Alfredo Antonio Fernández: Frente a la historia hay que ser humildes.

Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela Dominó de dictadores, ¿qué le diría para incentivar su interés?

No comenzaría por incentivarlo, más bien por decepcionarlo. Le diría que la novela Dominó de dictadores, no por ser histórica quiere hacer de él un mejor individuo, contribuir a su educación como ciudadano ni que, tras la lectura, sea más consciente de sus deberes civiles. Nada de convertir a la literatura en pedagogía, que su función sea didáctica o moralizante y que los escritores, como en algún momento llegó a postular Zhdánov en la Unión Soviética, se conviertan en “ingenieros de almas”. No, la vida no se aprende en los libros. Las experiencias de unos no son transferibles a otros. La literatura, al menos para mí, no tiene un carácter preceptivo. Es decir, no es función del escritor decirle al lector qué es lo que debe hacer ni tampoco establecer patrones o normas para su comportamiento a través de la literatura. Tampoco concibo la función de la historia como “demostrativa”. La historia como tal no prueba ni demuestra nada, solo muestra hechos, individuos y realidades sociales que existen de una determinada forma. Si ponemos al lado de la causalidad la casualidad, los hechos se tornan volubles y podrían haber ocurrido de otro modo. Han sido los políticos en los parlamentos y los teólogos en los púlpitos los que se han valido de la historia con sentido utilitario para demostrar algo; pero, insisto, la historia solo muestra hechos, individuos y realidades que historiadores y novelistas se empeñan en desentrañar con la investigación y la imaginación. Como autor no quiero demostrar nada (preceptiva), solo quiero mostrar (descriptiva). La historia, valga la redundancia, es pasado; lo que pasó, no lo que está pasando o puede pasar.

Sin embargo, como a cualquier escritor me gustaría contar, al menos, con un lector ideal o cómplice como demandaba Cortázar. Si lo encontrara, me gustaría hacerlo cómplice del proceso creativo -largo y laborioso, por cierto- de Dominó de dictadores. Comenzó no como novela sino como una investigación que obtuvo en 1992 el Premio Razón de Ser del Centro Cultural Alejo Carpentier (La Habana) con el título Dios y Trujillo y al cabo del tiempo -unos diez años- ha terminado en una trilogía de novelas de más de mil páginas. Una vez iniciada la investigación, se me hizo evidente que las raíces de la dictadura dominicana de la Era de Trujillo se extendían por el Mar Caribe y alcanzaban a otras figuras dictatoriales: Batista y Castro en Cuba. También en la investigación, se me hizo evidente que el marco de tiempo de la novela (1930-1961), hacía necesario vincular a las dictaduras imperfectas del Caribe con las dictaduras ejemplares del fascismo europeo: Hitler (Alemania) y Franco (España). Por medio de una veintena de personajes (reales y ficticios) y una férrea estructura narrativa dividida en dos libros (1930-1945-1961), deseché el proyecto investigativo inicial (Dios y Trujillo) y se impuso, primero como impulso inconsciente y luego con conocimiento de causa, la escritura de una novela no sobre una sino sobre cuatro revoluciones y dictaduras en América y Europa (Dominó de dictadores).

 

Su novelística desde El candidato, en 1978, hasta Dominó de dictadores muestra un interés casi obsesivo en los entresijos de la historia, ya sea la cubana o la universal. ¿Por qué esa insistencia en novelar la historia? ¿Acaso no basta el testimonio o los mismos libros de historia para esos temas?

