Si tuvieras que recomendar tu libro a un hipotético lector que no conoce la aportación e historia de Cleva Solís a las letras cubanas, ¿qué dirías?
Le respondería con un fragmento del propio libro donde resumo, a grandes rasgos, quién fue y qué significó para nuestra cultura esta poetisa. No creo poder mejorar esos párrafos:
“Cleva Solís es un raro suceso poético y pictórico dentro del panorama de la cultura cubana. Rara avis, fémina finísima, adoradora de azules repentinos por cuya hermosura se siente traspasada, poesías creadas como lienzos, lienzos transidos de poesía. Perenne insinuación del Color y la Luz. A lo largo de toda su vida, Cleva Solís entregó a la poesía cubana cuatro poemarios esenciales: Vigilia (1956), Las mágicas distancias (1961), A nadie espera el tiempo (1961) y Los sabios días (1984); así como una obra pictórica cubanísima, donde se conjugan la sabiduría y la ingenuidad, dentro del ámbito del llamado Grupo Signos o Grupo de Las Villas, liderado por Samuel Feijóo, del cual formó parte. Cleva Solís, además, ha sido considerada la oncena integrante del Grupo Orígenes, o «La otra poetisa de Orígenes», como la llamó Fina García Marrúz. Cleva tenía el don, además, de las amistades múltiples, y dan fe de ello su entrañable relación con algunas de las personalidades cimeras de la cultura cubana: hermana-amiga predilecta de Samuel Feijóo, cara en la amistad de José Lezama Lima, sumamente apreciada y querida por Dulce María Loynaz, como una hermana para Cintio Vitier y Fina García, muy apreciada por Eliseo Diego, Octavio Smith, Roberto Friol, Sidroc Ramos, López–Nussa, Eugenio Florit… Tantas y tan hermosas amistades la hicieron partícipe de espacios y momentos trascendentales de nuestra cultura que valdría la pena rescatar en su nombre. La razón de más peso, sin embargo, para leer este libro, es el casi absoluto y general desconocimiento ─salvo dentro de un reducido círculo de intelectuales cubanos─ de una obra poética y pictórica que se encuentra entre las más originales, hondas y reflexivas ante la belleza, de la cultura cubana.”
Aunque parezca un mal chiste en tiempos tan pedestres e incultos como los que hoy vive eso que llaman «modernidad», el título podría hacer que algunos se pregunten: ¿y qué cosa es ese Grupo Orígenes? ¿Un nuevo grupo de rap? Y entonces se impone una precisión: Orígenes, brevemente, qué fue, qué significado tuvo, quiénes fueron sus integrantes y quién esa otra poetisa, aparte de Cleva?
El grupo Orígenes —nucleados alrededor de la revista homónima en la cual publicaron sus textos la mayoría de sus integrantes—, fue un conjunto de intelectuales de altísimo nivel y diversos estilos cuya obra, influencias y aportes, esencialmente literarios (pues hubo también músicos y pintores), son considerados de lo mejor y más brillante que ha dado la cultura cubana. Su manera de encarar la poesía (y el arte en general), la insularidad, el Tiempo, lo trascendental y lo esencial cubano —con la hondura y belleza que lo hizo Orígenes—, no ha sido superada hasta hoy.
Entre sus integrantes, destacan grandes personalidades del siglo XX cultural cubano, en especial, su líder, el poeta, ensayista y novelista José Lezama Lima, autor de la célebre novela Paradiso; también, los poetas Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera, Eliseo Diego, Octavio Smith, Lorenzo García Vega, Cintio Vitier, Gastón Baquero y Cleva Solís; los pintores Mariano Rodríguez y René Portocarrero; los músicos Julián Orbón y José Ardévol, así como otros intelectuales como Bella García y Agustín Pi. La poetisa, digamos, cumbre, del grupo —por ello la he dejado para el final, y porque, además, aún vive—es nada menos que Fina García Marruz, premio Nacional de Literatura (1990), Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2007) y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2011).
Es conocido que este libro no pudo ser publicado en Cuba, a pesar de haber obtenido un importante premio. ¿Te animarías a explicar qué motivos impidieron la salida de una obra que, sin dudas, es necesaria?
