Los pueblos son responsables de lo que hacen sus gobernantes

 

Foto: Susana Villafañe

Foto: Susana Villafañe

Si tuvieras que explicar a tus potenciales lectores qué van a encontrar en tu libro, ¿qué les dirías?

Van a encontrar varios libros en uno. Por una parte una reflexión sobre una de las mayores atrocidades que ha cometido el género humano: el Holocausto. Recreando algunos de los parajes de esa tragedia, a través de las entrevistas que la protagonista femenina tiene con el antiguo oficial de las SS destinado en Auschwitz, Günter Meissner,  y luego con la víctima superviviente de esa tragedia, Yehuda Weiss, el libro podría ser tomado como una novela histórica. Pero hay más, claro. La novela es muy reflexiva; a través de las dudas que se le plantean a la periodista, se pregunta cómo habría actuado ella en esas circunstancias tan terribles. Hay toda una generación alemana que son hijos de los verdugos que no fueron juzgados porque era inviable sentar en el banquillo a cientos de miles de acusados. La novela, como casi todas las mías, tiene un sustrato moral, se pregunta sobre las raíces del mal, sobre ese mal absoluto que fue la Solución Final; somos capaces de lo mejor y de lo peor. Llevamos en nuestro interior el mal y el bien. Finalmente, por su envoltura, El mal absoluto es una novela negra también que habla de una venganza aplazada en el tiempo. Pero la venganza no cura ninguna herida.

 

Las nuevas tecnologías de la comunicación (internet, teléfonos celulares, dispositivos electrónicos, etc.) son, sin dudas, un gran avance de la humanidad, pero también son un gran peligro. Cuándo escuchas esta afirmación, ¿qué piensas como escritor?

Hay que saber utilizarlas y no esclavizarse con ellas. Para los que nos dedicamos a la literatura, en cuanto a la labor de documentación, es un avance enorme. Recuerdo consultando libros en la biblioteca para escribir la novela histórica La pérdida del paraíso, y era agotador el tiempo que empleaba en ello. Ahora en Internet encuentras cualquier tipo de información e imágenes sobre lo que necesites escribir sin moverte de la mesa de trabajo. A pesar de todo, nada hay comparable que ir al sitio concreto en donde quieres ambientar tu novela, viajar, y tomar notas y fotos en directo, que es algo que yo suelo hacer porque soy un viajero mediano pero entusiasta. Dicho esto, hay que tomar precauciones. No todo lo que hay en internet es fiable ni muchísimo menos. Además las redes de delincuentes se mueven a sus anchas por la Red. Los celulares también parecen un gran invento si consigues controlarlos y no te conviertes en un adicto a ellos. Casi toda mi vida he vivido sin internet ni teléfono móvil, y he sobrevivido. Y conducía por el extranjero sin GPS, y no me perdía. La tecnología hace la vida más cómoda, pero también nos atrofia. Hay días que apago el teléfono, y experimento un enorme alivio, o cuando paseo por el Valle de Arán, en donde vivo desde hace once años, y no hay cobertura. Qué duda cabe que la tecnología nos espía, succiona nuestro cerebro y vende nuestros datos en el mercado global. Nada es gratis. En ese sentido estamos en plena distopía, y lo digo yo que he escrito unas cuantas. Jamás, ni durante la dictadura franquista que sufrimos los de mi generación, me sentí tan controlado y espiado como ahora. Orwell se quedó muy corto.

 

La manipulación de la historia, la negación de la historia y la utilización de la historia para todo tipo de emprendimientos supuestamente humanistas han terminado deformando la historia. Buena parte de tu literatura está anclada en momentos históricos esenciales de eso que llamamos Humanidad. ¿Cómo ve el escritor José Luis Muñoz esto que hoy vivimos mundialmente y que algunos llaman «revisitación aniquiladora de la memoria»?

