Entrevista al escritor cubano Ángel Santiesteban Prats
Por Amir Valle
Durante más de una década, precisamente a partir de luchas invisibles que se producían entre las promociones literarias actuantes en la Cuba literaria de los años noventa, el nombre de Ángel Santiesteban apareció mencionado en muchas ocasiones, pero siempre extrañamente vinculado a la condición de “promesa”, aún cuando ninguno de los escritores de otras promociones (convertidos en críticos literarios que juzgaban el nuevo fenómeno que representó la llamada Promoción del 90 o Novísimos) había logrado escribir cuentos de la fuerza y trascendencia de este, por entonces, muy joven narrador.
Con apenas un par de años bajo la tutela del magisterio de Eduardo Heras León, en 1989, Santiesteban se alza con una mención en el prestigioso y codiciado premio internacional de cuentos Juan Rulfo, que cada año convoca Radio Francia Internacional y que se ha convertido en la plataforma de lanzamiento de los mejores escritores de la actual literatura latinoamericana. Así empieza la historia de su mito. Con tal impulso logra terminar el libro Sur: latitud 13, que envía en dos ocasiones al Premio Casa de las Américas (1992 y 1994) donde, por vergonzosas circunstancias extraliterarias, su libro discute cerradamente pero, a pesar de la calidad de sus cuentos, no obtiene el galardón que se concede a dos de los libros más flojos premiados en la historia de ese concurso en el género cuento.
Pero la persistencia es una de las características personales de Ángel Santiesteban y, convencido de que el libro alguna vez saldría, le cambia el título y lo presenta al Premio UNEAC (convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba) en 1995, ganando en esa ocasión aunque, debido a que su punto de vista sobre el tema de los cuentos (las guerras internacionalistas de Cuba en África) no coincidía con el punto de vista gubernamental, no es hasta 1998 (y excluyendo del volumen algunos cuentos considerados “conflictivos”) que aparece bajo el título Sueño de un día de verano. Resultó una verdadera conmoción en la cuentística cubana de la década del 90, precisamente en un momento en que se estaban editando en la isla los mejores libros de los más destacados autores de su promoción (Alejandro Álvarez Bernal, Alberto Garrido, Guillermo Vidal, Sindo Pacheco, Alberto Guerra, Raúl Aguiar, Alberto Garrandés, Jorge Luis Arzola, Anna Lidia Vega Serova y José Miguel Sánchez, por sólo mencionar algunos); justamente cuando varios de esos narradores comenzaban a ocupar espacios de presencia regular en las grandes editoriales internacionales de habla hispana (Ena Lucía Portela, Karla Suárez, Ronaldo Menéndez, Alexis Díaz Pimienta, Andrés Jorge González) y justo cuando buena parte de los narradores de esa promoción protagonizaba un éxodo a cuentagotas (más de la mitad de aquellos muchachos hoy viven fuera de la isla) y se fueran a nutrir con la calidad de sus obras la ya sólida literatura cubana escrita en el exilio en los últimos 50 años.
Apenas dos años después, en el 2001, gana el premio Alejo Carpentier de cuento, esta vez con su libro Los hijos que nadie quiso, selección también incómoda para el esquema oficial imperante al incorporar al tema de la guerra en África (“Los olvidados”) temas como el escape en balsa hacia exilio (“Los hijos que nadie quiso”), el duro sistema carcelario cubano (“La Puerca” y “La Perra”), el sacrificio ilegal de carne de res dirigida al mercado negro (“Lobos en la noche”) y el renacimiento de la prostitución por la crisis económica (“Los aretes que le faltan a la luna”). Muchos escritores, críticos y estudiosos de las letras cubanas todavía nos preguntamos cómo es posible que las entidades editoriales cubanas se desgasten reeditando libros que no se venden de autores que nadie lee y, sin embargo, no reeditan un libro como éste, que literalmente “voló” de las librerías cubanas en apenas un par de semanas.
También hoy muchos se preguntan en la isla cómo es posible conseguir el libro Dichosos los que lloran, premiado en el Casa de las Américas 2006, que se agotó de un modo realmente alucinante durante la Feria Internacional del Libro La Habana de ese mismo año.
Vale decir que, además de una hermandad forjada en momentos de vacas gordas y vacas flacas, compartí con Ángel el magisterio de Eduardo Heras León, los abrazos de nuestros amigos generacionales, la alegría de los primeros premios de esos amigos, y otras muchas cosas, entre las cuales, incluso, cuento alguna que otra novia. Y bajo esa complicidad forjada en medio de abrazos y encontronazos, de convergencias y disputas, nació esta entrevista que llega en un momento álgido, peligroso y (lo sé) traumático, en la vida de este escritor, considerado por muchos críticos y escritores latinoamericanos el cuentista cubano vivo más importante que hoy reside en la isla.
Los espacios íntimos
Hay zonas de la vida personal de un escritor que, aún cuando no suelen ser conocidas, son determinantes a la hora de entender lo que de muchos modos es su “marca”, esa mirada única sobre la vida que muchas veces puede coincidir o no con esa diferenciación creativa que algunos llaman “estilo propio”.
Quiero que hablemos de tres momentos de tus primeros años de vida que, por lo que hemos conversado en todos estos años, son esenciales para el escritor que hoy eres. Pero quiero que los mires desde la lejanía e intentes esclarecer qué cambios provocaron en la personita en formación que eras entonces que pudieron incidir en el punto de vista que tienes como escritor de un tema que es en tu caso recurrente: “la voz de los perdedores”:
A) el entorno familiar (tu madre, el gran Luis, tus hermanos).
Mi madre es el principio de mi creación, y casi fue el final, porque me costó mucho poder sobrevivir sin su presencia. Fue mi amiga inclaudicable. La cómplice constante. Mi literatura pasó por sus ojos. Aprendí a desentrañar sus sueños y dolores, y los escribí. A través de su silencio fue calando en mí la animadversión al sistema. Se pasaba las madrugadas escuchando la onda corta, Radio Martí, Radio Mambí, la Camilo Cienfuegos, escuchaba a Huber Matos a quien admiró profundamente por todos sus sufrimientos y la manera estoica con que soportó sus veinte años de condena injusta. Hasta tú, Amir, en muchas ocasiones permaneciste a su lado hasta el amanecer porque deseaba que escucharas una noticia importante. La canción de Willy Chirino “Ya vienen llegando”, a veces me parece que ella fue quien escribió la letra. Siempre decía que a Castro en el poder le quedaba poco. Por ella supe que teníamos un Cardenal, y me dijo aquella frase ingenua y simpática: “Cardenal tiene más jerarquía que Comandante”, y lo expresó con devoción. También por ella me llegó el sufrimiento cuando a mi hermano mayor se lo llevaron a la guerra en África, y todo porque le prometieron que cuando regresara a su centro laboral le entregarían un camión nuevo (cuando retornó habían cerrado la fábrica). Por ella me negué a ir a Angola, dije que no quería repetirle el sufrimiento y porque estaba convencido de que la población angolana no nos agradecía la permanencia en su territorio pues nos veían como una fuerza de ocupación.
También por mi madre me negué a asistir al Servicio Militar Obligatorio; mi permanencia a los diecisiete años en algunas cárceles como en la prisión de La Cabaña, era suficiente estudio social para lo que deseaba ser y necesitaba defender. Y los psiquiatras diagnosticaron claustrofobia, y finalmente pude evadir el ejército.
Los ojos de mi madre fueron la gran pantalla que me dictaba mi literatura.