El libro obtuvo el Premio Dador, que otorga el Centro Cultural Dulce María Loynaz, en el 2008. Tal premio, por lo menos en aquel entonces (desconozco si ahora sí) no incluía publicación. El texto fue mi tesis de graduación para Periodismo, y siempre lo pensé como un libro. Ello me permitió deshacerme luego, fácilmente, del inútil aparato teórico que obligan a diseñar para tales casos. Desde entonces, con grandes lapsos en los que, francamente, lo abandonaba de puro agotamiento, lo presenté a concursos y editoriales, sin ningún éxito. De la mayoría de las editoriales, no obtuve ni siquiera respuesta. Una, acaso interesada, alegó sobrecarga del colchón editorial, y escasez de insumos (esto es un clásico) Una sola, muy buena, respondió, señalando, con afilados argumentos, algunos de los fallos y aciertos del libro, pero sin que faltara la opinión de que, en verdad, Cleva era una “poeta menor” y que no ganábamos nada los lectores y críticos apasionados, otorgándole a algunos de nuestros autores la preeminencia que no tienen en el panorama literario insular, y que, por tanto, yo cometía el error de querer presentar el cuerpo creativo de la autora como si hubiese tenido un recorrido relevante por nuestras letras cuando, en realidad, a su juicio, no era tal, sobre todo, porque la obra que concibió Cleva no solo no estaba a la altura de los poetas cubanos de su época, sino que, los que podrían considerarse sus aciertos, los tomó a través del prisma de Samuel Feijóo.
En fin…, algo muy bien articulado, acaso, pero que es refutado cabalmente en el propio libro, por grandes firmas de la cultura cubana, que, aún si hubiesen sido amigos íntimos de la poetisa (que no todos lo fueron), eran demasiado sagaces, serios, éticos y profundos, como para escribir elogios inmerecidos sobre nadie. Pero ese ninguneo, digamos, fue el sino de Cleva, mayormente autoimpuesto por su excesiva modestia, y por la posición de cuasi “atrincheramiento” en la que vivió, o la obligaron a vivir, como le pasó a muchos. Ella también fue silenciada, tuvo sus confrontaciones y sus sustos terribles. El peor, seguramente, ocurrió en los 70 (aunque no tengo el dato preciso), cuando, con su ingenuidad habitual, Cleva participó en una colecta para ayudar a algunos disidentes o presos de conciencia y, naturalmente, aunque ella lo consideró una cuestión humanitaria elemental, fue de inmediato confrontada, señalada y (no pude precisar si fue sacada y luego reincorporada), amenazada con la expulsión de su puesto en la Biblioteca Nacional. Esto no se ha contado, pero fue algo fuerte, a tal punto, que Samuel Feijóo debió interceder por ella ante el entonces presidente de la República, Osvaldo Dorticós. Feijóo tuvo que empeñar su palabra de caballero, su confianza, para sacar a Cleva de aquel atolladero de intolerancia, represión y desprecio que, ya por entonces, crecía sin parar, hasta el sol de hoy. La historia es un poco confusa, y durante mis entrevistas para el libro, los que la sabían dieron solo retazos, y como callandito. Cosas como esas, y otras muchas de las que seguramente vivió hasta su retiro en la Biblioteca Nacional, la llenaron de terrores políticos para toda la vida, especialmente, porque ella padecía de los nervios. El temor fue tal, que ni siquiera se atrevió, a lo largo de su vida, a viajar a los EEUU, donde residían todos sus hermanos, por miedo a volver a ser señalada, o purgada. Por esa decisión, su madre, que nunca quiso abandonarla, no volvió a ver jamás a sus hijos, algo que la propia Cleva se reprochaba sin cesar. Ese pavor explicaría, en no poca medida, el recogimiento y silencio del que se rodeó, incluida su sequía editorial de más de 20 años entre sus dos primeros libros, y el último. Sencillamente, vivió en una especie de estado de pánico permanente. No fue la única, ni la última, por desgracia.