Es una falsa apreciación pensar que “ya todo queda dicho” en los libros de historia” y que la literatura no tiene nada que hacer en terrenos previamente abonados por la historiografía. Todo lo contrario, la mayor parte de las veces, donde termina el dato histórico comienza la elaboración imaginativa que, al igual que sucede con la realidad que transforma la ficción, nos devuelve una realidad histórica mucho más rica en matices e iluminada en su intimidad por la imaginación del escritor. Dicho sea de paso, muchos testimonios de testigos de hechos históricos que afirman ser ciento por ciento verídicos, suelen ser falsos o interesados; más de un ferviente católico ha dicho frente a las hogueras de los inquisidores que vieron salir volando junto con las almas de los condenados demonios de sus entrañas. O historiadores que hacen votos de objetividad delante de los documentos y terminan por fabular, al interpretar los manuscritos, con tanto arte como lo harían de escribir ficciones. Mario Vargas Llosa, a quien se le reconoce autoridad en la escritura de novelas de corte histórico (La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo, Tiempos recios), en un ensayo titulado de forma antinómica La verdad de las mentiras, da a conocer algunas de esas “mentiras” asimiladas como herramientas del trabajo de taller de un escritor. Se pregunta Vargas Llosa: “¿Qué diferencia existe entre la ficción, un reportaje periodístico y un libro de historia?”. Y responde: “Para el periodismo y la historia, la verdad depende de hacer una comparación entre lo que se ha escrito y la realidad que provocó la escritura”. Y luego afirma: “Como en una ecuación matemática, más cercanía puede producir más verdades y más distancia puede producir más mentiras”.

Entonces, no hay nada de malo en que el escritor “mienta” (fabule) en aras de llegar a las más recónditas partes de la “verdad”. Personalmente, estudié Licenciatura en Historia en la Facultad de Humanidades en una época (mediados-finales del 1960’s) en que las Escuelas de Historia y Literatura compartían el edificio y la separación entre la verdad (Historia) y la mentira (Literatura) era tan estrecha como el espacio que separaba el piso dos del piso tres y en función del tiempo, el horario de la mañana del horario de la tarde. Así que, desde mis años de estudiante universitario, “ando curado de espantos” del mal de la “delgada línea roja” que separa a la ficción de la realidad o viceversa. Eran los tiempos en que Alejo Carpentier -otro que no quería distinguir entre verdad (Historia) y mentira (Literatura)- daba sus clases a salón lleno en el horario del mediodía y contaba, cuando se le antojaba, delante de los estudiantes que lo escuchaban complacidos, historias o mentiras de su propia vida o de las ajenas.

Para responder más directamente a la pregunta, diré que además del tiempo que media entre la escritura de Dominó de dictadores y El candidato, entre ambas novelas median intenciones diferentes. Dominó de dictadores es novela que proviene de la razón y el profesionalismo y de un arduo trabajo de investigación con la intención de prolongar en el siglo XXI las novelas de las dictaduras latinoamericanas del siglo XX: Asturias (Guatemala), Carpentier (Cuba), García Márquez (Colombia), Roa Bastos (Paraguay) y Vargas Llosa (Perú). Todos ellos trabajaron con figuras de dictadores “hechos y derechos”: Estrada Cabrera, Porfirio Díaz, Vicente Gómez, Machado, Francia, Trujillo, etc. El candidato proviene más de la intuición y de la memoria que, como diría Bergson en su ensayo sobre el tiempo, “es otra forma de vida”. A diferencia de otros autores que, con una obra establecida, suelen desdeñar el primer libro; para mí, El candidato es un libro al que recuerdo con cariño y asoció con mi abuelo materno. Un verdadero mito para mí. Cuando era un niño, en los años 50’s -asociados en la memoria con los sabotajes contra la dictadura de Batista-, solía ir en las vacaciones a la casa del abuelo en la costa norte de la provincia de Camagüey. Cada noche, al terminar la cena, había un apagón eléctrico como resultado de arrojar cadenas sobre los tendidos de alto voltaje. El pueblo quedaba a oscuras y la gente se encerraba por temor de la policía o los revolucionarios. Mi abuelo, imperturbable, sacaba una mecedora al portal y se sentaba en medio de la oscuridad a fumar un tabaco y a contar historias del tiempo en que llegó a Cuba, muy joven, en el año de 1902 en que se fundó la República de Cuba, a trabajar en el comercio de un tío en Baracoa.