Después del divorcio de mi padre, ella contrajo nupcias con Luis, el gran Luis, como tú dices, un hombre hermoso y profundo que conociste muy bien. Él fue mi patrón paterno. Tenía las grandes contradicciones: era inmenso de tamaño y a la vez era como un niño de mi edad. Era rudo y sentimental. Un hombre sin estudios profundos y con una sorprendente filosofía de la vida. Cuidó de mí, mis hermanos, mis sobrinos y de amigos como tú, con un fervor enfermizo.
Mis hermanos me enseñaron que por encima de cualquier desavenencia estaba la familia y por la más pequeña de las razones estábamos unidos para darnos fuerza y cooperación. Mi hermana Mary que vive en Miami desde hace más de veinte años, siempre fue mi segunda madre; desde que era una niña asumió ese rol; desde mi nacimiento yo fui su juguete. Y cuando no existían los celulares, al menos en Cuba, teníamos un día y una hora que observábamos la luna, era la manera de encontrarnos con la mirada.
Por acompañar a mi hermana a la orilla cuando quiso abandonar el país y verlos partir, me apresaron por catorce meses en las prisiones más aberrantes y abusivas de cuanto libro he leído sobre el tema. Ni siquiera en las novelas que describen las prisiones de Sudáfrica cuando el apartheid, se supera las injusticias y la hambruna de las cárceles cubanas. A mis hermanos los apresaron en altamar, era una embarcación del INDER, y cuando los fueron a traer de vuelta, para evitarlo, ellos echaron el motor fuera de borda al mar. Pero eso no evitó que los halaran con la lancha de Guardafronteras. Y los sancionaron a diez años de cárcel. Luego, a mí, por el delito de “encubrimiento”. De pronto, mi madre se encontró con todos sus hijos presos, diseminados por varias cárceles y ella fatigada en el recorrido de una prisión a otra. Nunca olvidaré su imagen estoica entrando por aquellas puertas cubiertas de moho. Su manera de exigirle a los guardias que respetaran los supuestos derechos que nos asistían y la manera también con que soportó sus burlas mientras le preguntaban si era abogada, a lo que ella respondía que era Madre y con eso era suficiente; lo que pasa es que algunos no lo recuerdan, les respondía, y yo mirando a través de los barrotes todos esos atropellos sin poder defenderla. Cuando se iba, sentía por muchas horas el dolor de los barrotes en mi rostro por la desesperación e impotencia de no poderla proteger de aquellos abusadores sin alma. Toda aquella angustia que le hicimos padecer jamás pudimos resarcirla, creo que no habría forma. Aunque ella nunca se quejó, por eso me esforcé más en ese proyecto de escritor que ella admiraba y la hacía sentir orgullosa. La pude llevar a lecturas literaria y pude dedicarle un libro que se llevó en sus manos para acompañarla en ese momento de dolor que me hizo recordar aquella misma impotencia que antes sentí en la cárcel.
B) El período en que fuiste “Camilito”.
Fue el período de la ingenuidad. Siempre me llamó la atención la vida militar. Quería ser oficial en Mando de Tropas Tácticas. Pero Dios dispuso lo contrario, por eso a pesar de todo, hasta del doloroso castigo de mi madre al vernos en prisión, le agradezco a Dios que me haya interrumpido ese camino porque ese mismo año comenzaba mis estudios superiores en la Academia Militar.
Gracias a la prisión maduré con prisa, quemé etapas. Aprendí, en parte, a comprender a los seres humanos, vi, palpé sus penas, sus lágrimas, anhelos, frustraciones, sueños, y calaron profundo como un Doctorado Sociológico del Sistema, y desde entonces llevo conmigo esas cicatrices. Cuando escribo, allí asoman los rostros tristísimos de los reclusos que me acompañaron en aquel viaje al infierno; también la agonía de las madres por dejarnos allí. Fue tanto el sufrimiento que mi subconsciente me obligó a escribir, desangrar aquella angustia a través de las palabras porque por momentos sentía que estallarían dentro de mí. Escribir fue mi cura salvadora y lo que me hizo soportar aquel año y tanto sin volverme un demente, y desde entonces escribir es mi salvación, el ejercicio que me hace resistir cada hora de injusto gobierno.
Antes de ir a la cárcel nunca imaginé que podría ser escritor. Detestaba las letras porque me parecía que era un oficio de gente débil. Para ese entonces desconocía la fuerza de las palabras, ignoraba que una frase puede tener la misma potencia y el alcance destructivo que un obús y hasta superarlo, porque el misil se usa una sola vez, mientras que una frase se mantiene en el tiempo y detona con la misma fuerza, o lo supera, cada vez que se menciona.
C) Luyanó y tu juventud.
Luyanó era París. Tenía todas las luces del universo aunque estuviera en apagón como solía suceder, lo que se acrecentó en el Período Especial. Pero aquella oscuridad eran luces de neón. No imaginaba mi vida sin mi barrio. Allí lo tenía todo y me sentía un Rey, a pesar de toda la marginalidad, en la que vine a reparar muchos años después, porque esas personas me parecían normales, buenas, imprescindibles, fui feliz y guardo gratos años de mi pasado. Los vecinos éramos una gran familia. Aún sueño la niñez, los abuelos de mis amigos. Siempre los reencuentro en aquel tiempo y espacio.
Ahora en la distancia me pregunto cómo lo pude soportar. A veces visito el barrio, allí vive mi hija que ama el lugar como lo hice yo, pero ahora cuando recorro sus calles me siento ajeno.
Doy gracias al consejo del padre de un amigo al advertirnos que desperdiciar el tiempo sentado en las cuatro esquinas era de perdedores. Y reparé en los hombres que permanecían largas horas en aquel lugar, medí sus vidas y calculé sus futuros. La mayoría tenían tatuajes de prisiones, marcas de balas y cuchillos a los que habían sobrevivido y por lo que eran respetados.
Resulta que sus vidas fracasadas me asustaron tanto que ni siquiera me detuve en las esquinas cuando algún amigo me llamaba, mientras me alejaba les daba algún pretexto y continuaba con prisa porque lo hacía huyendo de un destino natural que quizá estaba signado para mí y del cual me aterraba. Huía de esos espacios como un virus que espera el momento de entrar en ti e incubar.
Los que allí dejé y que no pudieron emigrar, pasaron por sus vidas sin dejar huella, sin aportar a su tiempo, y lo injusto o triste es que nunca fueron conscientes de ello, nadie se los explicó. Asumieron sus destinos sin quejarse ni ambicionar algo superior.
Hay un momento definitivo para tu carrera como escritor que creo es justo rememorar, aún cuando sé que puede ser una pregunta difícil: tu encuentro con el escritor Eduardo Heras León. Dejando a un lado las posibles diferencias que puedan haber surgido por las claras diferencias ideológicas entre Eduardo y nosotros, ¿cómo se produjo ese encuentro y qué alimentos espirituales e intelectuales te dio esa hermandad de años, conocida por todos los de nuestra generación como un ejemplo de lealtad y compartida por muchos de aquellos muchachos a quienes nos llamaron “el grupo del chino Heras”?
Cuando salí de prisión, como dije antes por acompañar a mi hermana hasta la playa, y donde en el juicio salí absuelto (los jueces consideraron que no había cometido delito de “encubrimiento” por ser su hermano y el único interés que perseguía era protegerla, pero para ese entonces ya había permanecido preso por catorce meses), entonces tenía la ilusión de que podría ser escritor, la creación me llenaba de magia, había pasado de ser un Rey de mi barrio a ser un Dios de mi creación.