Eso nos obliga a entrar en un eterno dilema: ¿quién o qué es el responsable de establecer, si es que existe, ese «canon cubano» que determina qué escritor o qué libro vale?
No tengo respuesta para eso, pero sí una certeza: no deberían ser los que deciden hoy día, y los que han decidido por más de seis décadas. Al menos, no en las condiciones en las cuales están obligados a decidir. Nadie, absolutamente nadie, ni hombres, ni sistemas, ni leviatanes estatales, ni ideologías, deberían juzgar o decidir sobre un libro (u otra obra de arte, o artista), alegando cuestiones extraliterarias o ajenas al arte en general. Sólo debería primar la calidad, la pertinencia, la utilidad… El arte es libre, o no lo es en lo absoluto.
¿Cuáles retos tuviste que enfrentar en el momento de investigar y escribir Cleva Solís. La otra poetisa del Grupo Orígenes?
El primero, y acaso más pedestre, el tener que atravesar todo el país (vivo en Oriente), en un viaje de más de doce horas al que temo, y mucho, por razones que no vienen al caso, y luego moverme en la onerosa, y hostil Habana, para lograr las casi 20 entrevistas y lugares visitados, incluidos el apartamento donde vivió casi toda su vida, y también su tumba, en el cementerio de Colón. Esos viajes, aunque algunos puedan creer que exagero, resultan una especie de viacrucis. No es un secreto que es más fácil salir del país (para los que pueden), que atravesarlo.
Otra dificultad fue encontrar, reunir e interpretar el escaso material que existe sobre Cleva. La crítica de su época, triste es decirlo, casi la ignoró olímpicamente. Ah, pero sus pocos jueces fueron de tal altura y calidad que no necesitó muchos. Los más prolíferos fueron Fina García Marruz, Virgilio López Lemus y Cintio Vitier. Precisamente, el título del libro es tomado de un texto de Fina. Ella es quien, con toda autoridad, la llama “la otra poetisa de Orígenes”, en una ponencia-ensayo que enviara al coloquio «Las vanguardias tardías en la poesía hispanoamericana», texto publicado por la Universidad Complutense de Madrid, en 1993, y en Cuba, por Vivarium, revista del Arzobispado de La Habana, en su número XV, en mayo de 1997. En 1998, con el título La poesía de Cleva Solís, sirvió de ensayo introductorio a la Obra poética, La Habana, Editorial Letras Cubanas.
Otro reto fue localizar a personas clave que podían ofrecerme testimonio sobre la vida y obra de Cleva. Muchos, o no estaban en el país, o habían muerto. Recuerdo que concerté una cita con Fina y Cintio, para entrevistarlos de viva voz, pero no pudo ser. Por esos días (mala suerte), Cintio atravesaba una delicada situación de salud, y la cita fue cancelada. Con Fina logré hablar en una ocasión, vía teléfono, para esclarecer una duda sobre el lugar donde celebraron el nacimiento del primer libro de Cleva. Recuerdo, además, tomar más de tres guaguas y una máquina, y caminar muchos kilómetros, totalmente perdido en un confín habanero, hasta encontrar la casa de su entrañable amiga y compañera de trabajo en la Biblioteca Nacional, Clara Gómez de Molina. Era ya una ancianita adorable, como adorable fueron sus palabras sobre Cleva y el valioso material que me facilitó. Conservo ese recuerdo con mucho cariño, y aún puedo ver los ojos anegados de lágrimas de la anciana, al evocar a su amiga, su obra y su talento, que todos a su rededor, todos, recalcó, reconocían.
También, y por último, considero un reto haber podido penetrar en la esencia de la rara poesía de Cleva Solís, comprender y recrear su voz y aura creativa, en un texto que no renuncia, ni por un segundo, al acercamiento y reivindicación de su vida y obra, desde, y para la poesía; pues eso fue Cleva Solís: un elfo, una absoluta criatura poética. Y, además, el lograr entender a plenitud, y ofrecer a los otros mediante este libro, lo que ya había visto claramente Fina, Cintio y Virgilio: su enorme valor y trascendencia para la cultura cubana