Creo en el poder de la Literatura con mayúsculas, como alimentador del patrimonio cultural


Después del Maleconazo y la consecuente crisis de los balseros del verano de 1994, el Estrecho de la Florida comenzó a ser patrullado por guardacostas norteamericanos, para deportar a los cubanos interceptados antes de tocar tierra. Una década más tarde, entre los mares del suroccidente de la isla y el noreste de la península de Yucatán fue cobrando auge una nueva ruta, a medida que el gobierno cubano hizo la vista gorda con tal de fomentar la que luego del colapso venezolano se convertiría en su primera industria: las remesas familiares.

Algunos mexicanos de la región propietarios de embarcaciones, que olieron dinero fresco, no tardaron en acoplarse en pequeños cárteles. Rescataban a los cubanos en alta mar, los ponían fuera del alcance de las autoridades locales, y de inmediato contactaban a los familiares en USA para extorsionarles $5000 dólares e incluso más: por el rescate, y por el traslado a la frontera norte, sin mayores contratiempos. Esto dio un vuelco el 12 de enero de 2017, cuando Obama eliminó por decreto la Ley de ajuste cubano.

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La novela comienza a ocho días de la orden ejecutiva del saliente mandatario norteamericano, cuando un buque de bandera rusa encuentra una rústica embarcación a la deriva en pleno Golfo de México, con la mitad de los personajes de la misma a bordo, y los entrega a las autoridades migratorias del país azteca para su deportación.

El mismo día de la toma de posesión de Donald Trump. De inmediato el Aparato de Inteligencia cubano se reúne con alias «el Che», un avezado oficial del MININT al que anteriormente le había sido asignado penetrar los incipientes cárteles de tráfico humano en ambas orillas no para aplastarlos, sino para aprovecharlos, evitando de paso que los mismos se salgan de control. Después de todo, cada individuo traficado es una inversión que anualmente aportará a las arcas del país nunca menos de un millar de dólares frescos anuales, en concepto de remesas familiares. Amén que se trata además de una vía inestimable para debilitar y/o infiltrar el exilio, con sujetos previamente corrompidos, a fin de hacerlos chantajeables. Alias «el Che» aprovechará la coyuntura, para desde una posición de fuerza, negociar lealtades con los personajes que tengan deudas con la justicia.

 

Pero la trama no se queda en la mera historia de balseros, sino que transcurre paralela, y/o entremezclada, con situaciones que giran en torno a cuestiones puntuales de la sociedad civil demonizada, y perseguida, por las autoridades de la Isla.

El escenario de la novela no es la gran ciudad, ni siquiera una pequeña. Se trata de un pueblo de apenas media docena de miles de habitantes donde todos se conocen, y todos establecen vínculos entre sí. En ese tipo de asentamientos tú sales de la casa y puedes tropezarte, el mismo día, con el líder local de los Testigos de Jehová. Unos pasos más allá con el de los bautistas, con el de los católicos, con el de los masones…. Sigues avanzando y te topas con el tipo que está fichado como disidente, con el traficante de mariscos, y doblando la esquina te topas con el jefe de la contrainteligencia que los vigila y más allá con dos o tres chivatos y con todos intercambias saludos, porque todos te conocen, y con todos tienes una relación fluida. Eso es un pueblo pequeño: una especie de una maqueta social. Por lo tanto es imposible que, en una novela que transcurra en un escenario como ese, no se entremezclen y convivan ya sea tensa o armoniosamente, las personas comprometidas con la lucha pacífica por el cambio político, los potenciales balseros y los negociantes ilegales, con los policías y delatores encargados de vigilarlos, y reprimirlos.

 

¿Crees que una novela ambientada en un pueblo pequeño, esté en condiciones de acumular méritos y llegar a ser representativa para la comprensión de determinada circunstancia histórica específica de toda una nación?