Desde niño había asistido a las clases de pintura en la Casa de la Cultura, y cuando indagué me explicaron que existía una Casa de Escritores, a la que me uní de inmediato. Luego por el periódico supe de un aniversario de la Editorial del Instituto Cubano del Libro y que la entrada era libre. Y fuimos un grupo de amigos con sus novias. Allí conocí a Eduardo Heras, a quien de inmediato me le acerqué con la intención de que leyera una versión escrita a mano de una horrenda novela que abría mis comienzos de los horrendos libros que escribiría después. Heras, con evasivas y explicaciones de tener el tiempo muy apretado por el trabajo, pues era Director de la sección de narrativa, no me garantizó que pudiera leerla, pero como para ese entonces poseía todo el tiempo del universo le dije que esperaría. Luego de tres meses comenzaron mis primeros síntomas de ansiedad. A los seis meses ya era un desesperado que necesitaba un criterio profundo de mi “novela” porque sentía que hasta tanto no tuviera sus apuntes no debía continuar; y, por otro lado, la premura de los veinte años, era como si la vida se estuviera acabando. Para echar mi vida a la literatura necesitaba un disparo de salida.
Después de presentarme varias veces en su oficina, por salir de mí, me prometió leerla el próximo fin de semana. Y esperé. El domingo me llamó por teléfono a casa de mi novia, me dijo que fuera verlo al día siguiente.
Cuando llegué tenía la novela sobre el buró, lo que me pareció genial. Luego de estar veinte minutos diciéndome que tenía que leer no sé cuántas obras y que la “novela” no era publicable, por supuesto, que tenía que aprender técnicas literarias, y que me parecía leer entre líneas que el proyecto de ser escritor era inalcanzable, que no era para mí, y comenzaba a preocuparme, a pensar qué otra cosa podría ser, en ese momento Heras hizo un intervalo de silencio y me dijo: “te aseguro que sé a través de un texto cuándo alguien pierde el tiempo… y en tu caso, leyendo algunas frases, te aseguro que tienes talento y que si te lo propones vas a ser escritor y podrás alcanzar todo lo que te propongas, sólo depende de tu instinto, tu voluntad, la persistencia en la lectura, allí está todo lo que buscas y lo que debes aprender”. Se quedó mirándome, quizá supo leer mi susto, pues creo que yo estaba más preparado para la negativa que para la aceptación. Me estremecía asumir que podría ser un escritor. En ese entonces era una palabra tan grande y lejana y te aseguro que, en cierta medida, aún hoy lo es.
Entonces emprendí un camino constante donde cada minuto tenía la misión de superar el recién vivido. Fue una guerra de progreso interno, donde me asistí de sus consejos, es un Maestro inigualable porque tiene esa vocación. Eduardo Heras ha tenido muchos oficios, los más increíbles, pero estoy seguro de que su vocación es el magisterio. Por él también los conocí a ustedes, los hermanos que la vida me regaló, los que me apoyaron, mis primeros críticos y editores. Los conocí en aquel Seminario en el Centro Alejo Carpentier en 1985. En ese entonces fui el ser más feliz del universo, quizá lo éramos todos. Recuerdo que tú me enseñaste qué era la poesía en la prosa que yo no lograba descifrar, y fuiste tan delicado que lo hiciste con mi cuento Sur: Latitud 13, recuerdo hasta la oración que me señalaste como ejemplo, y yo me sorprendí de escribir poesía sin estar consciente.
En ese Encuentro de Escritores de 1985 asistí invitado como oyente. Por supuesto, aún no era considerado escritor, acababa de asomar al mundo literario. Ese fue el día que los conocí. Arzola se espantaba por tantas luces que veía en la ciudad, a diferencia de aquella oscuridad en su natal pueblecito de Sanguily. A otro escritor le parecía inverosímil que unas puertas de cristal se abrieran solas por el solo hecho de acercarse y miraba a todas partes buscando al hombre que apretaba el interruptor, o la sorpresa de ver las escaleras de la tienda Variedades de Galeano subir solas. ¡Éramos tan sanos!.. Hubo una anécdota que sucedió allí y que me marcó para siempre, y fue en el hotel Lincoln. Por primera vez escuché hablar de Rulfo, del iceberg de Hemingway, y de todo lo demás. Resulta que a la hora del almuerzo ustedes me dijeron que siempre faltaban invitados y que podría almorzar, y yo quise negarme pero insistieron, y yo, que estaba tan fascinado con el grupo como Arzola con las luces de la ciudad, había descubierto a qué le dedicaría mi vida y estaba apurado por aprender, prisa en escribir, sacarme un mundo que latía dentro de mí, pateaba por escapar, ser parido. Y cuando me senté en la mesa, un funcionario y organizador del Centro, a pesar de haberme visto en las conferencias y lecturas, me preguntó quién era, y me dijo que debía abandonar el salón, y yo avergonzado salí, porque en realidad no quería el almuerzo, lo que deseaba era continuar escuchándolos hablar de escrituras, de oficio, un mundo fascinante y mágico que me afiebraba, una emoción que ni siquiera me permitía dormir. Fui el último intento de escritor que se agregaba a la “generación de los novísimos”, como luego nos llamaron. Quizá ese fue el castigo por rezagado. Y salí del restaurante con prisa, deseaba alejarme, no ofendido, sino molesto por usurpar un espacio que no me pertenecía, que no me había ganado. Y cuando estaba como a cien metros del hotel, sentí que me llamaban, y eran todos ustedes que me seguían: delante venías tú, Arzola, Gume, Garrido, Guillermito Vidal, Marcos, Alfredo Galeano, Torralba, y Eduardo Heras que en solidaridad decidieron irse conmigo y continuar hablando de literatura mientras nos comíamos una pizza a cappella y en plena calle de Galeano.
Aquello significó para mí un pacto de amor. Cualquier hecho negativo que haya ocurrido o suceda en el futuro con los integrantes de ese grupo, no podrá igualar aquel gesto de ustedes hacia mí.
Y fíjate si cada cual nace signado para lo que será siempre, que hace unos meses, mi ex abogada para el juicio que debo enfrentar con acusaciones calumniadoras para convencerme de que debo cerrar mi blog, me pidió una carta de la Unión de Escritores de Cuba, donde dijera mis logros literarios. Y algo me hizo intuir que no lo hiciera, pero luego de su insistencia, llamé, y me respondió el mismo funcionario que me expulsó de la mesa del hotel, y que yo siempre lo traté olvidando aquel gesto de su parte porque lo entendí, era su responsabilidad como funcionario y debía velar por la disciplina y control del evento. Pero resulta que cuando le pido la carta, lo recibe con desgano, y me dice que llame al día siguiente, y cuando lo hago me dice que sólo podían darme una carta donde se especificara que era escritor y que pertenecía a la Asociación de Escritores, que eso era suficiente. Y le pregunté si podían agregar que me había ganado el premio de la UNEAC. Me dijo que no, “sólo eso”, y después de todo me dio risa, lo creí tan ridículo y enajenado que sentí pena ajena, vergüenza por ellos, y le dije que no se preocupara, que podía salir adelante sin esa carta. Nunca más he llamado. Y para ser sincero, en mi cumpleaños pasado me enviaron una botella de vino, y recordando aquella carta entre Dulce María Loynaz y el escritor y periodista español Santiago Castelo donde ella le comenta que Fidel Castro por su cumpleaños le había enviado una caja de bombones, y luego agrega: “y no estaban envenenados”. Yo también puedo decir lo mismo.
