Mi literatura suele atravesar borrascas imprevistas.

CARLOS ESQUIVEL (Cuba, 1968). Poeta y narrador. Ha ganado varios premios nacionales e internacionales. Textos suyos aparecen en revistas y antologías de varios países. Es autor, entre otros títulos, de los libros Perros ladrándole a Dios (poesía, 1999), Tren de Oriente (México, poesía, 2001), Los animales del cuerpo (cuento, 2001), La isla imposible y otras mujeres (cuento, 2002), El boulevard de los Capuchinos (poesía, 2003), Matando a los pieles rojas (poesía, 2008), Los hijos del kamikaze (poesía, 2008), Cuarteaduras (poesía, 2013) y Once (poesía, 2014).

Para celebrar la publicación de su novela «Dos novelitas infieles», conectamos este puente virtual entre Berlín y el municipio Colombia, en el oriente de Cuba.

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Si tuvieras que explicar a tus potenciales lectores qué van a encontrar en tu libro, ¿qué les dirías?

He aquí historias convenidas hacia un mismo círculo de opresiones: desolación, pérdidas, indulgencias, crueldades, y el tinte de un humor opresivo y delirante. En Diario del elefante asistimos a una especie de “gran marcha” por las carreteras cubanas. El músico, Diez Negritos, Pascal, Alobiu, la Anciana histórica y hasta un cerdo de 600 libras llamado “La Democracia”, son personajes que reverencian la alienación de sus destinos históricos. En El evangelio de la serpiente, los paraísos no cambiaron sus veletas; muy al contrario, sumaron más personajes grotescos e irreductibles, también asperezas sublimes: el miedo como estructura de poder, la falacia como institución armada, el incesto, el vacío, los hombres transformados en monstruos.

 

El absurdo tiene una presencia poderosa en las dos obras que integran este libro. Pero Cuba también está presente, es un inmenso telón de fondo que, muchas veces, parece caer sobre los personajes. ¿Es la realidad cubana tan absurda como esa que aparece en tus novelas o es un simple recurso de hiperbolización de la realidad?

La absurdidad cubana es una redundancia compuesta bajo obstinados deslices políticos y sociales. Recuerdo imágenes que parecen extraídas de un circo irracional o insípido (quién duda de que Cuba no sea el primer país surrealista de América Latina). Mi literatura no puede describir imágenes contrarias, si acaso revestirlas con fabulaciones prestadas de donde no vine. Pero soy de arder donde mismo yace la herida (disculpa frase tan estridente). Mi literatura suele atravesar borrascas imprevistas. Lo intuyo por negación. Un poco de Heráclito borracho; un poco de Kafka en la luna fenicia. Ese es mi baile, y ni yo mismo estoy invitado.

 

En las dos obras, las esperanzas son simplemente eso, esperanzas, y suenan lejanas. Las dos, también, tienen un final demoledor, desolador. ¿No es acaso la literatura “el terreno más propicio para que el mundo sepa que exista algo llamado luz”, como dijo alguna vez García Márquez?

Solo los necios son felices porque no tienen que preocuparse por serlo o no serlo, o por ser o no ser felices. Las circunstancias descartadas sobresalen metros más allá: retenidas en una especie que el ojo no puede describir. No soy feliz, pero cuando escribo alcanzo una posibilidad, remota aún para entonces, de revertir la tragedia de un tiempo, mi tiempo, sin escritura real. Todo lo que me separa de lo que repudio o rechazo actúa en relación a cómo los otros entienden mi actitud (engreído, bocón, despistado). Cualquier escritor sabe que la contingencia de que te linchen tus semejantes, o los que aparentan o se permiten serlo, consiste en no parecerte a lo que escribes, como hombre y como ser social.

 

La poesía es presencia recurrente en cada página de este libro, tanto que nos obliga a recordar que eres uno de los grandes poetas de tu generación. ¿Carlos Esquivel se siente más poeta o más narrador? ¿En qué sentidos se oponen o se complementan espacios creativos tan diferentes?

Dice Yves Bonnefoy que la literatura es una posibilidad de la lengua y la poesía una manera de despertar la palabra. Yo hablaría de distorsiones compartidas, de canibalismos enmascarados a uno y otro bando. No se trata de mejores componendas. Pieles, destinos, lenguajes, en similar ruta. Un poeta que encuentra lo que no busca, un narrador que deambula en la opresión del poema. Mi poética (lo que llamo así) reproduce una señal que es solo la conquista alusiva, a ratos despectiva, de un espacio de singularidad extrema. Como de singularidades se trata, diré que leo muchísima prosa y menos poesía. Tampoco dejo de reconocer que mi velocidad también es filosófica: doscientos Heidegger por hora, cien Wittgenstein por minuto.

 

En tu caso, un escritor admirado por todos los que te conocemos y por miles de lectores que siguen tu amplísima obra poética, es imposible olvidar que te has empeñado en residir en Colombia (no el país, sino un pueblito en la provincia de Las Tunas). ¿Qué retos te ha impuesto esa decisión?

Vivir en Cuba es como vivir dos veces en Cuba. Imagínate si esa supervivencia acontece en una aldea descreída por geografías menos silvestres. Mi razonamiento se aprovecha de intimidades no resueltas. Igual he viajado lo suficiente; igual, como cualquier peregrino, dejé pedazos en los sitios más innombrables.  Lejos de travesías estruendosas, lejos de equipajes subliminales, unidos en traslaciones más ínfimas que personales, el único viaje que no quise evitar fue el interior. Las palabras lo saben, aunque simulen desconocer señales así. El lugar donde vivo no es el lugar donde vive un hombre, sino el redimido por una ley que lo excluye y separa de él. Hubiese querido ir a sitios que solo pertenecían a boletos ajenos, a mapas impasibles. Hubiese querido atravesar junglas, desayunar en cafés suntuosos, retratarme en pirámides o murallas caídas. Pero esas aventuras a mí no me pertenecieron. Sufrí, como no podría ser de otra manera, incomprensiones (hasta de mi familia), olvidos, injusticias. Muchas más derrotas que victorias, pero es mejor perder deshonrosamente que ganar deshonrosamente. La balanza me convierte en un perdedor irreprimible. Muy caro para mi estirpe.

 

Pregunta gastada, pero siempre necesaria para los lectores. ¿En qué nuevo proyecto anda ahora mismo Carlos Esquivel?

También las respuestas no dejan de ser inevitables. En Cuba los cursos de sobrevivencia arrastran mareas distintas, literatura y búsqueda del pan (y otros enseres) se complementan en un deplorable género literario existencial del que somos, para mal de la especie, abanderados insomnes. Así que esas son mis encrucijadas. Mientras tanto, escribo novelas, cuentos, poesía, en una imperturbable carrera de fondo que quizás terminó en los primeros cien metros recorridos. Las novelas son de temas muy distintos. La primera un homenaje a Dostoievski (con Tolstoi, Serguéi Dovlátov o Vladimir Sorokiin en la maleta). La segunda es una infecciosa novela de sexo (sin sexo), una suerte (o mala suerte) de Lolita metida en la cama de David Foster Wallace. La tercera refiere a hacer lo que nunca sabré hacer, en clave de asesino melancólico o víctima repulsiva. Un libro de cuentos en el que uno a Bukowski y a Lezama, a Messi y a unos cosmonautas rusos. Y los poemas hablan de eso que hablan todos los poemas: de extrañar las cosas prohibidas.