Es muy complejo el tema y hay que abordarlo con templanza. Con parámetros actuales no se puede juzgar el pasado. Con el brutal asesinato de Georges Floyd en Estados Unidos parece haberse levantado la veda para juzgar actuaciones del pasado con la mirada de ahora y se cometen muchas estupideces: poner advertencias a «Lo que el viento se llevó», derribar estatuas de Cristóbal Colón… Cuando vi «Lo que el viento se llevó», por otra parte una película magnífica, nadie tuvo que decirme que era una película racista. Me di cuenta enseguida que era así al tercer visionado, siendo adolescente. Precisamente voy a publicar dentro de muy poco una novela épica sobre la gesta de Hernán Cortés, El centro del mundo, que seguramente, tal como están las cosas, va a levantar polvareda. Que los conquistadores eran violentos y estaban sedientos de oro, es evidente. Tan violentos, o no tanto, como los sanguinarios aztecas que aterrorizaban a las otras tribus que compartían el territorio de lo que hoy es México. Los romanos conquistaron Hispania, pero nos dejaron un legado impresionante, una lengua que viene de ellos y que nos permite comunicarnos con más de trescientos millones de seres humanos. Los árabes nos dominaron durante ochocientos años y dejaron en nosotros una impronta importantísima en el área de la cultura, la gastronomía y las costumbres. Los romanos cometieron atrocidades, quemaron cristianos y los arrojaron a las fieras, tenían esclavos. Y los conquistadores masacraban nativos, pero también se casaban con ellas, edificaban ciudades modélicas que aún persisten. Bien está contextualizar esas conductas, reprobarlas, pero yo no voy a echar por la borda la cultura romana y la árabe que impregna mi país. Remarcar lo negativo, pero también lo positivo parece lo más recomendable. Yo no soy creyente, y la iglesia Católica, en nombre de la fe, ha cometido muchísimas atrocidades y ha despilfarrado riquezas traicionando el espíritu cristiano, pero me conmueven las catedrales y el Vaticano. También hay gente que intenta reescribir la historia del nazismo, negacionistas que niegan sus asesinatos sistematizados. El régimen nazi, como el estalinismo, fue nefasto para la historia de la humanidad, no trajo más que destrucción y odio consigo, explotó los bajos instintos de la gente. El problema es que hoy en día, al menos en mi país, no se estudia la historia, se la ha dejado de lado, y la historia es importantísima porque el pasado explica el presente.

 

Es curioso que eso no ha sucedido con el fascismo alemán, pues lo usual ha sido que muchos poderes universales quieren no sólo esconder sino negar el holocausto y todo el horror de esos años tan negros. Tu novela hace una lectura crítica muy actualizada del tema ¿Crees que a estas alturas valga la pena seguir sacando ese monstruo a la escena literaria?

A la vista de cómo están las cosas en Europa, sí. De hecho creo que El mal absoluto es mi novela más necesaria y pedagógica, tan eficaz como un manual de historia para adentrarse en ese período tan oscuro. Estamos viendo rebrotes del fascismo en una serie de países europeos, en Hungría, en Polonia, en Alemania con Pegida, en Italia con la Liga Norte, en España con VOX, que responden a una estrategia global en la que es pieza clave Steve Bannon, el gurú de Donald Trump. Los nuevos judíos son los inmigrantes. El comportamiento de la UE con ellos es sencillamente vergonzoso y canallesco. Occidente destruye, en el caso de Oriente Próximo, y saquea, en el caso de África, sus países, y luego pone alambradas o deja que se ahoguen en esa enorme fosa que es el Mediterráneo. Una de las cosas que pone en valor El mal absoluto es que lo que pasó en Alemania no fue el fruto de una secta capitaneada por un loco visionario, sino que buena parte del pueblo alemán compró su discurso de odio, confrontación y nacionalismo extremo y excluyente. Hitler llegó al poder democráticamente, por el voto entusiasta de un tercio de la población, y luego se perpetuó. Claro que hubo alemanes que pagaron con su vida no estar de acuerdo con él, pero la inmensa mayoría o miraron cómodamente hacia otro lado o se sumaron entusiásticamente a sus huestes. Buena parte del pueblo alemán fue corresponsable de las atrocidades cometidas por los nazis. Las masas celebraban de forma entusiasta el aplastamiento de Polonia. Los alemanes delataban a sus judíos vecinos porque se quedaban con sus pisos y riquezas. Es imposible exterminar a millones de personas en secreto. El libro, precisamente, apunta a eso, a la complicidad criminal de buena parte de la sociedad alemana en todo lo que ocurrió; unos colaborando activamente en la cacería humana; otros mirando cómodamente hacia otro lado porque no les tocaba a ellos. Los pueblos son responsables de lo que hacen sus gobernantes. Los que votan a Donald Trump se les trae al pairo que dentro de pocos años el mundo sea inhabitable por sus políticas poco respetuosas, agresivas, con el medio ambiente. Y si lo ignoran, también son culpables por votar sin informarse. Hitler, y volvemos a El mal absoluto, nunca ocultó su programa revanchista y de odio y lo secundó un tercio de la población depositando su papeleta en una urna. ¿Qué creían que hacían con los judíos que desaparecían y no regresaban? ¿Que los metían en un balneario de lujo?

 

Realidad y ficción en tu novela ¿Dónde están los límites?

Junto a otros dos grandes escritores, sus amigos, Juan Bas y José Carlos Somoza, en Gijón.

Junto a otros dos grandes escritores, sus amigos, Juan Bas y José Carlos Somoza, en Gijón.