Cómo no. Ahí están Los gozos y las sombras, del gallego Gonzalo Torrente Ballester. Antes de leerla, ni se sabe cuántos ensayos, documentales, artículos periodísticos y textos históricos consulté, a fin de comprender qué había llevado al pueblo español a desatar su sangrienta guerra civil. Hasta que di con esa «maqueta» que es la imaginaria villa de Pueblanueva del Conde, con todo tipo de conflictos políticos, sociales y religiosos que, representados a pequeña escala, brindan un cuadro matizado de la España en vísperas de la contienda, entre 1934 y 1936, para ser exacto.

Los rehenes… enmarca su tempo cronológico entre la toma de posesión de Trump, en enero de 2017, y su posterior emblemático encuentro con los veteranos de la Brigada 2506 cinco meses después, en el teatro Manuel Artime de Miami. Estos eventos marcaron un punto de giro en las tendencias que desde los inicios de los noventa habían dominado las relaciones Cuba-USA, por lo que los personajes de la novela, todos, tienen que reorientar sus brújulas, para sincronizar con las nuevas políticas respecto a Cuba, del vecino país del norte.

Quiero añadir que además de función de maqueta social representativa, el espacio físico real en el cual está ubicada la trama ficticia de Los rehenes…, busca llamar la atención sobre el mismo: el Surgidero de Batabanó. Uno de los pueblos de Cuba más golpeados no solo por las desastrosas políticas de los últimos sesenta años, sino por la amenaza que suponen los huracanes y la vulnerabilidad que tiene ante una hipotética subida del nivel del mar. Creo en el poder de la Literatura con mayúsculas, como alimentador del patrimonio cultural, para legado a las futuras generaciones. Los comunistas que dejaron morir el patrimonio arquitectónico, y que al patrimonio ecológico le han hecho un daño considerable, impiden toda iniciativa ciudadana organizada para revertir el desastre. Pero, la creación artística relativa al tema, no tienen cómo impedirla. No tienen cómo evitar que escritores y pintores, con nuestras obras, hagamos al menos el intento de legar patrimonio cultural e histórico intangible, a las futuras generaciones.

 

Las dos subtramas principales que conforman la novela son narradas en primera persona, desde la perspectiva de más de quince personajes, sin que llegue a definirse un protagonista. ¿Por qué tantos?

Así lo hizo Camilo José Cela primero en La colmena, y luego en San Camilo 1936. En ambas obras Cela sigue la pista de varios personajes para ofrecernos, en La colmena, una imagen de la España de la posguerra, y en San Camilo…, una del Madrid el mismo día que estalla la Guerra Civil.

Pero a diferencia de Cela que es él quien narra desde su omnisciencia la perspectiva de los personajes, en Los rehenes… son ellos mismos quienes narran y dialogan desde su jerga, y desde sus propios puntos de vista. Lógicamente, no todos alcanzan el mismo nivel de credibilidad. Particularmente los femeninos, por cuestiones obvias, puede que rocen la parodia, sino un exagerado «tragiquismo»[1].

La multitud de narradores persigue el objetivo poner en el centro de la novela no a uno o varios personajes específicos, sino toda una serie de atmósferas determinadas por la convivencia entre los mismos, en el marco de un par de peligrosas situaciones: el ilegal intento de crear una organización pacífica que se opone al gobierno, y el ilegal intento de organizar una barcada para escapar de la Isla, en sintonía con pequeños cárteles mexicanos del tráfico humano.

 

Después de la muerte por asfixia de George Floyd, de las protestas del Black Lives Matter, y de los sucesos ocurridos en torno a la más reciente elección presidencial en los Estados Unidos, ha tomado auge una corriente de opinión que visibiliza un hipotético «complot» globalista-progresista, con una visión del mundo que cuestiona el patriotismo tradicional. ¿La novela toca el tema?