Mi hijo lleva el nombre de Eduardo en homenaje a Heras, y también Heras es su Padrino. Puedo asegurar, y tú lo sabes, que no hay Maestro que lo iguale, y puedo agregar también que ni Padrino que lo alcance tampoco.
Hubo una época que discutíamos mucho de política y una vez, para mantener la amistad, decidimos no tocar el tema político. Y así lo hicimos en lo adelante.
Lo que sucede es que la vida constantemente nos emplaza los caminos y uno decide cuál emprender. Y nuestros caminos se bifurcaron, él quiso quedarse con ese sistema arcaico del que está consciente de su estatismo pero que se empeña en defender. A veces lo entiendo, como te dije antes, nunca los voy a cuestionar, quizá sea muy tarde para claudicar, sería como traicionarse a sí mismo, porque reconocer que tanto sacrificio fue en vano no es asunto fácil. Él ve a Fidel Castro como el hombre que estuvo cerca de él cuando arriesgaba su vida en Girón. Y yo lo respeto. Cada cual con su pasado y su conciencia.
Y cuando abrí el blog, que lo hice en el espacio de Cubaencuentro, él me envío un mensaje desde Canadá donde aseguraba que lo había traicionado. Desde entonces nunca más he tenido contacto con él. Y he respetado esa decisión, es su voluntad y por el agradecimiento que siempre le voy a guardar, así lo he mantenido.
Pero el presente no borra el pasado ¿verdad?
Algo me ha llamado la atención, primero mencionaste que le entregaste a Heras “una horrenda novela”, y se sobrentiende porque era la primera sin ningún tipo de herramienta literaria, pero luego repetiste que “abría mis comienzos de los horrendos libros que escribiría después”, ¿acaso consideras tú literatura horrenda? ¿Por qué?
Mi literatura no es para degustar, no es para disfrutar; sin proponérmelo, así me ha surgido. Desde mis primeras entregas a los lectores, la mayoría se me acercaban para hacerme saber el rechazo que le hacían a mi literatura porque los deprimía, les resultaba agónica, frustrante, los hacía sufrir. Y no había mayor regocijo en mí que me confesaran aquellos resultados. Yo sufro mucho en el proceso creativo, y parece que he logrado trasmitirlo. Los lectores se han quejado de la angustia que les produce y que a veces han lanzado el libro contra la pared, pero que luego han ido a buscarlo para proseguir su lectura.
Mi literatura es el dolor de nuestra gente, su frustración, la voz de muchos que quisieran leer sus experiencias, de alguna manera verse reflejada. Que sus problemáticas les interesan a otros. Eso lo he sentido como una misión.
En uno de mis ensayos, hace un par de años, hablé de que en Cuba los límites de la marginalidad se habían difuminado tanto que la marginalidad social, espiritual y moral era un fenómeno que estaba en todas partes. En tu caso, por tu origen humilde como hemos visto, estuviste obligado a coexistir con la marginalidad habanera casi desde que abriste los ojos, y recuerdo que un día conversábamos y me dijiste que ese mundo era, cito de memoria, “tan despiadado como humano y hermoso”. ¿En qué sentidos esos influjos de la marginalidad determinan la persona que eres, por un lado y por el otro, el escritor que eres?
Los marginales saben lo que son y no lo ocultan, lo aceptan y asumen. No tienen dobleces. La amistad para ellos es un código al estilo Omerta, y darían la vida por ti sin pensarlo. Tienen su ética marginal y la traición es imperdonable, lo que para mí significa todo lo que soy. Mis amigos, y se los digo, tienen la libertad de ser lo que elijan, hasta del Partido Comunista si son honestos y lo asumen, porque la mayoría que conozco lo son por obtener crédito ante el sistema, lo son por oportunistas porque cuando se conversa con ellos te hacen sentir que los disidentes son ellos. Mis amigos pueden ser marginales, catedráticos o analfabetos, gay o asexuales. Pueden venir con una cabeza humana debajo del brazo que siempre buscaré la forma de protegerlos y hacerlos consciente de su equivocación, pero sobre todo de que nunca los abandonaré, nunca los juzgaré. Estaré entre los primeros para visitarlos en la prisión. Para mí la amistad, así me lo enseñaron en mi barrio, significa nunca abandonar, menos en el peor momento.
En mi barrio me aceptaban como algo extraño y entrañable. Me observaban crear asustados y con respeto. Me miraban con la misma tensión conque un físico construye una bomba atómica. En el año 1992, cuando adquirí mi primer ordenador, una 286 monocromática, mientras escribía, uno de ellos se me acercó temeroso a preguntarme si yo le pedía sobre el tema a tratar y ella, la computadora, entonces escribía los cuentos. Me pareció salvajemente genial que se le ocurriera esa idea. Y le dije que parte y parte. Y entonces fue feliz, me le hice tangible, sin tanta diferencia entre nosotros y lo aceptó radiante.
Recuerdo otra anécdota con nuestro inolvidable Profesor Salvador Redonet, que tú y yo aún ponderamos: él también vivía en un espacio marginal y en el fondo de su casa había un solar, pero cuando jugaban dominó mientras bebían, al descubrir la luz de su cuarto encendida mientras preparaba alguna clase para sus alumnos de la universidad o alguna antología donde casi siempre nos incluía, para suerte y orgullo nuestro, ellos, sus vecinos con bajo grado cultural, se pedían hablar bajito porque “el profe está estudiando”. Los marginales no envidian los éxitos de los demás, al contrario, se sienten guardianes de ellos, los protegen y respetan.
En tu obra, como en toda la obra de nuestra promoción, tiene mucha presencia la sensualidad y el erotismo, aunque en tu caso, como escribí en cierta ocasión, se trata de una “sensualidad desgarradora y de un erotismo agresivamente cruel, casi bestial”. Sé que buena parte de la visión que tienes sobre el asunto nació muchos años atrás, en esa rara relación de amor y odio, de rechazo y admiración que tuviste con tu padre, un hombre libertino, machista y promiscuo según me contaste en aquellos primeros años, como casi todos los hombres de los duros tiempos en que le tocó vivir. ¿Qué piensas sobre esta u otras posibles influencias de aquellos años en el narrador que crea esos mundos sexualmente violentos, casi desalmados, donde el sexo es parte de la psicología que tipifica muchos de tus personajes?
Mi padre…, de él llevo en mis genes esa necesidad de la constante presencia femenina. Nada hay más importante ni me hace mejor que hacer feliz, especialmente a mi pareja, pero en general a todas las mujeres que me rodean: familia, amigas y hasta desconocidas; pero la sensualidad desgarradora, agresiva y cruel la vi en la cárcel. Eran hombres que mordían la pared de tantas ganas reprimidas. Que se excitaban con sus propios olores, sus sudores, sus caricias. Se pasaban el día excitados y ya sabían que masturbarse era peor, sólo un alivio momentáneo que era proseguido por un nivel de frustración y de una rabia incontrolable, una ira contra todos, odio visceral ante la vida, que podría conllevar a indisciplinas penadas con castigos en celdas horrendas y despiadadas, o peor aún, sumar años de cárcel a su condena.
Luego, los amigos aquellos que por desgracia (para la nostalgia) o por suerte (para muchos de nosotros) hoy andamos mayormente dispersos por el mundo. Sé que te alimentaste mucho de ciertas hermandades literarias y que muchas de esas experiencias fueron vitales para la madurez de tu obra. Cuando menciono esa palabra y ese tiempo, ¿en qué piensas?
