Si tuviera que recomendar a un lector potencial su novela Inquisición roja, ¿qué le diría para incentivar su interés?
Esta es la novela que estabas esperando leer. No es un secreto que la historia la cuentan los vencedores. Los comunistas no son mejores que los fascistas, o que los nazis. No. De eso nada. Esta novela cuenta una historia que Fidel Castro nos ocultó. Por sus páginas cruza el sufrimiento de un país, el de sus hijos: personas que, por escuchar música en inglés, vestir a la moda, ser hippies, homosexuales, estar desocupados, ser cristianos, católicos, Testigos de Jehová, (todos en un mismo saco), junto a los que, al oler su traición como líder, decidieron enfrentarlo y ayudar en la guerra civil del Escambray, conforman la gama de personajes que transitan este libro. No hay mejor manera para definirlo que las palabras de la contracubierta: “Algunos dirán que es falsa esta novela. Que las Unidades Militares de Apoyo a la Producción jamás existieron. O que sí, pero que solo eran campamentos de reeducación donde, mediante el trabajo, se reinsertaba a las personas confundidas (sin su permiso) en una sociedad con normas nuevas. Eso de creer en un Dios decadente o que te gusten entes de tu mismo sexo o el rock and roll (esa música de maricones) no va con los revolucionarios. Un dolor así no se inventa, créanme. Transitar las páginas de una novela como esta se vuelve un asunto arduo. Caminas con dolor sobre el dolor de cuerpos inútilmente segados por esa otra guerra, esa estúpida e infantiloide borrachera de poder que comenzó para nosotros (que comenzamos a sufrir nosotros) en enero de 1959. Los personajes, levantados de sus rutinas a mitad de la noche, procuran sostenerse mediante una esperanza que saben inútil, pero que del mismo modo se niega a abandonarlos. Sus hambres anhelan con idéntica intensidad un cuerpo para amar que un trozo de músculo para sustentarse. Se burlan de todo y de ellos mismos. Y de paso nos cuentan una historia que hoy asusta a los mismos que la escribieron a punta de fusil. ¿Por qué Stalin fue peor que Hitler? Pues porque mientras fundamentalmente el malo de Hitler acabó con extranjeros, el bueno de Stalin fundamentalmente lo hizo con compatriotas suyos. Lo mismo hizo Fidel Castro en Cuba.”.
Su poesía, además de los tópicos usuales al género, ha sido considerada por algunos como poesía “contestataria”, por su mirada crítica. ¿En qué sentidos se complementan y diferencian su poesía y su narrativa en este aspecto?
Soy disidente desde que tengo uso de razón. En mi poesía parto de un dolor personal para ir hasta el padecimiento social. Ahí están mis inconformidades, la injusticia que me ronda también le atañe al prójimo. En mi narrativa el sufrimiento es colectivo. Trato de mantener una comunicación con esos seres comunes que transitan a diario por encima de la ignominia sin percatarse de quién es el responsable de sus padecimientos, y a pesar de ello siguen siéndoles incondicionales. Es mi manera de ver la realidad, de hacer ver al pueblo que otra manera de vida no es imposible. Que quienes ocupan el poder viven como capitalistas y nos hacen creer otra cosa para mantener su confort, su estatus y el de su familia. Que el bienestar del pueblo para nada les importa.
Es una novela dura, con un tema aún más duro, y doloroso… ¿Qué le motivó a incursionar en un territorio sobre el que el oficialismo ha intentado tender un manto de silencio y sobre el que incluso muchos afectados apenas se atreven a hablar?
Sí, es un tema doloroso, diría también, espinoso. Quienes lo padecieron, temen referirse a esa etapa de sus vidas. No sé por qué desde niño sentí una secreta admiración por Camilo Cienfuegos y Huber Matos. La de Camilo fue y sigue siendo una muerte misteriosa e increíble. La prisión de Huber Matos, absurda. Mártires, héroes los dos. Historias mal contadas, que ya todos conocemos. Todas esas cosas hicieron que me enfrascara en esta novela. Sufro cada día el destino que corrieron los judíos en la Alemania nazi, en los territorios aliados sometidos por Hitler. Es un trauma. Un dolor que me persigue desde la infancia, como el de los Testigos de Jehová, todos los seres humanos que fueron hostigados, cazados y enviados a campos de concentración. La intolerancia, la encarnizada cacería de bruja desatada contra lesbianas y homosexuales, perseguidos y reprimidos. Esta novela es un homenaje a todas esas personas vejadas, y mi odio visceral y eterno a Stalin, Hitler, Franco, Szálasi, Mussolini, Batista, Trujillo, Pinochet, Ceausescu, Tito, Mao Zedong, Leopoldo II, Hideki Tōjō, Ismail Enver Pasha, Hoxha, Duvalier, Pol Pot, Kim Il Sung, Megistu, Yakubu Gowon, Gaddafi, Choibalsan, Stroessner, Videla, Somoza, Noriega, Banzer, Carlos Castillo, Mugabe, Bolkiah, Nguema, Biya, Museveni, Omar Hasan, Déby, Afewerki, Nazarbayev, Rahmon, Lukashenko, Sassou-Nguesso, Chávez, Daniel Ortega, Evo, Fidel Castro…, y a todos los canallas como ellos.
