Las líneas entre el bien y el mal se difuminan en la sociedad


ÁLEX PADRÓN (La Habana, Cuba, 1973) Escritor, poeta y ensayista. Vinculado a la literatura fantástica en la década de los 90, publicó en la antología Reino Eterno (Letras Cubanas, 2000) y recibió el Gran Premio del Concurso Iberoamericano de Ciencia Ficción, Terror y Fantasía Terra Ignota 2004. Pero, sin dudas, es ya un nombre imprescindible de la actual novela negra cubana gracias a sus novelas Matadero (Atmósfera Literaria, 2018), Tres Lunas (Guantamanera, 2020) y La herencia de los patriarcas (Atmósfera Literaria, 2020).

–***–

Si tuvieras que explicar a tus potenciales lectores qué van a encontrar en tu libro, ¿qué les dirías?

La historia de un sueño trunco. Una joven policía sancionada debe dar con el paradero de un cantante lírico, que lleva una doble vida como transformista. Para ello, debe adentrarse en el espacio cerrado de la comunidad LGBTI habanera, con la disyuntiva de andar tras los pasos de un posible asesino y la complejidad añadida de encarar una separación de la fuerza policial… por meter las narices dónde no debe.

 

Las gruesas raíces de la política cubana y sus entrecruzamientos subterráneos en los submundos de la marginalidad cubana es telón de fondo en esta novela. ¿Es para ti la novela negra, entonces, más que diversión (como muchos piensan que es) una incisiva mirada en el lado oscuro de nuestras sociedades, en este caso de la realidad cubana?

La novela negra o novela criminal, por definición, elude los convencionalismos de la novela policíaca en el sentido que resolver el misterio pasa a un segundo plano, siendo la atmósfera y el trabajo psicológico de los personajes lo más importante.

Aunque la protagonista de Mon amie la rose sea una investigadora policial, el hecho de que esté separada de la PNR (Policía Nacional Revolucionaria) por evaluación psicológica le permite adentrarse en los rincones de un submundo habanero del que poco o nada se habla en las versiones oficiales. Si es oscuro o no, toca al lector decidirlo.

Mis personajes no son portavoces de la crítica, la desesperanza, ni se regodean en su decadencia. Por el contrario, aceptan y juegan con las reglas del juego que les ha tocado vivir con la resiliencia y el humor —a veces más negro que el propio género— que caracterizan al cubano de a pie. Precisamente una de las características del género de la novela negra es la tendencia al gris: las líneas entre el bien y el mal se difuminan en la sociedad.

¿Entretener? Seguro. Pero más me mueve el retratar —siempre con el lente de la ficción— lo que veo en mi propio barrio a diario. Cuando se habla de nueva novela negra cubana, sin dudas nuestra realidad es una fuente inagotable de donde beber.

 

El escritor cubano Amir Valle, uno de los maestros de la novela negra cubana, considera que eres ya uno de los nombres esenciales de este género… ¿Cuánto has bebido del género en su modalidad cubana, pensando en la existencia de líneas escriturales tan diversas como las de Leonardo Padura, Justo Vasco, Daniel Chavarría, Lorenzo Lunar o el propio Amir Valle, por sólo citar a los más conocidos fuera de Cuba?

En lo que se refiere a la novela negra cubana, me confieso un advenedizo total… casi un trepador. En mis inicios y aún ahora mis lecturas estaban bastante circunscritas al género fantástico, en especial al terror. Además de alguna que otra novela ocasional de Daniel Chavarría y los sempiternos Chandler y Christie, el policiaco carecía para mí de interés, ni como lector ni como escritor.

Aquí debo por fuerza hacer una salvedad con el maestro Amir Valle. En la década de los 90, en los tiempos más duros del período especial, cayó en mis manos una copia impresa de Habana Babilonia. Cuando digo “copia impresa” me refiero a un legado de hojas carta unidas con una presilla, escupidas por una impresora de puntos con el cabezal malo: las letras tenían una línea blanca en medio.

Pero lo que estaba dentro transformó para siempre mi forma de ver la literatura cubana y la sociedad. Luego he leído a Padura, Vasco y a Lunar y reconozco la maestría en lo que escriben. Pero si alguien me señaló el camino del tono descarnado y sincero que trato de alcanzar en mis novelas, ese sería sin dudas Amir Valle.

Por eso, es un honor que uno de mis referentes me tenga en tan alta estima y me obliga a esforzarme en lo adelante. Hay que llenar la camisa de once varas conque me ha cubierto.

 

Los escritores de novela negra suelen pensar sus novelas como saga, o con hilos que forman un estilo novelado… ¿Hasta qué punto tienen que ver y en qué se diferencia Mon amie la rose con tus novelas negras anteriores: Matadero (Atmósfera Literaria, 2018), La herencia de los patriarcas (Atmósfera Literaria, 2019) y Tres Lunas (Guantanamera, 2020)?

Siendo el telón y uno de los protagonistas la propia sociedad cubana actual y más que nada mi natal La Habana, las cuatro novelas tienen muchos puntos de contacto… al nivel que se prestan personajes entre ellas.