Su relato preferido era la insurrección liberal del ex presidente Gómez -el más populista de los presidentes cubanos de la era republicana-, apodado Tiburón, contra el presidente conservador Menocal, apodado El Káiser. Esa insurrección fue en 1917, las acciones más violentas ocurrieron entre las provincias de Las Villas y Camagüey y dieron lugar a la conga musical más popular de Cuba: «La chambelona». El personaje del relato de mi abuelo -Bonifacio en mi novela El candidato– era el ex gobernador liberal de Camagüey que asesinaron en un tren cerca del pueblo donde vivía mi abuelo. Muchos años después, cuando escribí El candidato como un largo monólogo que transcurre durante el viaje en tren de la víctima, priorizando los recuerdos del abuelo por encima de la documentación en bibliotecas, descubrí que Bonifacio existió en realidad y creo recordar se llamaba Gustavo o Rogelio Caballero. En efecto, había sido gobernador de Camagüey. Al contar esta anécdota de mi infancia, quiero decir que para mí la diferencia temporal entre una y otra novela, es menos importante a que el tratamiento de un tema regional (El candidato) desemboque en el tratamiento de un tema universal (Dominó de dictadores). Me explico: el tema de El candidato escrito en 1978, es el intento de (re) elección de un político que no quiere apartarse del poder y se enfrenta a sus adversarios en una provincia de Cuba. ¿Anticipación del futuro? Algo similar ocurre ahora en la América del Sur con los intentos de (re) elección de Correa (Ecuador), Morales (Bolivia), Maduro (Venezuela), Kirchner (Argentina) que pueden o no desembocar en dictaduras por parte de ellos o de sus adversarios.

Otro ejemplo de la permanencia de los recuerdos en el presente y su resolución como conflicto en la escritura de una novela en el futuro. Hace algunos años, fui invitado a Suramérica por el Centro de Estudios Andinos (Ecuador); en uno de los viajes, tuve una experiencia extraordinaria: dos días y dos noches en un viejo bus, recorriendo la cordillera de Los Andes a alturas de dos mil metros hasta llegar a la costa del Pacífico. De ese viaje salió la novela Aló, marciano (Editorial El barco ebrio, Madrid, 2015) a partir de una anécdota de lo real-maravilloso: la guerra que desató con muertos, heridos e incendios, un libretista de radio en 1949, al recrear en versión criolla, La guerra de los mundos de Orson Welles, transmitida en New York en 1939. A ese hecho, añadí los recuerdos del abuelo de la (re) elección de conservadores y liberales en Cuba en 1917 y la guerrita de La chambelona.  El resultado antes, en Cuba, fue la novela El candidato (1978); ahora, en Ecuador, Aló, marciano (2015), una sátira en la cual un presidente que desea (re) elegirse, se aprovecha del impacto causado por la transmisión de La guerra de los mundos para declarar el estado de sitio, reformar la constitución y permitir que en la nueva carta magna, los marcianos invasores del Ecuador puedan votar y (re) elegirlo como al presidente que les dio a los extraterrestres derechos ciudadanos.

Para concluir el tema de regionalismo vs. cosmopolitismo en la literatura. Hay veces en la literatura, en las cuales, el tratamiento de un tema regional deviene en el hallazgo de un componente universal. En la literatura todo está escrito, o nada está escrito. Otro ejemplo singular: el Ulyses de James Joyce. Si te atienes a la geografía implícita en sus páginas (regionalismo), te quedas en la mano con el mapa de la ciudad de Dublín (Irlanda) por el que camina y divaga en interminable monólogo el personaje de Leopold Bloom. Ahora bien, si valoras Ulyses como literatura (cosmopolitismo), tienes en tus manos la novela que la crítica señala le abrió las puertas a la novela contemporánea.

 

En la nota introductoria que Usted coloca a su novela se aclara que “no todos los personajes son ficticios, ni todos los hechos son reales”. ¿Es o no Dominó de dictadores una novela histórica?   