De forma indirecta. La novela estaba ya concluida, cuando las protestas por la muerte de Floyd pusieron en el centro del debate el hipotético «complot». La parcialidad de las Big Tech y de las grandes transnacionales de la información contra Donald Trump, me obligaron a buscar fuentes de noticias alternativas, para comprender qué estaba ocurriendo. Fue entonces que di con un grupo de intelectuales cubanoamericanos[2] que sí estaban empapados en el tema. Gracias a escritos e intervenciones orales de los mismos en Youtube o en Radio Martí, comprendí el origen de cierta narrativa que a inicios de la década del 2000 había cobrado auge dentro de Cuba, logrando el «milagro» de poner en sintonía, a cara descubierta, a intelectuales de la Oposición, con intelectuales miembros de la UNEAC. Estos últimos, desde sus respectivas plataformas, comenzaron a cuestionar ciertas zonas de la narrativa histórica tradicional con relativo éxito, pues el gobierno terminó más o menos incorporando a su corpus ideológico tales demandas, a fin de cuentas, en sintonía con la narrativa de la izquierda transnacional. Hasta que la muerte de Floyd, las protestas consecuentes y la guerra sin cuartel no declarada al trumpismo, pusieron sobre la mesa el debate en torno a los filósofos de la Escuela de Fráncfort, cuestionado la espontaneidad de tales puntos de vista.

La novela no profundiza en el tema de las diferentes «teorías críticas» que hoy por hoy engrosan lo que los norteamericanos etiquetan como la «corrección política». Pero, sí deja al descubierto una punta de iceberg muy efectiva, por cierto, en fomentar discrepancias, a veces irreconciliables, entre los diferentes actores que dentro y fuera de Cuba luchan por la democracia.

 

Según tu opinión, es un hecho que el fenómeno conocido como «políticas de identidades» o la «identidad política», está afectando la convivencia entre los diferentes actores o grupos de actores que luchan por el cambio político dentro de la Isla. El ejemplo más reciente es la polarización entre casi todas las denominaciones cristianas y casi todos los grupos de activistas LGBTI, en lo que respecta a la campaña por legalizar la unión entre personas del mismo sexo. Pero, el tema «estrella» del gobierno para descalificar, deslegitimar o echar a fajar a sus adversarios entre sí, continúa siendo el del financiamiento.

Tanto, que la novela lo evita por ser un lugar común. Siempre que voy a sumergirme en un argumento me hago las mismas preguntas: ¿Hay algo nuevo que decir? ¿Tengo algo nuevo que decir? Y la respuesta, en este caso, fue «sí». Nada nuevo hay que añadir a los lugares comunes con que el gobierno pretende deslegitimar a los demócratas ante el pueblo llano, más allá de la figurilla del nuevo y mediatizado portavoz: Humberto López. En cambio, hay una arista entorno al financiamiento que hace igual daño, pero que suele evitarse, con la comprensible justificación de no dar armas al enemigo. Se trata de los roces que por cuestiones de financiamiento surgen entre los opositores de a pie y sus líderes, o entre los diferentes grupos de opositores entre sí.

 

Algo que quieras añadir

Un enlace a Youtube. Acá Juan Manuel Cao reporta con imágenes el arribo a Isla Mujeres de uno de los tantos «chiquipacas»[3] que se fabricaron en mi barrio, a pocos metros de mi casa, y que llegaron a su destino. En las peripecias de los paisanos que salen en el video está inspirada parte de la novela, y a ellos también va dedicada.

https://www.youtube.com/watch?v=y0xxjnaOrGc

 

[1] De la jerga local. Hace referencia a la gente que sobreactúa en su vida cotidiana.

[2] Julio Schilling, Juan Antonio Blanco, Andrés Albuquerque, etc.

[3] Embarcación rústica del tipo «bongo» de no más de cinco metros de eslora por metro y medio de manga, hecha de tubos de regadíos abiertos y remachados entre sí y revestidos con fibra de vidrio, con fondo plano, impulsada por motor de combustión. Al no cumplir con normas constructivas que debe tener una embarcación seguridad marítima no les da licencia para la navegación; por lo que suelen gabricarse casi exclusivamente para salidas ilegales.