Recuerdo el tiempo compartido con aquel grupo mágico que compactamos. Llegamos a ser uno solo. Es increíble con tantas diferencias que tenemos los seres humanos y en aquel grupo nunca existió una desavenencia, leíamos los textos de los otros como propios, jamás hubo envidia, todo lo contrario, nos dábamos ánimo para concursar y nos alegrábamos del premio como si lo alcanzáramos todos. Teníamos a Guillermito Vidal que nos enseñó tantas experiencias de vida y recursos literarios, al Gume Pacheco que era el humor personificado, Garrido que aparentaba ser serio hasta que lo conocías bien, Arzola era la ingenuidad, tú que siempre fuiste el más laborioso, Marcos González, tan talentoso como ajeno a su destino. Nos hicimos familia, tanto que traspasamos la literatura y nuestros problemas personales comenzaron a tratarse en grupo y a solucionarlos. Nos esforzábamos por la promoción y publicación del grupo. Eso me hace recordar que una vez compré la revista Alma Mater, de la Universidad de La Habana, y cuando llegué a la parte de narrativa vi un nombre igual al mío con un cuento titulado como el mío, y que además pertenecía al Taller Literario de Diez de Octubre, y lo primero que pensé que en ese Taller Literario había otro con un nombre como el mío. Lo que jamás imaginé era que tú, como sabías que me negaba a publicar, te llevaste un cuento de mi casa y lo entregaste a la redacción de la revista. Aquella sorpresa fue muy grata. Entonces históricamente hay que reconocer que el culpable de publicar por primera vez mis horrendos cuentos, fuiste tú.
Hablando del Taller de 10 de Octubre, allí estaba Chachi Melo, yo te llevé y te la presenté y allí te quedaste también prendido a su amistad alegre y profunda. Mientras leíamos los primeros textos siempre nos interrumpía su hermoso niño, que hoy es el importante escritor Abel González Melo.
Los espacios literarios
Hay cinco momentos de tu carrera literaria que quiero que cuentes, intentando salvar los detalles más importantes, esos detalles de cada suceso que te irían moldeando como el escritor que ahora mismo eres o esos otros que te fueron abriendo los ojos a una realidad tan dura como la que ahora mismo vives.
A.- La mención en el Premio Internacional Juan Rulfo de cuento, en 1989.
La sorpresa. Me consideraba, más que ahora, un experimento de escritor no logrado. Sólo envié al concurso aspirando a recibir un criterio de un jurado extranjero. Quería saber si mi literatura funcionaba fuera de Cuba. Si parecería interesante o aburrida, con temática regionalista. Fue la primera vez que los escritores establecidos escucharon mi nombre. De cierta manera, me colocó en el mapa de los “novísimos”.
B.- Las dos ocasiones en que te despojaron del Premio Casa de las Américas.
Tristísimo, no solo por mí, sino por la situación en que pusieron a los jurados. El libro tenía la temática de la guerra en Angola, lugar donde permanecimos por quince años y donde perdimos numerosas vidas de cubanos que jamás lograron comprender qué carajo hacíamos allí. El libro no era épico, como acostumbraba a tratarse esa guerra, sólo me interesaba el lado humano, los hombres inmersos en una contienda bélica que sentían1 ajena.
No se me olvida el rostro de Abilio Estévez dándome la inexplicable disquisición sobre el libro, y que tú más tarde escribirías que ese año premiaron el peor libro de todos los premios Casa de las Américas. Abilio contó que en el hotel que estaban leyendo las obras, lo llamaron por el altoparlante para que se presentara en una habitación. Cuando fue lo esperaban los “segurosos”, le dijeron que a nadie le convenía que premiaran ese libro. Así también hicieron con la jurado argentina Luisa Valenzuela, que luego quiso llevarme para su país porque yo tenía la misma edad de su hija y con aquel hecho comprendió lo difícil que sería mi ascenso literario bajo el régimen. Eso fue en 1992. Desde entonces ya estaba renuente a irme del país, y le dije que le agradecía, pero que sólo Dios sabía por qué había nacido aquí y me quería aquí. Ella nunca estuvo conforme, imagino yo, y cuando el lanzamiento del premio Alejo Carpentier, hizo todo lo posible para que le coincidiera una invitación a Cuba y pudo estar presente.
Luego en 1994 sucedió algo parecido, pero esa vez la Seguridad tuvo más cuidado e intentó, sin éxito, que no se filtrara su presencia con los jurados. Pero los libros sobreviven a los Tiranos y sus Gobiernos totalitarios. La censura jamás ha podido apagar el arte. Una vez un escritor me dijo que el libro era injusto con los que habían estado en esa guerra. Y cuando le conté a Heras aquellas palabras me dijo que los libros no eran justos ni injustos, sólo eran buenos o malos, literariamente hablando.
C.- El Premio UNEAC de cuento 1995 para Sueño de un día de verano y la salida del libro, con censura incluida, en 1998.
Los libros llegan cuando uno más los necesita, son como salvavidas. Y este premio finalmente me daba la posibilidad de ser un escritor edito, porque se me conocía en el ámbito cultural pero no tenía un libro, que en definitiva es la tarjeta de presentación del escritor. También era en el género de cuento, que es el género más codiciado en Cuba, sobre todo por nuestra generación. Pero el libro era el mismo que me habían censurado, por lo que, previendo que la Seguridad del Estado volviera a malograrme un premio, le cambié el título (Sueño de un día de verano), y pasó los filtros y lo premiaron. Cuando se vieron con ese libro que debían publicar, y que hablaba sobre la parte humana, el hombre inmerso en aquella guerra, sus contradicciones, entonces el libro les comenzó a ser un dolor de muela. El libro los aterraba. Iba de un buró a otro. Varias veces me llamaron para conversar por mi negativa a publicarlo antes que verlo cercenado. Y otra vez asumí el silencio a lo Gandhi, pero con la variante de que no quería ser escándalo político, el que deseaba era literario. Ser noticia cultural.
Hasta que decidieron llamarme a negociar. Me hablaron abiertamente, había varios cuentos que no podrían salir a la luz pública, sobre todo el cuento Los olvidados, “ni en veinticinco años saldrá publicado”, me dijo el funcionario (Logré publicarlo en el 2001 en el libro Los hijos que nadie quiso, premio Alejo Carpentier). Yo tenía, como te dije antes, la necesidad urgente de presentar un libro, pero me daba lástima con el libro, aceptar que saliera sin esos cuentos era una traición, la peor de todas, traicionarse a sí mismo. Pero a la necesidad de publicar se unió otra, inesperada: alguien esperaba un hijo mío y no tenía hogar. Y el funcionario me ofreció un apartamento. Me mantuve pensativo por un rato. De pronto surgía la posibilidad de darles una estabilidad a aquella persona y a mi hijo, que nacería en los próximos meses. También pensé en que un editor de cualquier parte tiene el derecho a leerse el libro y decirte lo que le interesa publicar, y aquel funcionario me daba la posibilidad de un libro mío, finalmente, y por los cuentos que se mantendrían inéditos me daba un apartamento. Sentí que canjeaba en un mercado de Bagdad y, de todas formas, el hombre siempre es y será “él y sus circunstancias”. Y acepté… El libro salió en la feria de 1998, con una caratula deslucida, lo hicieron a propósito, pues, más que un libro parecía una caja de detergente. Así logré presentarme a los lectores, y de paso, que mi primer hijo naciera en un espacio decoroso.
