Siempre el artista será una piedra en el zapato de cualquier sistema


Frank Castell (Las Tunas, Cuba, 1976). Poeta y narrador. Tiene publicados los libros El suave ruido de las sombras (Poesía, 2000), Confesiones a la eternidad (Poesía, 2002), Corazón de Barco (Poesía, 2006), Final del Día (Poesía, 2012), Salmos oscuros (Poesía, 2013), Fragmentos de Isla (Poesía, 2015), El solitario oficio de la resistencia (Poesía, 2018) y Como un país desierto (Poesía, 2019). La maquinaria es su primera novela.

Para celebrar la publicación en nuestra colección Caribdis, de narrativa, de su novela La maquinaria, conversamos con este autor, en un intercambio que enlazó  a Berlín con Puerto Padre, ciudad del oriente cubano donde vive actualmente.

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Si tuvieras que explicar a un hipotético lector qué encontrará en La maquinaria, con la intención de motivarlo a que lea el libro, ¿qué le diría?

La maquinaria es la historia de dos jóvenes, Manuel y Beny, quienes, tras ser detenidos por la policía, son obligados bajo la más grotesca, humillante y ridícula presión, a informar de manera sistemática todo cuanto se hablara en tertulias y encuentros. Ya dentro de la maquinaria, se percatan de la podredumbre y el horror. Intentan salir. Pero, la maquinaria no perdona.

 

Los personajes parecen estar condenados al fracaso, a la inexistencia de la esperanza… ¿de dónde nace ese pesimismo en una sociedad que, cuentan ciertas miradas, se ríe hasta de su propia desgracia?

Siempre el artista será una piedra en el zapato de cualquier sistema. Los personajes parecen estar condenados al fracaso porque un sistema está dotado de herramientas para destrozar ideologías, fracturar movimientos culturales o de pensamiento. Puede, incluso, quebrantar la fe de quien no esté firme. El arte es un reflejo de lo que nos rodea. Veo mucho temor en las personas, mucha incertidumbre. Sin embargo, ahí está la voz del artista para quitar la venda que está ahí, en millones de ojos. No es difícil saber las consecuencias de abrir senderos en medio de tanta maleza. Cada país es un infierno si no entendemos sus códigos, sus puntos débiles, sus límites. Cuando escribo, me embarga una tristeza infinita. Me es imposible escribir sobre una felicidad que bien sabemos no está en ningún sistema de hombres porque de más está decir lo que encierra el corazón humano. Imagínate una isla llena de contradicciones, de gente buena y gente abominable, con tantas trabas que nos condenan a la escasez, a la burla, a mirar a nuestros amigos vivir plenamente en otros países, y que luego te hablan como a un desamparado tercermundista.

 

Resulta curioso que en la novela el protagonismo, en cualquiera de sus variantes recaiga en el ámbito masculino. ¿Acaso esa sensación de asfixia que se respira en la novela no toca al universo femenino?

Puedo decir que nunca pasó por mi mente esa observación. Cuando comencé a escribir la novela no lo hice de manera consciente. Tal vez por ello solo está la imagen idílica de una mujer que es la esencia, el amor, de uno de los personajes. Allí está Mery como el bálsamo para la tribulación y la locura. La asfixia está en todas partes. Pero quise centrarme más en la historia de Manuel y Beny porque el mundo está lleno de jóvenes como ellos, pese a toda la contaminación en todos los sentidos.

 

“La literatura cubana actual evade los más esenciales problemas de la sociedad cubana” es una frase que suele leerse en muchos sitios de internet, pronunciada tanto por escritores residentes allá como por escritores de la diáspora. ¿qué opinión te merece esta afirmación?

Para ser más preciso pudiera decirse: “La literatura cubana visible, posicionada en plataformas de promoción en Cuba”. Es muy fácil hablar de esos problemas cuando se desconoce que en Cuba existen autores con una obra valiente, hecha desde el dolor, que rara vez es premiada o reseñada. Hay mucha literatura que está sepultada pese a ser auténtica, sólo porque está lejos de lo que se pudiera definir como círculo de poder. En las periferias hay un discurso subterráneo poderoso. Sin embargo, es condenado al olvido, a quedarse ahí, sepultado. He vivido eso. Mis libros son incómodos porque no tengo compromiso con el poder. Soy libre y digo lo que nace de mis vísceras. Vivo en Puerto Padre, un sitio donde he escrito la mayor parte de mi obra. Desde hace un tiempo decidí no participar en la vida cultural de este lugar, ni de Las Tunas, ni de Cuba. De nada sirvió trabajar, formar parte de una promoción de autores que engrandeció durante años a una provincia que dio a un escritor tan grande como Guillermo Vidal. Ahora soy feliz. Estoy en mi casa trabajando, escribiendo los libros con mayor fortaleza. Cada obra es una nueva forma de escapar de la mediocridad y el autobombo provinciano. Pudiera decir que soy un ermitaño. ¿Para qué pertenecer a donde no soy bienvenido?

 

El miedo es, sin dudas, un personaje omnipresente en la novela. Sabiendo que cuenta una historia bien cubana y que vives en un país donde, como diría cierto héroe mítico, “el cubano o no llega, o se pasa”, es decir, se suele caer en extremos absurdos, ¿no tienes temor de que se malinterprete tu obra, o las intenciones con que la escribiste?

Cada lector tiene la posibilidad de asumir o no la historia. Siempre habrá detractores. Todo es posible. Nadie sabe qué sucede en el interior de una cárcel, o en el cerebro de una persona sometida al límite y al dolor. ¿Cuál es la fórmula para decir si la historia de Manuel y su amigo no es verosímil? La maquinaria funciona en cualquier país. Lo triste es no reconocer que uno no está exento de desaparecer. El miedo está como una voz continua sobre víctimas y victimarios. Escribir sobre eso tiene un precio que no todos están dispuestos a pagar.

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PUEDE ADQUIRIR EL LIBRO PINCHANDO ESTE LINK: La maquinaria, Frank Castell, Iliada Ediciones 2020