Soy un caracol con una casa a cuestas

¿Quién es Hendrik Rojas, el escritor?

Bueno, la verdad es que soy de alguna manera un caracol con una casa a cuestas. Tengo una mochila enorme que siempre llevo encima y en ella cargo casi todos mis proyectos, también aquellos relacionados con la literatura: los libros que estoy leyendo, los que me prestan, los que les llevo a amigos para prestarles, mis apuntes de ideas y, por supuesto, papel y lápiz. Me gusta estar listo para encauzar cualquier brote creativo. Podría decirse que soy un yonqui de la espontaneidad.

 

¿Cuándo y cómo descubrió ese misterio que siempre es enfrentarse a una cuartilla en blanco?

Digamos que mucho de lo que cuento viene de un espacio en mi interior que, aunque suene contradictorio, la mayoría de las veces escapa al control de mis intenciones. También influye el modo que tengo de ver el mundo que me rodea y lo que creo saber de él. Pienso que las historias están siempre ahí. En mi caso, algunas nacen de una emoción particular, en un momento concreto. Tengo relatos de casi veinte páginas que han surgido de una sensación que me ha asaltado durante unos pocos segundos. Ahí me he lanzado a escribir, usando más la intuición que la razón, y salen aquellas historias que, una vez terminadas, parecen tener vida propia, porque me cuesta reconocerme en ellas y me pregunto cómo diablos salió eso de mí. Por otra parte, tengo relatos que han sido concebidos con un toque de frialdad, desde un punto de vista técnico y más analítico, considerando detalles como el ritmo, la trama, la aparición del conflicto, el largo de las frases, el tipo de narrador, etc., todo eso a fin de provocar un efecto determinado. Escribir se vuelve entonces un objetivo en sí. En esos casos no espero a que la musa llegue por su cuenta, sino que me siento a escribir de una manera consciente, decidido a no levantarme de la silla hasta tener la primera tirada de una historia. A veces soy un poco testarudo y, por lo general, eso me trae algún resultado positivo. Después de las primeras tres o cuatro horas de intentarlo. Creo que para mí el misterio y la diversión están más en esa sensación que se manifiesta como necesidad de escribir y que me asalta en los momentos más inesperados. Ahí la inspiración aparece más como un desafío inevitable.

 

Sé que para ti escribir ha tenido, además de la necesaria inspiración, mucho de reto, pues para escribir tienes que robarle horas a tu labor como músico, a tu interés por las artes plásticas, entre otras tareas de tu vida cotidiana… ¿Tienes alguna anécdota de cómo lograste escribir estas historias?

Kendrik Rojas, el músico, en concierto.

Hendrik Rojas, el músico, en concierto.

Me ha tocado aprender, casi de mala manera, que cuando llega el primer impulso del nacimiento de un relato tengo que aprovecharlo en el momento. Es por eso que voy flexible con el tema “tiempo”. Por lo general, es así que mi espacio preferido para crear es cualquier sitio tranquilo donde se pueda tomar un buen café, pero eso no siempre me funciona y tengo que conformarme. Algunas historias las he escrito entre bambalinas, en la pausa intermedia de un concierto. Otras las he terminado en la carretera o mientras me desplazo a algún sitio dentro de la ciudad, casi siempre con el celular. El caso típico es el de la lucha contra el sueño después de una jornada larga. Me ha pasado a veces algo muy interesante. Me he adentrado en una especie de trance y he terminado historias con los ojos casi cerrados y, al día siguiente, me he sorprendido del efecto que produce ese estado de somnolencia en lo que escribí. Supongo que, en principio, mi idea es no ir con demasiadas reglas, ya que eso podría volverse en mi contra.

 

Si tuvieras que presentar brevemente tu libro de cuentos Imágenes y figuras a sus posibles lectores, ¿qué les dirías?

El ejercicio que hay detrás de mi libro Imágenes y Figuras ha sido el de incluir temas que me conciernen, de manera directa o indirecta, tomando como referencia mi contacto con la sociedad. En mi día a día, viviendo en una capital tan cosmopolita como lo es Berlín, y moviéndome en espacios tan diversos como los que suelo frecuentar, he tenido contacto con esas cuestiones que, si bien venían influyendo desde hacía años en mis búsquedas personales, ha sido sólo desde que vivo en esta ciudad que han cobrado un nombre y casi una forma definida para mí. Género, orientación sexual, color de piel, lugar de procedencia, entre otras muchas, son cuestiones que surgen una y otra vez, ya sea en forma de yugo o en forma de reclamo, y que han conseguido atraer mi atención. Es por eso que, en este primer libro, decidí entrar en una especie de juego en el que los relatos serían narrados e interpretados en tres planos fundamentales. Uno es el de la forma en que han sido contadas las historias, las palabras utilizadas, los recursos literarios, etc. Otro es el del contenido, la trama en sí y los caminos de interpretación que esta nos sugiere. Y el último está en la posición que ocupa esa persona que lee, enfrentada a las evocaciones de los dos primeros planos. En Imágenes y Figuras cada relato es muy diferente del anterior. Sin embargo, todos tienen un detalle que los conecta y es que escribí este libro sin hacer énfasis en las descripciones físicas de los personajes. Los roles están definidos más por la distinción de sus emociones y actitudes que por la descripción de sus rasgos. En este juego, quien lee, automáticamente, se ubica como un juez de sus propios fantasmas y deseos. Es una sensación muy interesante, y también un reto para mí, crear bajo estas condiciones, porque me toca danzar con mis propios miedos y anhelos. Yo solo escribo la palabra “belleza”, y quien lee decide, de una manera muy personal y libre, lo que esa belleza podría significar.