fe en que una vez leídos un par de libros sosos –esos que criticamos todos–, los jóvenes lectores buscarán otras historias, más complejas, mejor escritas, donde no sólo se entretengan, sino en las que de vez en vez se les lance un gancho al hígado que les ponga el mundo de cabeza. Pero eso lleva tiempo. Al menos esto es lo que deseo que pase en México, donde poco a poco se despierta el interés por la lectura.
¿Qué podrían esperar tus lectores en el futuro?
Pues no tienen que esperar, si algún voluntario me quiere publicar una novela juvenil que tiene de fondo el personajazo de la Celestina (remasterizado en una alumna mexicana de nombre Solestina), bienvenido. También estoy trabajando en unos cuentos donde el común denominador es el amor y desamor. A veces consigo corregir cuentos que alcancé a pincelar estando en Malasia. Y estoy gestando mi primera novela (sin etiqueta) y por desgracia a velocidad de caracol. En imprenta se me ha quedado el cuarto libro, una historia infantil para pequeñines que irá ilustrada y que verá la luz si Corona quiere.