Definitivamente, no es una novela histórica sino más bien una novela que se sirve de la historia para remontar, trasponer e iluminar una historia que, leída en textos de historia -valga la reiteración- se me antoja insuficiente. Más que una novela histórica, hablaría de una narrativa histórica. Y a continuación explico por qué narrativa histórica. En primer lugar, frente a la historia, hay que ser “humildes”. Y digo humildes no en el sentido de postrarse de hinojos delante de la historia como si de una deidad religiosa se tratara cuando en realidad la historia la hacen los hombres. No, digo ser humildes en el sentido de que, si somos escritores y enfrentamos a la realidad con la imaginación, debemos hacerlo conscientes de que nunca vamos a superar a la realidad. Siempre quedará algún resquicio por alcanzar con la imaginación; siempre habrá una información oculta a la cual no podremos acceder. Por eso, ante todo, se impone la humildad frente a la realidad. Por eso, repito, “no todos los personajes son ficticios, ni todos los hechos son reales”. Es como la batalla por un lado teológica y por otro lado medieval entre San Jorge y el dragón. El novelista puede asumir el rol mítico del santo cruzado que, a golpes de la espada de la imaginación, lucha por recuperar de manos de historiadores infieles el Santo Sepulcro de la realidad; pero, en algún momento, comprenderá, si de veras es honesto, que es tarea imposible. La realidad nos sobrepasa, no la podemos abarcar en su totalidad por más que nos esforcemos. Por eso, prefiero hablar de narrativa histórica y no de novela histórica en las que he escrito hasta ahora: El candidato, Lances de amor, vida y muerte del Caballero Narciso y Dominó de dictadores que, ya dije, forma parte de una trilogía de novelas igualmente concebidas como narrativa histórica.

En segundo lugar, algo que mencioné antes en las respuestas. Nada más lejos de mí que la “preceptiva”. A la preceptiva que promueve la realidad de las cosas “como deberían ser” opongo la “descriptiva” de las cosas como fueron. “Descriptiva”, como se entiende el término desde la antigüedad griega hasta el presente. Para Aristóteles, el historiador y el poeta no eran diferentes por hablar uno en verso y el otro en prosa. La historia significa en griego “indagación” y “narración”: lo que realmente es, la realidad no como situación ideal o regulada; lo que sucede es otra cosa y este es el momento de determinar, realmente, qué es lo que sucede (narrativa histórica).

En tercer lugar, para “curarme en salud” del tedio que para mí y los lectores podría derivarse de narrar paso a paso la rígida cronología (1930-1961) de dictaduras y revoluciones en El Caribe y Europa, flexibilicé el sentido del tiempo con el empleo de recursos narrativos novedosos, como un símil del movimiento de las mareas en el océano. Las acciones van y vienen, a veces inversamente del presente (1961) al pasado (1930) y otras del pasado (1930) al presente (1961). Dominó de dictadores se hace grata de leer al vaivén del movimiento pendular de las olas que disuelven, con su permanente ir y venir, la geografía que separa a Europa del Caribe. Como diría Paul Valery en El cementerio marino: “C’ est la mer, la mer qui recommence toujours”.

 

Otra de las claves que se pueden encontrar en la lectura de su novela es la coincidencia en el comportamiento de personajes históricos en apariencia tan distantes como Hitler, Trujillo, Batista o Fidel Castro. Más allá de que hayan sido dictadores, ¿qué tesis quiere Usted demostrar al utilizar estas personalidades tan complejas?