Si debo diferenciarlas, que sea por sus actores. Matadero y La herencia de los patriarcas tienen como protagónicos a Carlos Lenin, —ex científico devenido hombre de confianza de un líder del bajo mundo de Centro Habana— y a Poly, una prostituta y sacerdotisa del Palo Monte. Sus líneas argumentales tienen una relación más directa con la novela neocriminal, pues tratan de solucionar los conflictos que se presentan al margen de las autoridades oficiales. Tocan además temas incómodos, como la prostitución y las bandas criminales en Cuba.

Por otra parte, Tres Lunas y Mon amie la Rose tienen como personaje central a Samantha, que más que policía al uso (y al abuso) es la hija legítima de un barrio marginal. En ambas novelas entra en conflicto, desde su perspectiva, con problemas sociales presentes en Cuba como la violencia de género y los derechos LGBTI. Estos no tienen una solución legal clara ni un reconocimiento por parte de las autoridades y, por lo general, tratan de barrerse bajo la alfombra. Pero es obvio que ya esos cadáveres apestan.

En la medida que pasa el tiempo y las letras, las diferencias entre las dos sagas se difumina. Raúl, el esposo de Samantha y el mayor Percherón, su superior, aparecen en La herencia de los Patriarcas antes de desarrollarse por completo como personajes en Tres Lunas y Mon amie la rose.

Hasta el momento Carlos Lenin y Samantha no han coincidido en una aventura, pero no voy a afirmar ni negar que esto suceda en un futuro próximo.

 

Resulta interesante que entre los cultivadores más destacados de la novela negra cubana actual haya escritores que comenzaron en la ciencia ficción o la literatura fantástica, como sucede en tu caso y en el de otro escritor muy promocionado fuera de Cuba, Vladimir Hernández. ¿Cuándo y cómo se produjo el salto genérico en tu caso y en qué sentido te sirvió esa experiencia para comenzar pisando tan fuerte en la novela negra, con una novela tan sólida como Matadero?

Esta pregunta me es muy grata, porque me permite reconocer a mi gran amigo el escritor Vladimir Hernández como el culpable de que haya llegado al género de la novela negra. En aquella oscura década de los 90 en que coincidimos, mi inclinación dentro del género fantástico era el terror. En la medida que mi acceso a la literatura fantástica aumentaba mi compás giró hacia la ciencia ficción, en específico al cyberpunk. Pero siempre se notaba ese dejo de mis orígenes.

Precisamente a volver a escribir historias de terror fue lo que me desafió Vladimir, que sabe que no puedo dejar pasar un reto. Matadero comenzó así, como un cuento de terror dentro de un prostíbulo de la capital. Pero en la medida que iba profundizando en la trama, descubrí que me sentía muy cómodo escribiendo esa especie de realismo marginal que es el tono narrativo de esa novela.

Medio en broma, le di a leer el primer capítulo a una vieja amistad devenido en presidiario y asere de barrio… con resultados inesperados: no solo le encantó, sino que me proporcionó todos los detalles e historias necesarias para cien novelas más. Eso, y la contribución inestimable de Luife Galeano como editor —censor cuando se me iba la mano y destrozaba el pacto ficcional—, posibilitaron mi entrada al género de la novela negra.

No obstante, lo fantástico y el terror forman parte de mi —me atrevo a decir— sello distintivo: la presencia de elementos de la religión yoruba y el Palo Monte, los guiños a clásicos de Poe y Lovecraft, las descripciones impersonales de escenas que rozan lo grotesco dentro de lo macabro, los estados de conciencia alterados de los personajes rayanos en la locura… Definitivamente, estos recursos separan mi narrativa del discurso tradicional de la novela negra y pretendo seguir honrando con ellos a mis raíces dentro de la literatura.

 

Pregunta gastada, pero siempre necesaria para los lectores. ¿En qué nuevo proyecto anda ahora mismo Álex Padrón?

Escribo con el método de Hemingway o Stephen King: por transpiración, no por inspiración. En este sistema he logrado evitar la disyuntiva de la página en blanco, por lo que llevo siempre en simultáneo tres o cuatro proyectos.

En lo que se refiere al género de novela negra, trabajo en paralelo en Los enterradores —tercera entrega de la saga de Carlos Lenin— y Cenotafio, otra historia ligada a Samantha. Además, junto a mi compañera Yadira Albet, escribo a cuatro manos El peso del cilicio, donde exploramos el erotismo, las motivaciones y conflictos de un psicópata en la Cuba de hoy.

Estos proyectos no son a largo plazo: son inmediatos. Para mí, lo más importante son las historias: mientras no las cuente me queman por dentro; así que debo hacerlo pronto y de forma que la disfruten por igual el gran catedrático de la lengua y el bodeguero donde compro el arroz.

Yo, en mis novelas, quedo en segundo plano. Soy un mero acuarelista de la dura misión de mis personajes: vivir, contra todos los pronósticos.