No sé la primera vez que oí hablar del tema “campos de concentración en Cuba”. Yo estuve en uno siendo niño: una “secundaria al campo”, no lo supe hasta que comencé a investigar, leer sobre el tema. Mi campo de concentración se llamó El Mijial, y por él escribí Ángeles desamparados.
En mi inxilio santaclareño (marzo 2013-mayo 2017, período en que escribí la primera versión de Inquisición roja) compartí con ese hombre extraordinario que es Guillermo “Coco” Fariñas, su familia, y otros amigos de causa. Tuve el honor y la oportunidad de adentrarme en un mundo no desconocido, ya había tenido la oportunidad de acercarme a él por causa de mi amistad con personas peligrosas como Fariñas y Guillermo Vidal. Eso me hizo entender que era disidente antes de tener conciencia de que el comunismo es una farsa para embaucar a los pueblos. Tuve la suerte de trabajar en revistas y periódicos independientes con el Coco Fariñas, Mario Félix Leonard, Librado Linares, Gabriel Barrenechea, Rolando Ferrer, Luis Felipe Rojas, Michael H. Miranda, Francis Sánchez, entre otros, por eso vi la atrocidad cometida por los supuestos revolucionarios. Indagué, consulté publicaciones de los Testigos de Jehová, entrevisté, escuché a muchos que padecieron el escarnio de las UMAP, participantes o que tuvieron que ver con la Guerra Civil librada en la sierra del Escambray. Contacté a familiares…, y esos encuentros, sus anécdotas, agregaron sal a la herida, sangre del dolor al dolor sobre el dolor que ya de por sí tenía la novela. Es una historia que no podrá pasar inadvertida.
Desde su perspectiva como creador, ¿en qué medida se distancian el escritor de Ángeles desamparados, su primera novela, y el escritor que puso punto final a esta que acaba de publicar Ilíada Ediciones, Inquisición roja?
Cuando me enfrasqué en la escritura de Ángeles desamparados, era un escritor ingenuo, y la escribí por el Guille, Guillermo Vidal, quien vio una novela en un cuento de cuartilla y media en la ciudad de Bayamo a principios de los años 90, mientras intentábamos almorzar en el desaparecido Hotel Central: mirábamos cómo meterle el diente a dos lacones que reposaban frente a nosotros, rememorando el hambre que pasaban nuestras familias en casa, y al final desistimos y, sin probar bocado, nos marchamos al parque Céspedes. Allí me leyó un fragmento de No se lo digas a nadie, novela de Jaime Bayly, con palabras de Mario Vargas Llosa en la contracubierta. Ángeles desamparados la garrapateé sin conciencia crítica, con los recuerdos de una beca atroz, sin saber que estaba escribiendo sobre uno de los campos de concentración para menores existente en Cuba, pues eso y no otra cosa fueron Las Becas en el campo. Con Inquisición roja sabía lo que quería, aun así no me fue fácil entrevistar a testigos del hecho, y no todos quisieron colaborar. Pero en cada silencio aportaban más dolor al dolor. Los Testigos de Jehová que visité en 2016, me hicieron saber que no podían hablar por un pacto de silencio que habían hecho con el gobierno. Creo que, desde Ángeles desamparados (2001), a la fecha, me convertí en un narrador con otra perspectiva.
En su novela hay una desesperanza casi total, como si la tesis fuera que ninguno de esos seres, al decir de García Márquez, tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra. Y, lo más preocupante, es que su novela parece hacer extensiva esa condena a toda la sociedad cubana actual. ¿Cree que los cubanos, ahora mismo, están condenados, o todavía puede haber esperanza?
¿Esperanza? No lo sé. En Cuba hay mucho miedo a poner el muerto. Nuestra historia desde 1959 es un constante deshacer la historia. Así es en la novela. No se puede dejar vestigio de las atrocidades cometidas, ese es el accionar de los comunistas, un constante olvidar, borrar los crímenes cometidos por el Estado, propagar una amnesia total, alzhéimer.
Finalmente, ¿nuevos proyectos de escritura?
¿Proyectos? Seguir en la batalla para que retorne la democracia y el respeto de los Derechos Humanos en Cuba. Encontrar un camino para mis libros. Terminar la novela que escribo con Ana Rosa Díaz. Hacer una pausa, un receso, salir en pos de un amigo, sentarnos en el Café de la esquina y compartir el humo de la palabra.