Si lees mis anteriores respuestas, comprenderás por qué a ambos conceptos, ¿tesis? y ¿demostración?, los pongo ahora entre interrogaciones. Suenan a malas-palabras. Ya he dicho, no me interesan ni la preceptiva ni la demostrativa y en su lugar opongo mi Santísima Trinidad de la descripción y la narración que confluyen en la descripción. Reitero mi opinión con la de otros más sabios y experimentados en la escritura. Vladimir Nabokov, en una frase muy gráfica y propia de una antología del humor serio, cuando le preguntan por claves y mensajes en sus novelas, se declara inocente frente al jurado: “¿Claves?, ¿Mensajes?. Eso es cosa de telegrafistas Morse. Yo soy escritor”. He dicho y repito, no quiero demostrar nada (prescriptiva), solo quiero como la vieja historia que se escribe desde los tiempos de Heródoto, mostrar (descriptiva). Pero, para no dejarlo plantado y me crea mal educado por no responder a su pregunta, le diré, sin ánimo alguno de aludir a claves, tesis y demostraciones, cuáles son en mi opinión los puntos de coincidencia entre figuras tan disímiles de la historia contemporánea de Europa y América.

Adolf Hitler (1889-1945).

Hay muchos puntos, pero gustaría destacar dos: (1). La voluntad de poder, de control absoluto y de mantener la posesión; (2) la inevitabilidad de caer en lo que poéticamente llamo “el implacable mecanismo de relojería de la historia”. El primer punto resulta obvio no más se examinan de pasada las biografías y llegamos a la conclusión: el poder fue el centro de sus vidas. Tomemos los títulos elegidos para los alegatos de proyección futura de sus intereses políticos: Hitler (Mein Kampf) y Fidel Castro (La historia me absolverá). Ambos textos, paradójicamente, fueron escritos en prisión tras primeros y fallidos intentos. Hitler, en prisión tras el putsch de Münich de 1923 y Fidel Castro, en iguales circunstancias, tras el asalto al Cuartel Moncada en 1953. Trujillo, al parecer, no tenía dotes de escritor y su biografía la dejaba a otros, como su historiador oficial Nanita, que, siguiendo el dictado de Trujillo, fue capaz de permutar las raíces del árbol genealógico en el vecino Haití, poblado de negros, con un hipotético árbol genealógico de Trujillo que afincaba sus raíces en la lejana estirpe de los Césares del Imperio Romano. Entonces, respecto de Trujillo, si bien no quedan títulos de obras premonitorias que anticipaban su ambición de poder, sí queda una frase elocuente que exterioriza absolutamente su voluntad de poder: ¡Dios y Trujillo!

Para el segundo punto hay que ver desde adentro a la historia contemporánea. Hablo en mis premisas de un “implacable mecanismo de relojería de la historia”. Y me refiero a él como el momento en el que la ambición de poder de los dictadores, llega a un punto en el cual, pese a encontrarse en expansión, en realidad, ha comenzado el declive. Hitler logró victorias increíbles desplazando a sus ejércitos hacia el centro, este y oeste de Europa; pero, cuando chocó con el invierno ruso y el Ejército Rojo de Stalin en el cerco de Stalingrado, empezó el retroceso que lo llevó a la derrota. Algo parecido le sucedió un año después con el desembarco aliado en Normandía. Una vez detenido el avance en el frente oriental por las nieves de Stalingrado y en el occidental en las arenas de Normandía, los caminos que conducían a la rendición del Reichstag, quedaban abiertos a los tanques T-34 de Stalin y a los Sherman del general Eisenhower.

Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961).

A Trujillo también se le creía en el cenit dictatorial cuando comenzó su ocaso. En 1955, cumplía 25 años en el poder. Organizó una Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre. Asistieron delegaciones de 42 países. Se construyó un nuevo hotel, El Embajador, en el cual Trujillo tuvo un pent-house. Su hija Angelita, 16 años, fue coronada Angelita I y presidió la feria junto a 150 princesitas. El vestido blanco de Angelita medía varios metros de largo, se confeccionó en Roma a un costo de $80,000 dólares e incluía las pieles de 600 armiños cazados con trampas en la estepa rusa. Todo hacía pensar, debido a la magnitud de la feria, que el poder de Trujillo sería eterno. Sin embargo, después se supo, debajo del estrado presidencial, sus opositores habían colocado bombas que nunca llegaron a estallar. Cinco años después, en 1961, Trujillo caía abatido a tiros en una carretera. ¿Quiénes eran sus enemigos? Iban desde Fidel Castro, que lo invadió en el verano de 1959, al grupo armado 14 de Junio, pasando por militares y políticos desafectos de su entorno, hasta terminar en la Casa Blanca (Washington) y la CIA (Langley) desde donde salió la orden de dotar con armas a los conspiradores para realizar el atentado.

