Si tuviera que recomendar a un lector potencial su poemario Berlinario, ¿qué le diría para incentivar su interés?
Diría: caros lectores, este es un poemario sobre mi derrotero, pero también sobre la vida. Por eso, con toda la humildad de la que soy capaz, les invito a encontrar en estas páginas ese espejo diáfano en el que mirarse, lleno de interrogantes y respuestas sobre temas esenciales, recurrentes en cada uno de nosotros: el amor, los miedos, el odio, la traición, la amistad, la responsabilidad, nuestras vulnerabilidades, el sentido de nuestra existencia, la capacidad de resistir, aprender de lo que acontece, desde la perspectiva que lo he vivido. Estoy segura de que hallarán denominadores comunes. Sugerentes títulos como “Quién eres”, “Elegía a la Muerte o al Punto G”, “A algún amigo”, “Hallazgo”, “Vulnerabilidades”, invitan a colocar la lupa, observar y cuestionar nuestro entorno como recurso eficaz, enriquecedor, en ese proceso que nos permite crecer, sanar, disfrutar ser quien realmente somos, vivir a plenitud la vida.
Este es su primer libro, luego de haber incursionado en el terreno del audiovisual y el teatro. ¿En qué sentidos esa experiencia creativa en otras modalidades artísticas influye en los poemas de Berlinario?
En Cuba solemos decir que hasta el Guaguancó tiene su Dramaturgia, así que es imposible sustraerse a esa mimetización, fluye en mi ADN. Esa imbricación es mi sextante. Cada poema narra una historia, en cada imagen hay una historia que subyace. El Arte es eso esencialmente: contar una historia. Por eso, cada poema puede convertirse en un espectáculo, en un monólogo, en una o varias escenas. Las historias de Berlinario son fuertes. Muy fuertes, llenas de contradicciones, interrogantes, contrapunto, exploración y transgresión de los límites, donde a ratos salta la acústica de palabras en otras lenguas. La constante es la intensidad y el ritmo, la cabalgata. Cada inspiración trae su propio lenguaje. Si el cine, decía Einsenstein, es una expansión del teatro; ¿por qué no decir que la poesía es una síntesis de modalidades artísticas? Me encanta cuando esas imágenes cortan la respiración al lector, como un buen cuadro, un buen plano secuencia, una buena escenografía.
Berlinario fue una eclosión imparable, por eso, lo formal no es lo indispensable. Ahora que me invitas a reflexionar sobre ello, encuentro esa marcada tendencia a escribir en “secuencias”, en poemas como “Berlinario” o «Intento fallido de Haikus» a La Habana, el ojo de una cámara describe el paisaje con una “voz en off”. «Cíclico», u «Onanismos», recrean la narración con el lenguaje de una moviola. «Amenaza» es un poema de diez páginas. Habla de todo tipo de amenaza, la tensión va in- creccendo hasta que… Bueno, mejor lo leen. Otros poemas, sin puntos ni comas, sin corte, son como planos secuenca. «Tsunami o/Zunahme» y «Antipoema I» bien podrían ser un “Efecto V” de distanciamiento, brechtiano.
Pero cuando escribo, no estoy pensando en eso. He pasado tantos años hablando en otras lenguas que necesitaba refugiarme en mi propia lengua. Berlinario no se reprime. La mayoría de los poemas son una hoguera que arde largamente… Había muchas que exorcizar y luego incinerar.
Además de la intimidad y la sensibilidad que encontrará el lector en los poemas de Berlinario, hay una zambullida muy profunda en los traumas del exilio, pero este proceso traumático es visto en todos los casos como una ruptura con las raíces al tiempo que se experimenta un enriquecimiento, una transformación dolorosa, pero muy enriquecedora. ¿Podrías explicarle al lector por qué esa visión del exilio en tu libro?