D.- El Premio Alejo Carpentier 2001 para Los hijos que nadie quiso.
Ese libro tiene todos los cuentos que me habían censurado. Por eso lo llamé así. Además del cuento homónimo que está incluido, y que sentí que como aquellos cuentos despreciados, censurados, igual eran los jóvenes que escapaban en balsa de la isla. Encontré una similitud en ambas circunstancias. El voto del jurado estuvo dividido, por supuesto. Todos saben lo que arriesgan al premiarme. Los dos votos a mi favor fueron el de Arzola (había ganado el premio el año anterior), y que lo decidió con una llamada telefónica desde la oficina del entonces Presidente del Instituto Cubano del Libro, el siempre talibán Iroel Sánchez, como ya sabes, un nuevo modelo de aquel personaje llamado Pavón y que tanto daño le hizo a la cultura cubana. Me contaron que Iroel abría los ojos como un rezo a sus dioses, me imagino que Lenin, Stalin, Hitler, Marx y Engels, y su adorado Fidel Castro, por el que siente un amor casi homosexual. Pero volviendo al jurado, Arzola se fue de Cuba poco tiempo después del premio, pero el otro jurado era nada más y nada menos que Eduardo Heras León. Que por cierto, yo envié al concurso cuando aún no se sabía quiénes eran los jurados, porque si llego a saber que él estaba no hubiera presentado pues eso daría pie a habladurías por nuestra amistad, como después sucedió. Y Heras, al menos hasta el 2009 cuando le perdí la pista, no había sido invitado a otro concurso que convocara el Instituto del Libro. Ese fue el castigo que le impuso Iroel, quien me dijo que la Asociación de Combatientes de Cuba, se había quejado a través de una carta, exigiendo explicación por la publicación del libro, y más en el plano personal, me comentó que sus compañeros que estuvieron en Angola con él, le criticaban que bajo su Presidencia del Instituto del Libro, hubiera salido aquella despiadada visión de la guerra. Le pregunté si el libro mentía. “Ese es el problema, me respondió, que sabemos que fue así o peor. Pero Ángel, es el enemigo que se aprovecha de nuestras debilidades para atacarnos. No podemos darle el pretexto”.
Luego fue cómico. Me llevaron a la Feria del Libro de Guadalajara, como cada año hacen con los premios Carpentier. Y coordinaron varias presentaciones en universidades, y a cargo de eso estaban unos mexicanos de un Comité de Solidaridad con Cuba. Cuando los estudiantes preguntaban por los derechos humanos en Cuba, mis acompañantes respondían intentando desacreditar a los grupos de disidencia y los llamaban “grupúsculos”, un cuño de Fidel Castro y que luego todos repetían, y eso me molestó tanto que tomé la palabra y dije que cien, cincuenta, diez, cinco o uno, tenían los mismos derechos a pensar y elegir que los otros millones de cubanos. Y los estudiantes y el claustro de profesores se pusieron de pie para aplaudirme.
Al regreso, los organizadores hablaron con Iroel para que me cambiara por otro escritor porque yo no les daba resultado. Eso me dio gracia. Y me cambiaron, por supuesto, en esa manera típica del socialismo en que no te dicen nada, pero los demás te rehúyen como si tuvieras la peste. Y luego vi varias veces como se iban en el ómnibus sin avisarme. Por supuesto, ya había captado la intención y lo asumí sin problema.
En la presentación oficial del libro en el recinto ferial estaban todos los funcionarios de Cuba. A mi lado estaba Jaime Sarusky, que ese año había ganado en el género de novela. Y mientras yo hablaba, veía como sus manos sudaban. Nunca he vuelto a ver a nadie sudar tanto. Eran gotas que caían sobre el papel que él después tendría que leer y yo comencé a preocuparme de que se pusiera borroso. Estaba diciendo, siempre por alguna pregunta del público, porque mi intención no era molestar, pero sí la de ser honesto, sobre todo conmigo, que me identificaba con aquel sector de los jóvenes cubanos que no encontraban puntos de coincidencia entre la Revolución y nuestra generación. Que la Revolución era algo del pasado con lo que no nos sentíamos reconocidos. Y al finalizar aseguré que la gran totalidad de aquellos jóvenes que conocía, pensaban igual que yo.
Los funcionarios se mantuvieron estoicos. Soportaron, pero muchos años después, Iroel me lo recordaría como un momento desagradable de su vida. Por mis actos honestos siempre recibí castigo. En Manzanillo supe que habían recibido llamadas y correos electrónicos del Instituto del Libro, exactamente del escritor Fernando León Jacomino, que en ese entonces era Vicepresidente, criticándolos por invitarme y sugiriendo que me sustituyeran por el narrador Rogelio Riverón. En otra oportunidad, me llamaron para que aceptara ser Presidente del concurso Wichy Nogueras, y luego no me avisaron de la contraorden, y cuando llegué al Capitolio, que era donde se daría a conocer el resultado, me dijeron que ya no formaba parte del jurado. O lo que sucedió en la última Feria del Libro en la que participé: estaba en el hotel de Morón y la Seguridad mandó a sacarme de la habitación. Esa noche dormí en casa del chofer del taxi que nos transportaba.
Ahora soy un escritor fantasma.
E.- El Premio Casa de las Américas 2006 para Dichosos los que lloran, el más duro y crítico de tus libros.
Es que el libro toca la fibra más honda del ser humano: la cárcel, el preso inmerso en lo más profundo de las actitudes indeseables por sobrevivir. Finalmente pude sacarme todas aquellas experiencias que viví en La Cabaña. Algunos amigos me pedían, creo que con la mejor intención, no querían verme dañado, alejado, como les había sucedido a ellos en “el quinquenio gris”, que no escribiera consciente de que no sería publicado. Y el libro tiene un veinte por ciento de todo lo repulsivo de esa realidad. Ahora estoy escribiendo una novela que me asusta al vaciar lo que me quedó dentro. Quiero quedarme vacío, no volver a tocar el tema. Salir de él. Porque cuando escribo me lastimo, me desgarro de una manera que siento que todo vuelve a suceder.
El libro, esas ironías que tiene la vida, al ser presentado en la Feria del Libro en La Cabaña, se hizo en una de las galeras en las que estuve encerrado. Mientras los otros expresaban la impresión del libro, yo en mi imaginación veía caminar a los presos de un lado a otro, el tiempo fue atrás y las personas interesadas en la Cultura fueron sustituidas por esos que luchaban para sobrevivir física y moralmente, que sirvieron para personajes, para que su sufrimiento y angustia no pasaran en vano. Esa fue mi manera de homenajearlos, ofrecerles mi agradecimiento a pesar de ellos mismos que con gusto me hubieran rechazado el gesto por tal de no ser parte esa realidad que tanto nos marcó.
Por la experiencia compartida, el libro está dedicado a José Martí, que en realidad es la condena perenne y feliz de todo buen cubano.