Fulgencio Batista Zaldívar (1901-1973).

Batista en 1933, organizó una conspiración de sargentos contra la dictadura de Machado en alianza con estudiantes universitarios. Comparados los programas sociales (el de los sargentos y el de los estudiantes), las ideas de Batista estaban más cerca de la lucha de clases del marxismo que las de los estudiantes, inflamadas de nacionalismo antimperialista. En 6 años, con el comienzo de la II Guerra Mundial, dejó de ser el sargento golpista de 1933, se convirtió en presidente por votación y dio inicio a una segunda metamorfosis: presidente democrático que forja alianza con otras fuerzas incluidos los comunistas, promueve una nueva constitución (1940), declara la guerra al fascismo y desarrolla un Plan Trienal de agricultura, industria, educación y salud similar a los planes quinquenales del comunismo soviético. Luego, en 1944, al no ser (re) electo, se va al exilio dorado en Estados Unidos. Desde allí, a principios de 1950’s, conspira para volver a Cuba. Prueba suerte con su viejo método de golpe militar (1933) y le sale bien en 1952. Pero, en ese mismo momento, tras 20 años de decidir la política de Cuba, comienza la decadencia. Los siete años que siguen a marzo de 1952 significaron la entrega de Cuba al capital mafioso que sembró a la isla de hoteles y casinos de juego. Y también fueron los años de lucha de estudiantes, campesinos y obreros en las calles con bombas y en las montañas con guerrillas armadas hasta finalizar en la huida de Batista y la entrada de Fidel Castro en La Habana.

Fidel Alejandro Castro Ruz (1926-2016).

Fidel Castro en 1953 atacó el Cuartel Moncada, no solo como acción político-militar sino como preludio del Programa del Moncada, que incluía medidas nacional-revolucionarias como la reforma agraria. Considerada desde una óptica de principio del siglo XXI, podría denominarse una reforma social-demócrata, pero nunca comunista ni propia de una dictadura de partido único a lo Unión Soviética. Los dirigentes del partido comunista cubano de la época, consideraban a Fidel y a su grupo como pequeño-burgueses y putschistas. Tras el desembarco del Granma (1956) y la lucha de guerrillas en la Sierra Maestra, el Programa se radicalizó. Entre 1959-1962, tras triunfar la revolución y aplicar el Programa del Moncada, empieza una confrontación del tipo qui-pro-quo entre el gobierno revolucionario de Castro, Estados Unidos y la burguesía cubana: retiro de la cuota azucarera del mercado norteamericano, nacionalización de las empresas extranjeras, embargo petrolero, ruptura de relaciones con EE.UU, la URSS comienza a abastecer a Cuba de petróleo y armas, sabotajes, fusilamientos, invasión de Bahía de Cochinos, cohetes nucleares soviéticos en Cuba. Como resultado, en el momento estelar de una revolución de origen nacionalista y revolucionario, Fidel Castro entraba a formar parte de la confrontación de la “guerra fría” entre capitalismo y comunismo y derivaba hacia la alianza con la Unión Soviética, el comunismo y la normativa política de partido único.

 

Desde su perspectiva como creador, ¿en qué medida se distancian el escritor de El candidato, aquella novela suya que tanto éxito tuvo en Cuba, y el escritor que puso punto final a esta que acaba de publicar Ilíada Ediciones, Dominó de dictadores?

