Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela Annette Blanche, una chica del norte, ¿qué le diría para incentivar su interés?
Le diría que es una primera novela escrita desde las entrañas y con el corazón, llena de vida y con una alta exigencia narrativa. Si algo puedo decir de mi escritura es que ésta es obsesiva hasta con el último punto, y esa obsesión tiene mucho que ver con el respeto que me debo a mí mismo, pero también con el respeto que se merece el lector. En este sentido, diría que es una novela honesta. Me parece que nada en ella quiere hacerse pasar por lo que no es, algo que sucede a menudo en la literatura y que a mí me resulta un poco desagradable. Lo expresaré con esta paradoja: naturalmente es una novela, por lo tanto es ficción, pero esta novela no miente. Eso me parece fundamental en la literatura: no hacer pasar algo por lo que no es. Y esta novela no se hace pasar por lo que no es. ¿Qué está llena de frustraciones? Lo está; ¿llena de rabia? También. Pero hay una brumosa atmósfera a medio camino entre la poesía y la esperanza que deja un sabor agradable, casi diría que reconfortante. De vivir, de estar aquí para descubrirnos, de encontrarle un sentido a las cosas y de tratar de encontrarnos a nosotros mismos.
La novela, más allá de la trama que cuenta, ocurre en una atmósfera de mucha actualidad: las relaciones humanas en un mundo supuestamente globalizado pero donde, precisamente por los conflictos derivados de esa globalización, las confrontaciones culturales conforman parte del día a día. Si te vieras retado a convertirte en crítico de tu propia novela, ¿en qué ámbitos Annette Blanche… es una novela sobre nuestra más cotidiana actualidad?
Lo es en la medida de que en realidad nunca terminamos de conocer al otro. Imaginamos, hacemos conjeturas, creemos saber, pero al final, descubrimos que sabemos muy poco y que siempre estamos solos. Por otro lado, el amor y el desamor serán universales y eternos, de manera que siempre serán actuales, y podremos identificarnos con cualquier lado de la moneda: el que da y el que no da.
Llama la atención la fuerza expresiva de los personajes, especialmente, Juan y Annette, que en muchos sentidos «se roba la escena». ¿Qué retos tuvo para configurar un personaje femenino tan complejo y sólido, teniendo en cuenta lo difícil que es expresar los conflictos de género desde «la otra acera»?
Es una cuestión de sensibilidad, tanto literaria, como de vida. Para la configuración de los personajes es importante observar y escuchar bien. Al final, uno debe mimetizarse con ellos. En algún momento, aparece un mendigo inglés y una editora española; no necesito saber cómo son los mendigos ingleses ni las editoras españolas, ni los hijos de la dictadura argentina ni los tailandeses que lavan platos en Londres, para entender su comportamiento; simplemente necesito ser sensible al comportamiento humano. Annette y Juan pueden ser universales, pero adoptan su personalidad de gestos minúsculos, como cuando Annette se encuentra a un niño perdido en el supermercado, a punto de llorar, y ella lo consuela con dos dulces palabras: “bombón chiquito”, y descubrimos que lo dura que aparenta ser resulta ser una máscara de toda su fragilidad. Pero creo que no se trata necesariamente de una habilidad narrativa, sino más bien de una habilidad humana: ponerse en los zapatos del otro. Difícilmente un hombre le diría a un niño que se encuentra perdido, “¿qué le pasa a este bombón chiquito?”. Eso no quiere decir que no los haya, pero en literatura hay que hacer las cosas verosímiles, y cuando un rasgo universal se puede patentar como un rasgo particular, entonces tenemos medio camino recorrido: encontramos la sensibilidad femenina en esas dulces palabras, aunque desde luego, hay que dotar a ese personaje de un carácter, de unas características, de una historia. Y el libro precisamente habla de la historia de Annette. En ese sentido, su complejidad y solidez derivan de mi esfuerzo por haberme puesto en sus zapatos.
Annette Blanche… no es, sin duda, una novela mexicana. Hace unos años, el llamado Grupo del Crack (Volpi, Padilla, entre otros) se propuso escribir sobre temas menos nacionales, más universales, sin dejar de ser literatura mexicana. ¿Entra Annette Blanche… en esta categoría? ¿Hasta dónde se vincula a «lo mexicano» y en qué sentido se aparta de ese concepto?
Si bien estudié y me formé como periodista en México, puedo decir que empecé a escribir literatura en España; en este sentido, no tengo nada que ver con el grupo que menciona. Digamos que me formé con patrones europeos a la hora de escribir narrativa: mi mundo literario era Europa, no México, y mis intereses estaban más en Europa que en México. Por eso, no vemos una novela “mexicana” al uso, aunque México está presente, desde la distancia. Yo escribí sobre Xalcar, el pueblo ficticio del sur de donde es Juan, desde 9,000 kilómetros de distancia. Y, naturalmente, basado en el recuerdo. En cambio, escribí de París, Londres, Madrid, Bruselas, estando justo allá, a partir de la experiencia. Soy mexicano, pero he vivido doce años en Europa, doce años formativos, sin duda, que me han hecho incluso mezclar palabras en mi propia narrativa, algo que dejó de importarme. Si el personaje -Juan- dice piscina o dice alberca, me da exactamente igual, porque él mismo ya no sabe dónde se dice qué, ni por qué. Tengo un libro de relatos, Alguien se lo tiene que decir, que no es ni “europeo” ni “mexicano”, sino casi diría que “australiano”, porque varios cuentos ocurren en Australia; allá viví seis meses y me basé en mi experiencia para escribirlos, aunque también aparecen en él Viena, Texas, Luxemburgo y México. En fin, creo ser un caso raro, tan raro que mi novela, Annette Blanche, una chica del norte, nunca ha aparecido en México. Quizá es porque no es “muy mexicana” -aquí debería reírme, pero esta es una entrevista-.
Me gustaría, con la pretensión de que nuestros lectores conozcan tu obra, lanzarte un reto: que definas en un párrafo algunos de tus libros publicados:
Con la sangre despierta (2009): Son crónicas del primer arribo a una ciudad, narrado desde la experiencia de sus autores. Fue idea mía y me encargué de la convocatoria y de la edición. Es un libro para descubrir otro ángulo de ciudades diversas, y al mismo tiempo, es un libro sobre los sentimientos y vivencias de esos escritores en un momento significativo de sus vidas: el viaje.
Alguien se lo tiene que decir (2012): Son relatos realistas; fragmentos de vidas truncadas, de amores frustrados y tristezas enclaustradas en un momento determinado: la ruptura, la muerte, la infidelidad, la violencia, la homosexualidad, la enfermedad, las despedidas, los malos tiempos.
Las dos Besson y otras almas (2018): Hay una especie de geografía sentimental y cruce de vidas; es un libro de relatos, y cuyos personajes, a veces, saltan de uno a otro, libres. Me gusta pensar que es la continuación de Alguien se lo tiene que decir, pero es un libro más complejo; en todo caso, diferente. Hay también dos monólogos. Este libro aparecerá en México, en febrero de 2019, bajo el título: Aunque haya pasado esto.
Finalmente, ¿nuevos proyectos de escritura?
Nada en este momento. La escritura, para mí, debe tener detonantes e impulsos, y actualmente no he tenido ninguno que me despida hacia el largo y demorado camino de la imaginación. Y, debo decir que muchas veces, para mí, el detonante es el viaje.