Me sirvo mucho de la realidad para urdir mis ficciones. Buena parte de mis novelas están basadas en hechos reales o en personajes que han existido. Los protagonistas de El mal absoluto existen, o quizá ya hayan muerto. Los vi durante un excelente programa que hizo la BBC sobre Auschwitz en el que se hicieron esas entrevistas por separado a una víctima y a su victimario. Esa entrevista fue fundamental para el arranque de la novela. ¿Qué pasaría por la cabeza de un sobreviviente del Holocausto al ver aparecer en pantalla al hombre que lo ha matado en vida? Luego lo ficcioné debidamente. Es interesante saber que Yehuda Weiss no es una víctima cualquiera, formaba parte de los sonderkommandos, los internos que hacían el trabajo sucio a los nazis, los que llevaban al matadero a sus compañeros de encierro y luego sus cadáveres a las calderas; es decir, que eran doblemente víctimas porque encima se sentían culpables y colaboradores en los asesinatos masivos. En el caso de la novela histórica, muchas veces las obras de ficción se aproximan más a lo que sucedió que los libros de historia. La historia la escriben los vencedores. ¿Qué historia del Holocausto habría hoy si Hitler hubiera triunfado en su proyecto de adueñarse del mundo? Seguramente una justificación razonada de que judíos, eslavos, discapacitados, gitanos, homosexuales e izquierdistas tenían que haber sido exterminados por el bien de Alemania por ser excedente humano.

El lenguaje es importante: excedente humano, tratamiento especial, solución final, para ocultar el asesinato masivo. Eso es lo que opina Günter Meissner, y lo razona con elocuencia a lo largo de la novela: que se hizo lo que se tenía que hacer en ese momento por el bien de Alemania. Este, el que en un momento determinado el ex oficial de las SS razone sobre la idoneidad del Holocausto,  es otro de los aspectos a considerar. Huyo de los maniqueísmos como de la peste pese a que mi odio por los nazis no es mensurable: los detesto con toda mi alma. En mis novelas hasta los asesinos son humanos, y a veces los lectores empatizan con ellos, lo que me preocupa un poco. Espero que con el nazi, no, pero si la lee alguien de esa ideología seguramente sí, dirá que es un personaje estupendo, un modelo a imitar. El nazi de la novela es un tipo elegante, encantador, sibarita, buen padre y mejor abuelo. Huí de lo fácil, que era hacerlo odioso. Lo mismo hice con otra novela sobre un siniestro personaje, el doctor Aribert Ferdinand Heim, el Carnicero de Mauthausen, un médico tan atroz como Mengele, pero sin tanta fama, en El rastro del lobo. Heim era apuesto como un actor de Hollywood, culto, educado, pero un monstruo sin entrañas. El mal absoluto habla de la psicopatía de las masas, que es mucho peor que la individual. La psicopatía de las masas que hizo que los hutus descuartizaran a machetazos a los tutsis en Ruanda, o que los serbios y croatas violaran y pasaran a cuchillo a las bosnias.

 

Sabemos que eres un escritor asombrosamente prolífico, como si desearas abarcar toda la experiencia humana, pero específicamente desde la perspectiva oscura de sus miserias. ¿Por qué, salvo excepciones, esa mirada tan «negra» de eso que somos «los humanos»?

Bueno, también escribí una novela de humor, «Lifting», pero la mayoría son oscuras, cierto. Para mí el género negro es una forma de mirar, es hundir el escalpelo en las miserias humanas. La historia y la geografía mundial están trazadas con renglones de sangre. Por suerte está el arte y la creación como contrapartida al horror y la destrucción. Y el amor, y el sentimiento paterno, y mi adoración por mi nieta. Los novelistas negros, no los policiales, somos hijos de Zola y Balzac, escribimos realmente novela social, muy crítica con lo que pasa a nuestro alrededor, con personajes que son perdedores, les suele ir todo mal, se tuercen y delinquen. Y explicamos porque pasa eso, y el contexto social. A veces los delincuentes son esos nazis encantadores y atractivos que tienen tras sí un río de sangre. Lo peor de ellos, de los nazis, es que mataban sin rabia, fríamente, que no lo hacían bajo un acceso de ira. Lo más espantoso fue esa maquinaria eficaz que pusieron en marcha como si fabricaran coches y lo racionales que eran en su matanza productiva en la que todo se aprovechaba. Perdona mi dispersión, pero ya te he advertido lo que los detesto, entre otras cosas porque no existe el nazi arrepentido sino orgulloso de lo que hizo, como el protagonista de El mal absoluto.

Imagino que soy oscuro porque leí todo Shakespeare, y prefiero «Hamlet» y «Macbeth»  a «Romeo y Julieta», pese a ser también una tragedia terrible. En mi literatura hay una lucha entre Eros (reconozco que soy muy erótico, literariamente hablando, aunque en El mal absoluto el erotismo brille por su ausencia) y Tanatos, lo creativo y placentero frente a lo destructivo y letal. En cine y en literatura, prefiero los dramas a las comedias, aunque disfrute mucho con los hermanos Marx,  Billy Wilder o Woody Allen, pero me pueden Bergman, Dreyer, Scorsese, Kubrick y mil más. Los triunfadores no me inspiran absolutamente nada, a no ser que caigan del pedestal y se den un batacazo. Soy más de Wagner y Mahler, a pesar de que por el primero babeaban los jerarcas nazis, que de Mozart. La vida es una historia que indefectiblemente acaba mal. ¿Por qué iban a acabar bien mis novelas? Esta, a pesar de todo, no acaba tan mal.