La distancia mayor la da el tiempo, no yo que, como en la filosofía de Heráclito, sigo siendo el mismo que sumerge dos veces las manos en el mismo río (paso del tiempo). En cuanto a la popularidad de El Candidato, sí, me es grato saber que si yo la recuerdo con agrado los lectores también la recuerdan con agrado. No sé si sabes, El candidato ha sido uno de los pocos libros que, a pesar de las limitaciones de papel que siempre han existido en Cuba, lleva ya dos ediciones. Recuerdo el día en que el escritor Reynaldo González -que era miembro del ejecutivo de la UNEAC- se me acercó para decirme que el libro iría a una segunda edición. Aquello le parecía muy bien, no solo porque le gustaba la novela sino porque el tema de El candidato -La chambelona entre liberales y conservadores- venía siendo medio hermana de su libro de testimonio La fiesta de los tiburones -a José Miguel Gómez, líder de La chambelona, le decían Tiburón- en el que había tratado el tema en su pueblo natal, Ciego de Avila, en la provincia de Camagüey.

 

Llamativo también resulta la visualidad de las escenas en su novela, además de estar estructurada con un espíritu muy cinematográfico de tomas y encuadres que se alternan a lo largo de la obra ¿En qué sentido su trabajo como investigador del mundo del cine ha influido en el escritor que Usted es?

Empiezo a responder por el final: mi trabajo con el mundo del cine no solo ha sido como investigador sino -como verás adelante- de creador. Y también me complace decir que mi relación con el cine viene de muy atrás; en ella, de nuevo, aparece la figura de mi abuelo materno. Su casa, adonde yo iba de vacaciones, quedaba exactamente a media cuadra del cine, en la acera opuesta. El cine se llamaba Campoamor en honor del poeta español. Prácticamente todas las noches íbamos al cine y nos sentábamos en el mismo lugar, un par de asientos en el costado derecho, a unos dos metros de altura sobre la parte central del lunetario. Todo era muy divertido no solo por las comedias que veíamos en la pantalla sino por las cabezas de las personas que distinguíamos en la penumbra gris del cine, sentadas debajo, en el centro. Mi abuelo y yo coincidíamos en gustos: las comedias eran nuestras favoritas; lo mismo si eran norteamericanas o mexicanas -frecuentes en aquél entonces. Lo mismo si era la célebre pareja de El Gordo y El flaco en las versiones de Abbot y Costello -no los originales de Laurel y Hardy- que si se trataba del no menos célebre trío Los tres chiflados o los conocidos cómicos mexicanos Cantinflas y Tin-Tan. Como ves, en esos años infantiles, el cine para mí era puro entretenimiento. El verdadero aprendizaje del trabajo de apreciación del cine como arte vino más tarde. Al finalizar los estudios en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana, tuve la oportunidad de asistir a dos cursos en el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC), uno de Historia del Cine y otro de Apreciación Cinematográfica, a cargo del director de cine Jorge Fraga. Fue ahí donde empecé a ver el cine de una forma diferente, no solo como entretenimiento. Años después, ya siendo profesor universitario y escritor con tres libros publicados, me ofrecieron la oportunidad de pasar cursos de guion en el ICAIC con Ambrosio Fornet y también de colaborar con el Centro de Investigaciones. Así lo hice. Durante los años 1980’s, solía asistir a los Festivales de Cine Latinoamericano, mientras trabajaba en guiones con los directores Octavio Cortázar, la adaptación de la novela Buscavidas de Luis Felipe Bernaza al cine con él de director y el tratamiento de ideas cinematográficas con Víctor Casaús, Rolando Díaz, Sergio Giral y otros. De esta frecuente actividad en el cine, salieron temas para novelas que posteriormente escribí, como Del otro lado del recuerdo, que en guion se llamaba La barrera y una de la actual trilogía, Citizen Kane se fue a la guerra, que en guion se llamaba Black Soldier. Lamentablemente, no se llegaron a filmar por problemas de presupuesto o abandono del director del proyecto en última fase, pese haber sido aprobados por los Departamentos de Producción y Cinematografía y recibido como creador mis honorarios correspondientes. Pero todos los proyectos que acometí en el ICAIC me dejaron un inmenso gusto por el cine que dura hasta hoy, en que prácticamente no me voy a dormir sin ver una película.  Esa posibilidad que tuve de trabajar directamente con los directores, asistir a los Festivales de Cine Latinoamericano que en 1980’s significó el gran destape artístico de las cinematografías argentina y brasilera tras el silencio impuesto por las dictaduras en el Cono Sur, más ver por dentro cómo funcionaba la maquinaria de hacer cine de una de las cinematografías más importantes de América Latina, son cosas que con gusto recuerdo de Cuba.