Los espacios públicos
En una columna reciente publiqué una anécdota de la que seguro te acuerdas: aquel encuentro nuestro en el 2004, de casualidad, en la esquina del Palacio de los Matrimonios del Vedado, luego de meses sin vernos, en que, muy preocupado por las presiones políticas y culturales que yo estaba sufriendo, me dijiste: “te estás equivocando, hermano, ése no es el camino”. Lo tuyo y lo mío es escribir. Que nos tengan que respetar por lo que escribimos. Y de lo otro, que se encarguen los políticos“. Mi esposa Berta, que estaba presente ese día, me recordó hace poco que entonces ella me dijo, bajito, luego de oír tus palabras: “lo que le pasa a Ángel es que todavía no ha chocado con lo que tú chocaste”, pero yo sé por nuestras conversaciones que ya tú venías desde mucho antes desilusionado de todo lo que veías, de las censuras, de las faltas de libertades, del hecho de que de nuestro grupo la mayoría se hubiera visto forzada a emigrar… Pero quisiera que me contaras ¿cómo se produjo ese cambio hacia el convencimiento de la necesidad de que tu voz como individuo social se oyera, además de cómo escritor, y en qué momento decidiste dar el salto definitivo a la búsqueda de la libertad que nos habían secuestrado y que todavía siguen secuestrando a muchos escritores en Cuba?
Fue un camino impuesto. Ahora me gustaría decirte lo mismo, pero la realidad es otra. Primero había que demostrarnos como escritor, quizá era la idea, para ellos era muy fácil dejarnos “fuera de juego”, aprovechando que no teníamos una presencia tangible en la cultura cubana. Antes había que ganarle ese espacio, ese derecho que te otorga la propia literatura. Así fuimos educados por nuestros Maestros. Siempre Heras nos dijo que había un momento que el alumno mataba al Maestro. Yo nunca lo entendí. Él lo decía en el plano literario, y lo expresaba con dolor, pero a la vez aceptando que era parte del proceso natural de ascenso del escritor. Nunca vi que ese momento llegara. Siempre lo acepté como el Maestro. Pero esa muerte llegó por la parte, digamos, ciudadana que soy, divergencias desde el punto de vista social y político. Allí maté al Maestro. Y el Maestro mató al alumno. Fue un asesinato de ambas partes, algo para lo que no estaba preparado.
De todas formas guardo celosamente una dedicatoria que me hiciera hace pocos años, donde asegura su admiración hacia mí porque he sido vertical en mi posición, en mi honestidad, y que nunca claudiqué a pesar de los ofrecimientos oficiales.
Mi necesidad de expresarme, comunicarme, decir lo que estaba dentro de mí y que considero que también es parte esencial del escritor, fue una motivación inconsciente, como el acto de escribir. Nunca me propuse ser escritor, fue una necesidad amarga y necesaria que brindaba sosiego. Tampoco me propuse ser un comunicador de mis circunstancias. Eso también llegó sin esperarlo. Muchas veces dije que sería feliz si tuviera una esquinita de la última página de un periódico cualquiera donde pudiera decir mi punto de vista, equivocado, superficial, personal, pero en definitiva mi manera de ver la vida, criterios que asumiría ante la historia con toda la responsabilidad que conlleva. Entonces en un viaje a República Dominicana, por cierto, mi última salida al exterior, supe a través del escritor cubano y amigo Camilo Venegas y Zilma, su ex esposa, que existía algo llamado blog. A mí esa palabra no me dijo nada. Y me enseñaron qué era y me pareció el gran invento del siglo XXI. Allí pude leer por primera vez los post de Yoani Sánchez.
A mi regreso a Cuba venía con ese deseo, pero a la vez no era ingenuo, sabía todo lo que acarrearía abrirlo. Fueron varios meses de contradicciones y de lucha interna. Finalmente decidí crearlo. Y llamé al Instituto del Libro y hablé con su Presidente Iroel Sánchez, le informé mi intención y le pedí un espacio nacional para anclarme, pensé en Cubaliteraria. Luego de preguntarme cuál era la temática, y le dijera que tendría una mirada cultural, social, algo diferente a lo acostumbrado, con la intención de mover opiniones y debate, me dijo que no tenía el famoso “ancho de banda” (que es un título de un libro que tengo inédito). Entonces me ofrecieron de Cubaencuentro la posibilidad de anclarme a ellos y sin preguntarme en que versarían mis post. Ese fue el primer gran encontronazo. Hasta ese momento mis declaraciones y literatura las soportaron. Estar descaradamente en la revista Cubaencuentro lo recibieron como una desfachatez inadmisible. Recuerda todo lo que le hicieron a Antonio José Ponte por aceptar formar parte de la redacción de dicha revista. En uno de los primeros post me refiero a una delegación de escritores que asistió a una feria del libro en México, y que dejó la imagen allí de estar pidiendo limosnas. Ese siempre fue un rechazo que me acompañó. En una invitación en que asistía a Martinica con un poeta Premio Nacional de Literatura, lo vi pedir dinero de bolsillo y decir que los cubanos éramos pobres y que debían ayudarnos. Recuerdo que salí huyendo de su lado; era evidente que aquel poeta estaba acostumbrado a esas escenas denigrantes. Antes de irme, advertí a los organizadores que estaba hablando a título personal. Recuerdo escritores que viajaban a la misma Feria de Guadalajara que, al terminar los días de su participación, tenían que alojarse donde le extendieran la mano porque se quedaban en plena calle. También recuerdo al embajador de Cuba en República Dominicana huir despavorido del aeropuerto ante la posibilidad de tener que asumir a dos jóvenes escritores a quienes los organizadores no habían ido a recoger. Y tantas anécdotas contadas por otros. Entonces, cuando escribí el post, se hizo un escándalo. Me tildaron de traidor. Y hasta algunos escritores de la delegación, sabiendo que decía la verdad, me respondieron porque temían que se acabara la posibilidad de viajar aunque fuera con el rango de miserables.
Y ese rechazo fue en ascenso. Recordarás que me interceptaron en plena vía pública y, mediante una golpiza, me fracturaron el brazo, después de advertirme que “no me convenía hacerme el contrarrevolucionario”. Por último, esa petición de 15 años a la que ahora se sumará otra acusación de Atentado.
En resumidas cuentas, no me han dejado otro camino que asumir mi tiempo con toda la fuerza y energía de mi alma.
Amir, siempre fuiste precoz, con la literatura y con la política tenías más claridad que el resto. Siempre llegaste primero. Y aquella expresión mía en su momento era una estrategia y a la postre una ingenuidad de mi parte. Pero me gusta que las cosas lleguen, al menos en mi caso, por mi propia necesidad. Que sea un parto natural, no provocado ni apurado y menos pensado.
Y aquí me ves, asumiendo mis actos y sus consecuencias.
Uno de los métodos de la dictadura que hoy existe en Cuba ha sido inocular el miedo en todos los ciudadanos, sea su posición cual sea, cualquiera sea su origen o su formación, viva en la isla o viva en el exilio. Recientemente en una carta abierta escribiste que ya no te importaba ni ir a la cárcel por tus ideas, ni morir. Sé, porque yo lo tuve que vivir también en el 2001, que es un proceso duro, difícil, pero ¿cómo fue en tu caso?
Han sido dos años de espera. Todo comenzó como un juego. Yo invento y tú soportas. Y resistí por dos años. Continuas detenciones, mítines de repudio, desprecio. Continué con el juego porque me avergonzaba, aunque mi conciencia estuviera limpia, de esas acusaciones vergonzantes que aún me pesa escribirlas aquí. Pero el juego se tornó serio. Y comenzaron a darle un carácter serio al expediente, y un instrumento del sistema, el Capitán Amauri Guerra Toyo, con las mayores y sucias violaciones, ha creado un expediente sin prueba, ni pie ni cabeza, en contubernio con la Seguridad del Estado y la Fiscalía, donde ha llegado a falsificar mi firma, a cambiar documentos que antes ya habíamos visto mi abogada y yo. Por último, en presencia de mi abogada, firmé un documento y le hice hacer rayas con el bolígrafo para que no fueran agregadas otras palabras que me incriminaran, y así y todo, luego del punto, que no pudo ni medir bien y la coma le queda al lado y encima de las rayas que le exigí que hiciera, este señor agregó una frase que no dije, de lo cual es testigo mi abogada. Es muy ambiguo todo el expediente, también lo es la petición de la Fiscalía que juega con lo que no tiene y no saben los terceros que puedan leerlo.