El exilio es una experiencia que te supera. El destierro, su forma más álgida y punzante. Alguien decidió que no volverás a tu suelo. Eso genera rabia, sensaciones extremas que regular. Ante ti se abre un mundo fascinante, del otro está la aflicción del desarraigo, el miedo a sucumbir ante lo desconocido. Transformar ese dolor en fuerza, la pérdida en enriquecimiento es mi máxima. Crecer. Más si tus hijos dependen de eso.
Las emociones es lo mejor que tenemos los seres humanos, pero en Alemania no puedes vivir a merced de tus emociones. Todo está reglado y se rinde culto al cumplimiento de una disciplina férrea. Son inflexibles. Cada cultura tiene sus códigos. Este es un país de migrantes. No por casualidad la xenofobia es un tema en el centro del debate social. Hay una intención política por limpiar los capítulos poco loables de su historia, pero quienes perpetraron dichos capítulos eran gente tan común como tú y como yo. Ser emigrante aquí supone también esa confrontación con la historia de este pueblo, con toda la sangre y los fantasmas de esta tierra.
La condición de emigrado produce temores y reservas en los demás. He chocado con todo tipo de prejuicio y de discriminación: por ser extranjera, latina, mujer, divorciada, artista, temperamental, porque todo lo cuestiono, porque no está en mi natura amoldarme, menos bajar la cerviz. Otras veces por malinterpretar, no entender la lengua, o porque tengo limitaciones, como todo ser humano. He sido juzgada constantemente, hasta por tener acento. Me he sentido atravesada por una soledad a veces inconsolable. Vivo capeando el temporal del desempleo, he dormido en el piso de un albergue con mis hijos pequeños, he saltado muchas vallas. Manejarse con eso, incentivar mi autoestima en esas constelaciones, exige madurez. Pero es un proceso que agota. Nadie que no lo haya vivido puede evaluarlo con objetividad.
No sé si hay una ruptura con las raíces. ¿Es eso posible? He nacido en español. El poema «Destierro», es como una letanía a las formas que adquiere el destierro. A ese “Großenwahnsinnig” esa megalomanía exacerbada que compensa al hombre invisible en que te has convertido. Perder el sentimiento de “pertenencia” donde no se habla mi lengua ha sido letal. Adaptarme a las nuevas circunstancias, por desgarrador que sea, es impostergable. Eso es la Transculturación. La heredan tus descendientes. Los hijos se vuelven fuente de amor y apoyo. Con poca edad asumen responsabilidades que no deberían, al mismo tiempo les exiges aprovechar la oportunidad. Eso aviva cierto sentimiento de culpabilidad. Ellos han nacido/crecido aquí… ¿Cómo transmitirles amor por esta tierra si tú no lo sientes? La condición de migrante puede convertirse en grillete. ¡Hay que estar atento! El poema «Destierro» termina apelando al destierro del propio destierro. Porque decidí superarlo. Aceptar ser el híbrido que soy…
Sin embargo, nunca sabes cuándo una de esas heridas va a abrirse otra vez… Ser un híbrido no te exime de nada. La función de una raíz es absorber la riqueza de la tierra en que estés. Es lo que hago. Dar, recibir, aprender… Nunca podré escribir con bridas, porque mi vida ha sido siempre soltar las amarras, desafiar los límites. Escribir debe servir para aliviarme. Todos llevamos heridas… Soy oceánica y serme fiel es mi modo de salvarme, más allá del exilio. Ese derrotero es Berlinario.
Cuba, lo cubano, vivir «a lo cubano», amar «a lo cubano», obviamente, son parte del escenario de este libro, pero esas resonancias se sienten como lejanas, en ese «allá» que se observa desde esta orilla. ¿Qué Cuba encontrará el lector en estos poemas? Y, más específico, qué hay de la María del Carmen Ares Marrero original, la cubana, en este ser que escribe Berlinario y que dice ser un híbrido.