En cuanto al traslado a la literatura de técnicas del cine, sí, por supuesto, lo reconozco y añadiría que en Dominó de dictadores el cine forma parte de la estructura; en otra novela de la trilogía, Citizen Kane se fue a la guerra, el cine -como puedes imaginar al leer el título- no es solo una parte sino el centro de la novela. Entre las curiosidades que leerás, se encuentra un combate mano-a-mano entre el director Orson Welles y su némesis en el monopolio de la prensa norteamericana, el no menos célebre William R. Hearst, que diera lugar al personaje de Kane en el filme de Welles.

Otro punto a favor del empleo de recursos técnicos en Dominó de dictadores -aunque no lo hayas mencionado en la pregunta- viene dado por el uso de la novela policial, o negra o de detective. No solo por la carga de violencia, crímenes políticos, persecuciones y atentados que hay en Dominó de dictadores sino también por el empleo dentro del género policial de la variante de las novelas de espionaje, en la figura del enigmático agente nazi K, de origen alemán, que se mueve como killer de primera clase por todas las geografías presentes en la novela: Alemania, España, República Dominicana y Cuba. Y también, de la no menos enigmática presencia de una institución académica alemana que sirve de fachada al espionaje nazi en el orbe iberoamericano. En resumen, si al igual que el cine hubieras advertido la influencia de la novela policial en Dominó de dictadores, con satisfacción lo hubiera confirmado -como lo hago ahora- al decir que, sí, veo mucho cine, pero también leo mucho del género policial: Hammett, Cain, Ambler, Paco Taibo II y Giardinelli.

 

Finalmente, ¿nuevos proyectos de escritura?

Muchos, por supuesto, en la mente. Pero en las manos, uno que si no acabo antes del 31 de diciembre de 2019 acabará conmigo. La trilogía que he mencionada varias veces durante la entrevista. Una trilogía que, aunque sigue un orden cronológico, se puede leer de forma independiente e igual dará que arranques la lectura por el centro (Dominó de dictadores) como por el extremo izquierdo (Citizen Kane se fue a la guerra) o el extremo derecho (El condotiero, la domadora y el escritor). En total, tras 10 años de escritura que están por finalizar, serán unas 1,200 o 1,300 páginas, a un promedio de 400 páginas o más por libro. Ya está publicada la primera (Dominó de dictadores, 418 páginas) -que en realidad es la segunda de la trilogía- en Ilíada Ediciones (Alemania); finalizada la primera (Citizen Kane se fue a la guerra), y a punto de finalizar la tercera, tal vez cuestión de algunos días o a lo sumo un par de meses (El condotiero, la domadora y el escritor).

Sabes, soy un poco supersticioso en eso de adelantar al público las tramas y los personajes. Si al final no quedan como había dicho habría derecho por parte de los lectores a “devolver la mercancía”. Para evitar reclamaciones de clientes a domicilio, prefiero mantener la incógnita hasta el final y repetir el lema comercial. No se aceptan devoluciones Y si, como he hecho ahora en la acuciosa entrevista que me has enviado, habló en extenso de Dominó de dictadores, es porque la finalicé y ya está a la venta y las reclamaciones o las exclamaciones, si las hay, serán de otro tipo.

Gracias por la paciencia a ti y a los lectores de leer hasta el final mis respuestas.