Mi posición es consciente y honesta, por lo tanto, en ello me va la vida. No existe forma de hacerme cambiar de idea ni de desistir por mejorar mi situación actual. Sólo hay una manera de salir del atolladero, y es que la oficialidad y la Contrainteligencia acepten que deben detener el proceso judicial. Y por lo que sabemos, aunque los tiempos son diferentes, a ellos no les gusta perder, sobre todo porque temen que luego otros intelectuales intenten hacer lo mismo. Ellos no quieren permitir ese precedente y tratarán por todos los medios de ser ejemplarizantes.
Al final, como expuse en mi carta abierta, estoy preparado para lo peor. Y en ese caso, resistiré por convicción e inocencia, el tiempo que duré mi organismo en ayuno.
Háblame de cómo ves tú algo que sé es muy delicado pero muy importante para entender qué sucede hoy con los escritores cubanos: esa diferencia entre el pensamiento íntimo y el discurso público. ¿Es cierto, como dicen Barnet y Abel Prieto que la inmensa mayoría de los artistas y escritores están al lado de Fidel, Raúl y la Revolución?
A mí, quizá más que a nadie, me han dado pruebas los escritores de su posición real ante el sistema. A veces, cuando los escuchaba, me hacían sentir más cerca de la política del sistema que ellos. Tienen dos discursos, el oficial y el crítico, que esconden a la oficialidad. Porque prefieren viajar, como te dije ahorita, como miserables, pero viajar, porque algo resuelven, además de respirar libertad. Pero no creo en la honestidad de la mayoría. Fingen ser “compañeros de viaje”, es un status cínico que aceptan ambas partes, y se usan y aprovechan con la finalidad de permanecer, uno como humano, y el otro como sistema social.
Los escritores mueven la famosa banderita, a veces con más ímpetu que otros, según las dádivas ofrecidas, y acallan su verdadero sentir del sistema. Pero para eso se inventó la historia que infaliblemente recogerá la hipocresía de cada cual.
¿Y la poderosa cultura cubana que hace ya cinco décadas se hace en el exilio, en muchas partes del mundo? ¿Cómo crees que puede contribuir, desde afuera, a la necesidad de un cambio social en la isla?
Sin intentar ser un analista, estratega político ni filósofo ni demiurgo, porque no es mi tema, y alguien me enseñó que evitara los temas de los cuales no había estudiado, pero como es mi opinión, un artista más que humildemente ofrece su punto de vista, soy del criterio de que los intelectuales del exilio deben permanecer lo más apegado a la cultura cubana, defenderla primero como arte, luego con la posición política que les nazca. Eso no se puede olvidar nunca, primero la cultura, luego todo lo demás. Estoy seguro que ese peso artístico es quien crea la conciencia y el respeto a un dialogo nacional en el que se produzca un cambio político para el renacimiento de la democracia y voluntad de los cubanos aunque algunos reclamos, como suele suceder, se encuentren en minoría. Esa frase que me gusta tanto y que seguramente no cito textualmente porque ya de repetirla la tengo tan dentro que la hice mía: Morir por el derecho ajeno a que se le respete pensar contrario a mí. Por lo tanto, continuar aprovechando el espacio de libertad y sus medios de comunicación de avanzada tecnología, que no pueden ser perseguidos ni sufrir represalias directas como el decomiso de sus computadoras.
En alguna medida crear el espacio de denuncia nacional, ser la voz de los que están dentro de la isla. Matizar desavenencias estéticas, actitudes de conveniencia personal, en aras de un progreso de unidad. Que la diáspora esté fortalecida nos brinda seguridad a los que permanecemos dentro, los que exigimos directamente los derechos de todos por convivir en una futura Patria libre y democrática que abra sus brazos para el anhelado rencuentro de sus hijos hoy dispersos por el mundo.
Lo que sí no me cabe duda es que la intelectualidad cubana, dentro y fuera, está llamada a contribuir profundamente en la futura transición política del país.
Tanto desequilibrio emocional, tanta presión psicológica, tanta represión directa en tu contra, tanta responsabilidad con tu blog “Los hijos que nadie quiso”, ¿te permiten escribir literatura? Si es así, ¿qué de nuevo podríamos ofrecer a un escritor interesado en tus libros?
Escribir es el escape, es el espacio de cordura que protejo, cuando debía ser lo contrario, pues el espacio creativo es lo más parecido al de un demente. Pero la realidad, como tantas veces se ha dicho, supera la ficción. Y este es el caso. Afuera todos me parecen locos que saben lo que buscan pero sin embargo caminan en otras direcciones. Personas que uno respeta y que coincide su pensar con los hechos.
Sobre todas las cosas, intento escribir. Tengo varios libros inéditos, cerca de diez, que esperan con paciencia su momento. Nunca he tenido apuro en publicar, porque escribirlos me quita esa angustia de la permanencia en el plano cultural del país. Sé que están ahí, intuyo que tienen una calidad aceptable, rara y medianamente original, en cuanto a la temática y a la forma, y eso me brinda paz.
Duele escribir consciente de que no es para tu tiempo, que puede ser para un futuro en el que ni siquiera estés presente. Pero uno no es importante, esa es la manera de saldar esa deuda de tu tiempo: la huella.
Es obvio que, a estas alturas, se impone te pregunte por una vieja polémica, que comenzó allá cuando Sartre y Camus discutieron sobre el papel del escritor ante la sociedad. Específicamente en el caso cubano, ante las singulares circunstancias cubanas y ante tu experiencia personal de estos últimos años, ¿cuál sería la responsabilidad del escritor con su sociedad, con su país?
Mi responsabilidad es asumir con honestidad mi conciencia, mis sentimientos, y que ellos me conlleven a mis actos y posición ante la vida, por amarga y perjudicial que resulte. En mi caso es cumplir con esa necesidad de comunicar, decir mi criterio y el de aquellos que no encuentran la manera o la forma de expresarse. Intento ser una voz de los míos, que siempre serán los más sufridos, los inocentes. Sé que enfrentar al sistema tiene un alto precio, pero no tengo elección. Siempre me pregunto cuál es la fórmula para callar, para pensar de una forma y decir otra públicamente. ¿De qué hay que estar hecho para aceptar dádivas al precio de ver a tu país en dictadura, al pueblo en la miseria y permanecer en silencio? ¿Cómo se ignora a la historia que te recogerá como un hipócrita, como un aliado de un sistema manipulador que en más de cincuenta años lo único que supo fue censurar, amordazar la opinión personal y llenarnos de sacrificio denigrante, tristeza y hambruna?
Para ser directo, la responsabilidad de los escritores cubanos, más que nunca, es protestar, hacer público sus desacuerdos. Exigir sus derechos como artista independientemente de las consecuencias.
Tiene la responsabilidad de ser el eco de su tiempo, de su pueblo y de su conciencia. Con eso basta para ser martianos.