El lector encontrará una Cuba subyacente. La gente que me ha leído se identifica con eso. Hay un poema que así se titula: «Cuba». Otro, quizás su contrapunto: “La Patria se fue”
En Cuba viví dentro de mi propia escafandra. Es una metáfora recurrente. Con agujas que me hincaban. Vivía en una búsqueda insaciable, en un intento por salir de la estrechez. Soy una boca descomunal que ha saciado algo de esa hambre. Esa Cuba que aparece lejana en la poesía ya lo era estando yo dentro. Esa lejanía, además, es también la necesidad intrínseca de protegerme. Es un mecanismo sabio del cuerpo para impedir que la onda expansiva del recuerdo, los anhelos, los faltantes, la nostalgia, te aniquilen. Por eso, no me interesa la poesía pura en formas que no quema, que no me dice lo que está sintiendo el individuo. He muerto muchas veces. Soy el Ares Fénix, dice algún poema…
Hace unos días miraba con mi hijo menor fotos de Cuba, con la familia. Otras tomadas en Moscú, junto a mis compañeros de grupo y mi hijo acotó: «Mamá, mira qué feliz y sonriente estás en esas fotos con tu familia y qué triste te ves en esas de Moscú». Me quedé petrificada y pensando. Dicen que una foto habla más que las palabras. No fui muy feliz en Cuba. Mi exilio o “insilio” comenzó en mi infancia. Queda claro desde la primera página, en el poema «Dedicatoria».
No respondo al cliché típico de la cubana jacarandosa amante de la rumbantela… Soy solitaria, pero vibro con el toque de las claves. ¡Y no quieran verme con un par en las manos! Incluso lo incorporo a los ejercicios de actuación con mis alumnos. Así, el lector encontrará ese combate de mi emocionalidad intensa caribeña vs esa emocionalidad alemana que sigue resultándome rara, trunca, disfuncional, pero que me ha permeado.
No sé si hay una “visión” del exilio en mi libro. Hay una visión de la vida. Mi vida está marcada por ese exilio. Es transitivo. Todos cargamos piedras enormes en nuestras mochilas, en todos los idiomas, en todos los climas. Puedes arrojar y despedirte del peso, pero la vivencia, el trauma como lo llamas, sigue tatuado en el subconsciente. Hablo del gris pertinaz del cielo berlinés porque es mi vivencia. No he vuelto a Cuba hace 33 años, ni me interesa ya. Mucho menos mientras esté bajo la égida del régimen castro-fascista. Allí sí sería una extraña.
Hablando como los locos, hay un poema llamado “Por un trozo de bacalao con pan”. Decidí desnudar mi alma. Escribir es eso: es catarsis, supuración, hasta que se hace la luz. La luz se hace cuando descodificas tu subconsciente. Sólo así puedes convertirte en ese alguien que realmente eres. Y amarte. Es lo más difícil.
Algunos poemas no pueden escaparse de ese dilema que persigue a muchos intelectuales y artistas de la diáspora cubana: mirar lo que ha sido la isla en estos 61 años de fracaso totalitario. Si pudieras resumir en un par de párrafos parte de esos sentimientos sobre este tema que has vertido en algunos poemas, ¿qué dirías?
¡Es el gran dilema! Es una laceración que nunca cierra. Siento repulsión, odio visceral hacia el régimen y hacia aquellos que practican el contubernio con el poder de La Habana. Dan soporte y oxigenan un sistema que produce desolación, ruina. Desprecio a esos intelectuales que le entregan vida y obra sin llamar las cosas por su nombre Disfrutan de fama y atención internacional aunque estéticamente no sean un portento. Soy crítica con eso. Es algo que procuro regular para protegerme. Procuro ponerme en su lugar, ningún extremo es bueno. Pero no se me da bien. No logro entenderles. No puedo ser indiferente. ¡Ojalá lo fuera!
Aunque el régimen no haya gasificado a los presos políticos ni hecho botones con los huesos de las víctimas la dictadura cubana tiene muchos crímenes de lesa humanidad en su haber. El régimen asesinó a mi abuelo materno. Me lo arrebataron. ¿Y qué niño no adora a sus abuelos? En mi familia el suceso se barrió bajo la alfombra de la incorporación a la militancia roja. Pero mi memoria de infante atesora las imágenes de su personalidad iridiscente, su sonrisa sonora. Sólo sus hijos sabían de su actividad contra el régimen. Ese suceso trajo una ruptura familiar irreparable. A mí, nunca me revelaron quién delató a mi abuelo al G-2.
Tuve una época de actividad política que acarreó el exilio. Desde la infancia conocí cómo la élite dirigente ostentaba con un modo de vida derrochador, lleno de privilegios. Padre fue Director del Central Camilo Cienfuegos en plena Zafra de Los Diez Millones entre otros planes nacionales. Nunca se ocupó de mí. Madre fue funcionaria, diplomática en varios países. Ambos eran parte activa del desacierto. Crecí con una Nana y a los 11 años, ¡de cabeza al internado militar! Otra entelequia nefasta en mi vida. De ahí tanta disfuncionalidad.
Fui testigo de la desmesura de un régimen arbitrario y tiránico que prometía resolver la hambruna del cubano, mientras regalaba arroz y azúcar a Chile, hospitales a Vietnam, enviaba hombres jóvenes a morir a Angola y Etiopía, preparaba su invasión a Venezuela y al resto de Suramérica… Sesenta y tantos años después, seguimos sin economía, sin transporte, las viviendas cayéndose, la inflación sin remedio, lo feo y la desidia pululan, como la represión y las tensiones en todo el país… Es lo único que allí fructifica. La juventud se vende para cubrir necesidades perentorias. La gente depende del dólar y gana su salario miserable en pesos cubanos. Las estadísticas del éxodo hablan por sí solas. La claria, el avestruz, el caracol africano son la encarnación de esa historia hostil.
No creo en símbolos ni en iconografías, ni en héroes ni mártires. El daño que han causado, es irreversible. Quisiera olvidarlo. A veces me pregunto si es un pretexto que busco para no ser feliz. Pero saber de tanta injusticia y tanta maldad, me roba la tranquilidad. Mis hijos crecieron aquí, sin el sol caribeño, sin la playa. Mi madre, vieja y enferma, a quien no he visto en décadas, morirá. He pagado un precio alto por no ceder ante esa maquinaria depredadora que es el régimen castrista. Nunca he dado un céntimo a la dictadura. Me tranquiliza. Pero, ¿cómo puede un individuo soportar todo eso sin enloquecer?
La única libertad posible la llevas dentro. La libertad es hija del Amor. El amor es una actitud que estas dispuesto a practicar. Un hábito que asumes, en cada acto de tu vida.
Finalmente: Berlinario cierra una etapa y abre otra. Y en esa otra etapa, ¿Ares Marrero tiene algún otro libro en proyecto?
Ya comencé Berlinario Continuidad. No puedo deshacerme de ese título. Creo que me acompañará siempre, porque expresa mi relación más íntima con esta ciudad que me adoptó, la tierra de mis hijos. Pero mi prioridad ahora es una obra de teatro. Luego un libro de cuentos ya en camino y un guión de cine.
Hace poco concluí una obra en alemán. Die Alleskönnermaschine- La Máquina que todo lo puede. La adoro porque trata el conflicto de la creación artística y la gestión técnica, la amistad y la soledad. A través de la mirada de niños cuya edad fluctúa entre los seis y los nueve años. Es resultado de mi actividad como Pedagoga del Teatro. Está lista para publicar.
Los cuentos también son divertidos. Mis personajes son como esas figuras de Botero que exigen, roban, tienen tanta hambre de espacio. Son excéntricos e inadaptados como Ignatius J. Reylli y obsesionados con sus aventuras, que son cruzadas absurdas, casi sin verdadero sentido… Sólo ellos creen en el sentido que dan a lo que hacen. Viven en su propio mundo… Van con su escafandra puesta, blandiendo su soledad, luchando. Siempre luchando, sorteando anhelos, haciendo algo para cumplir los sueños. Nunca claudican. ¡Como yo!